Desde 1980, en Cataluña se ha desarrollado un peculiar y conocido fenómeno de progresiva implantación del nacionalcatalanismo. Fueron muy pocas --unas 2.300-- las voces que denunciaron desde el primer momento ese proyecto uniformizador basado en la mentira y la exclusión, pero que tanto favorecía a las incipientes elites políticas y su cada vez más numerosa y transversal clerecía y nomenklatura.
El tan celebrado “oasis catalán” (eufemismo de régimen nacionalista protoautoritario) consistió en la administración de pesebres a cambio de no poner en duda ni la corrupción del 3% ni los dogmas que poco a poco se iban difundiendo desde medios visuales, orales o escritos sobre las bondades de una Catalunya triomfant, rica i plena. Incluso, la disidencia puntual estaba bien vista porque daba al régimen una pátina democrática. La estrategia pujolista para combatir a esos pocos resistentes no fue ponerlos en pública evidencia sino ignorarlos. La indiferencia fue un arma eficaz de censura, exclusión y silencio.
La creación de unas pocas asociaciones “antinacionalistas” en la última década del siglo pasado y de un partido del mismo signo a comienzos del XXI dejó al descubierto muchas de las vergüenzas del régimen nacionalcatalán. La inesperada denuncia de Pasqual Maragall sobre el 3% fue otro paso decisivo. Los voceros nacionalistas intensificaron el señalamiento de los grupos críticos con la reiterada cantinela de “fachas generadores de bronca” por atreverse a cuestionar el dogma sagrado de la inmersión, la escola catalana, la llengua propia, el victimismo, el robo fiscal o la catalanofobia española, entre otras tantas falacias. Los socialistas optaron por hacerse cómplices lights del régimen, hasta el reciente y, de momento, coyuntural giro encabezado por Salvador Illa y Eva Granados. Los psuqueros callaron hasta que Joan Coscubiela estalló en un inolvidable discurso el 7 de septiembre de 2017; sus herederos, los comunes, no han abandonado las viejas y reaccionarias andadas.
En la última década, la ofensiva nacionalista para señalar al otro ha sido cada más intensa. El último episodio ha sido el linchamiento en redes del escritor Javier Cercas por afirmar que España es una democracia, que el rey paró el golpe del 23F y que las élites políticas y económicas catalanas son las que han encabezado el procés. El acoso no es nuevo. El escritor ha asegurado que desde hace diez años está siendo duramente insultado desde los púlpitos independentistas.
Se constata, pues, que desde 2010 se ha producido un cambio significativo. De la indiferencia pujolista hacia el disidente se ha pasado a marcarlo públicamente, como si se viviera en un régimen totalitario. El guerracivilismo y el odio, esencias del franquismo, sobreviven todavía entre los nacionalistas radicales, y no sólo porque el presidenciable Aragonès o la fugada Rovira, entre muchos otros, sean herederos familiares de élites franquistas. En realidad, muchos líderes y militantes de ERC ya practicaban este señalamiento al diferente desde su fundación como partido político hace noventa años.
No estaría de más que la clase dirigente catalana y su numerosa clerecía recibieran un curso actualizado e intensivo sobre valores democráticos. Pero, mientras esto no suceda y el independentismo persista en la persecución de la pluralidad, actitudes valientes como las de Cercas son más que necesarias y dignas de todo el apoyo de aquellos ciudadanos que crean que la democracia y el respeto mutuo son fundamentos irrenunciables para la convivencia o, al menos, para la cohabitación, como en Suiza.
Hace muchos años, recordó en una ocasión Luis Carandell, que en el cantón de Zurich ni los socialistas ni los liberal-conservadores tenían dinero suficiente para fundar su propio periódico. Decidieron que la única solución era crear un órgano oficial compartido: el Wochenblatt. El acuerdo fue sencillo: la primera parte del diario sería para los conservadores y la segunda para los socialistas. Hecho el reparto y fuese cual fuese el resultado electoral, unos y otros continuarían con sus críticas al adversario, pero en sus respectivas páginas. Un buen ejemplo para refundar Tv3 y, de ese modo, las opiniones de los catalanes no nacionalistas dejen de ser tenidas por extrañas, sino como propias, porque, ante el diluvio de insultos, ciudadanos como Cercas ni se van a callar ni se van a marchar. La democracia necesita más Cercas.