La escuela convergente mantiene su vigor. La estrategia de Junts per Catalunya para llegar a un acuerdo con ERC estaba pensada con un ritmo adecuado, asumiendo riesgos y con el poso del convergente de toda la vida que tiene una concepción del poder dictada por Jordi Pujol desde los años ochenta. Jordi Sànchez es un alumno aventajado, pese a beber de otras fuentes, del activismo de La Crida y de la izquierda nacionalista que siempre fue el PSUC y luego derivó en ICV. Sànchez, a su vez, ha tenido a un gran estratega a su lado, David Madí, uno de los más astutos que, siempre en un segundo plano, ha seguido muy de cerca y como protagonista de excepción todo el proceso independentista desde 2012.
Esa escuela, esa profesionalidad del convergente, ahora camuflado en un movimiento que impulsó Carles Puigdemont --también un convergente desde muy joven, aunque no se sintiera a gusto con el autonomismo de Pujol-- ha ganado una primera batalla a ERC. El acuerdo para formar el nuevo Govern tras las elecciones del 14F, sin embargo, no debería llevar a la sorpresa. Si las posiciones se intercambiaron tras esos comicios, al quedar Esquerra por delante de Junts per Catalunya, parecía lógico que departamentos como Economía pasaran a depender de los posconvergentes, una vez Pere Aragonès se aseguraba la presidencia de la Generalitat.
Ya no se trata de avanzar hacia la independencia. Eso es lo de menos. Quedará la retórica, y la hoja de ruta, con la presión de las diezmadas entidades soberanistas, como la ANC y Òmnium Cultural, que las dos formaciones --JxCat y ERC-- podrán dejar de lado con cierta facilidad. Ahora lo que estaba en juego eran las líneas de corte del poder, del poder más crudo, y con la intención de gestionar una situación muy complicada, pero que presenta, también, enormes oportunidades con los fondos europeos. En la Generalitat, en los próximos años, habrá dinero y capacidad. Y quien sepa transformar esos fondos en proyectos concretos, y en venderlos con intención tendrá una posición ganadora a medio plazo. Junts per Catalunya y Esquerra lo saben. Con una ventaja, sin embargo, para Esquerra. Y es que tiene 13 diputados en el Congreso y la alianza que establezca con el Gobierno de Pedro Sánchez puede ser trascendental. Eso no lo tiene JxCat, que irá a rebufo, digan lo que digan sus dirigentes, de lo que pueda lograr ERC.
Jordi Sànchez, que llegó a la cúspide de la ANC, con las buenas artes de David Madí, sabía que ERC no tenía ninguna alternativa. Un gobierno en solitario de Pere Aragonès era una quimera y, de hecho, hubiera sido un desastre para el propio Aragonès, ahogado por un Parlament en el que JxCat le hubiera hecho la vida imposible. Sànchez sabía que los Comuns no entrarían nunca en un Govern tripartito, es decir, con ERC y JxCat. Y que el PSC, en ningún caso, podía ahora dar el paso para apoyar a los republicanos.
Esquerra no tenía otra alternativa que la de negociar con JxCat porque, aunque quedó por delante de los posconvergentes, sólo fue por la mínima. No tiene la hegemonía del independentismo, y tampoco la tiene Junts per Catalunya. Esa es la realidad, la de un mundo que mantiene su vigor, pese a perder 700.000 votos el 14F, porque hay una realidad sociológica que no se puede ignorar y todavía los protagonistas del octubre de 2017 siguen en la cárcel. Esquerra no fue consciente de eso, y jugó en varias direcciones. Debe saber que, todavía, no está en esa situación. Sigue en el campo nacionalista. De hecho, nunca ha salido de ahí. Hay que recordar que Heribert Barrera no dudó en ningún momento en apuntalar al primer Jordi Pujol tras las elecciones de 1980. Ni se le pasó por la cabeza mirar hacia el PSC de Joan Reventós.
La profesionalidad convergente en el arte de utilizar las palancas del poder se ha demostrado una vez más. Otra cosa será que Pere Aragonès demuestre un fuste que se le intuye y, desde la presidencia de la Generalitat, acabe proyectando un nuevo poder que anule a los nuevos alumnos convergentes, desde Elsa Artadi a Jordi Puigneró. Por lo menos tiene una oportunidad. No menor. Esquerra tendrá un presidente de la Generalitat, el primero desde la recuperación de la democracia, y que se añade a los históricos Macià y Companys.
Y no podemos olvidar a los amateurs, desde Joan Canadell, Laura Borràs, Francesc de Dalmases al propio Quim Torra. Han quedado en fuera de juego con sus proclamas a favor de que JxCat se quedara en la oposición. Eso, en el manual del convergente, nunca.