Este mes de abril me he leído los dos primeros tomos de Mi lucha, la serie autobiográfica escrita por el autor noruego Klaus Ove Knausgard (en total hay seis) y me ha gustado volver a Noruega, aunque fuera a través de la imaginación. Le guardo un enorme cariño a este país escandinavo, ya que fue el destino final de mi primer viaje en coche con amigas. Fue en junio de 2002, justo después de que dos de nosotras nos graduásemos en la universidad. Queríamos celebrar que por fin éramos libres de tener que estudiar y decidimos acompañar a nuestra amiga Sandra hasta Bergen, en la costa oeste de Noruega, donde ella iba a cursar un trimestre de intercambio.

El viaje estuvo genial. Recuerdo que nuestra primera parada fue Dijon, en Francia, y tuvimos que cenar en un McDonald’s o algo parecido porque llegamos a las nueve y ya estaba todo cerrado; también estuvimos en Amberes, donde estuvimos al menos un par de horas buscando el coche porque nos olvidamos totalmente de donde lo habíamos aparcado; en casa de mi amigo Bram, en Rotterdam, donde nos fumamos todo y más y por poco se nos desencaja la mandíbula de tanto reír; en Hamburgo (llovía a cántaros); en Aalborg, con su preciosa puesta de sol y sus turistas borrachos, en plan Lloret de Mar, y de allí llegamos hasta la punta de Dinamarca para coger el ferry hasta Kristiansand, en Noruega. Hacía calor y a las ocho de la noche lucía el sol y  había mucha gente en la playa jugando a voley y bebiendo vino blanco. De Kristiansand fuimos subiendo sin prisas hasta Bergen, durmiendo en albergues que ofrecían desayunos de campeonato con vistas a la imponente naturaleza nórdica.

Soy consciente de que viajar en coche no es muy beneficioso para el medio ambiente, pero para mí no existe mejor forma de recorrer mundo que sentada al volante. Cada vez que lo he hecho --sola, en família, con pareja, con amigos-- he tenido una extraña sensación de libertad, como si el sentido de la vida se redujera a contemplar el mundo por la ventanilla y detenerme cuando quiero.

“¿Qué por qué quiero hacer un road trip? Porque la vida en casa es demasiado decepcionante”, explica en un vídeo Su Min, una jubilada china que, harta de las tareas del hogar y de un matrimonio infeliz, decidió recorrer su país en coche y se ha convertido en un icono feminista. 

“He sido esposa, madre y abuela. Me he ido todo este tiempo para encontrarme a mi misma”, comentó en una entrevista reciente con The New York Times a raíz de la fama que ha obtenido en su país gracias a los vídeos que cuelga en las redes sociales. A lo largo del viaje, Su Min ha ido colgando vídeos en los que explica que se siente maravillada con tanta libertad: puede conducir tan rápido como le da la gana, comer lo que le da la gana, hacer amigos en cada lugar que para, sin necesidad de aguantar a un marido que no la trata bien o dedicarse a tareas aburridas de la casa. “No sabía que había tanta gente como yo”, explicó, en referencia a los millones de mujeres de su país que han visto sus vídeos y le escriben para expresar su admiración. Su Min dice que volverá a casa, que no quiere divorciarse, pero que aún no sabe cuándo.

“No hay que olvidarse de que el destino del viaje es el viaje en sí”, escribe el publicista estadounidense Richard Ratay en el libro Don’t make me pullover: an informal history of the family road trip, un recorrido nostálgico por la historia del tradicional “road trip” americano, desde sus inicios, en los años 50, coincidiendo con el auge de las autopistas interestatales, hasta la actualidad . Según Ratay, ahora que cada uno tiene su móvil y otros dispositivos para refugiarse en su pequeño mundo durante el viaje, “estamos más distantes, y será difícil recuperar esa experiencia compartida que recordamos con tanto cariño”.  Puede que tenga razón, pero cuando vuelva la normalidad, lo intentaremos.