Un socialista dijo tres frases en castellano durante el culebrón de no-investidura en el Parlament y los independentistas, a la vez que sus columnistas afines, se rasgaron sus muy catalanas vestiduras. Anatema, sentenciaron los verdaderos patriotas. Salvador Illa, el líder del PSC, profanó una ley no escrita: en la Cámara solo se puede hablar en una de las lenguas oficiales de Cataluña. La otra, lengua materna del 55% de la población, está proscrita, condenada a la intimidad. En la Cámara, dicen, el español es un idioma que impide la concordia, porque es el que habla la derecha. Y yo que creía que la lengua de Machado, de Valle Inclán, de Alberti, era un derecho de todos los catalanes. No cuela tanta manipulación de la realidad. Las acusaciones a las lenguas no van a tapar la falta de diálogo y la inestabilidad política de unos gobiernos independentistas que nos están llevando al caos.
Como “parrafadas”, un término despectivo según la RAE, han llegado a describirse las frases pronunciadas por Illa en castellano. El candidato socialista se extendió con los problemas reales del país, sociales y económicos, casi siempre en catalán; pero unas pocas frases en español llevaron a algún analista político a afirmar que, hablando así, el socialismo dinamita su papel en la búsqueda de la concordia e impide un pacto con ERC.
¿Qué pacto? El candidato de Esquerra, Pere Aragonès, ha afirmado antes, durante y después de la campaña electoral que nunca formará Gobierno con “este PSC”. Sigue Aragonès negociando con Puigdemont todo tipo de cesiones, incluso someter el Govern al Consell per la República, un chiringuito privado, no contemplado en ley alguna. Nadie entiende nada --da igual el acento empleado-- en esta nueva vuelta de tuerca independentista que llevaría a la “bifurcación del poder”. O sea, a que mandara desde Bélgica el estado mayor de Puigdemont, cabeza, por otra parte, del tercer partido en votos.
Se echa en falta entre algunos intelectuales catalanes una mirada a su alrededor, más allá del entorno amigo. Que hablen sin miedo a decir lo que piensan, a declarar su independentismo o constitucionalismo. Las medias tintas no tienen base en la que apoyarse. Hablen como lo hicieron en su tiempo, en aquel vanguardista Noucentisme de principios del siglo XX, intelectuales ibéricos de la altura de Ortega y Gasset, Prat de la Riba, Eugeni d’Ors o Josep Pla. Dejen de moverse entre dos aguas y defiendan la cultura y sus lenguas más allá de la política.
El “hábleme en español” del franquismo no puede ser sustituido por el tajante “a Catalunya es parla català”. Simplemente, es falso. Más del 80% de la población habla, mejor o peor, las dos lenguas. La continua bronca y las amenazas de unilateralidad parecen esconder el simple interés de quienes quieren seguir ocupando sillas, controlando medios de comunicación o dirigiendo instituciones, algunas creadas ex profeso para gratificar a sus fieles.
Las invitaciones a que nos marchemos de nuestro país o las pintadas amenazadoras lo único que consiguen es agotar a personas que hemos pasado más de media vida defendiendo la necesidad de apoyar el catalán, la lengua minoritaria, la que, incluso durante el franquismo, nos enseñaron nuestras familias. Ahora nos toca defender la cultura castellana de tanto ultranacionalista intolerante.
La Transición a una democracia europea nos devolvió el diálogo y las lenguas propias con un absoluto consenso de derechas, izquierdas y nacionalismos. Sigue siendo así en Euskadi, donde un sensato y fuerte PNV se abstiene de utilizar el euskera como instrumento de bloqueo y ha decidido que no es el momento de reformar el Estatuto vasco en un Parlamento donde es habitual que convivan sus dos lenguas.
La caída del nacionalismo conservador y hegemónico de Convergència, junto al crecimiento de ERC y la CUP, han fragmentado el independentismo. Se ha convertido en un grupo sin más ideología que el poder, que recela de sus propios socios. Los votos de Pujol repartidos entre los seguidores de Puigdemont y de Junqueras han provocado la incapacidad de gobernar juntos, aunque lo volverán a hacer.
Es absurdo que los independentistas, con los votos de una cuarta parte de la población catalana (el 26% del censo electoral total), pretendan convertir el Parlament en la Cámara de una república imaginaria donde los ciudadanos debemos hacer ver que solo hablamos catalán, porque ese es el idioma único, oficial y correcto, el que nos llevaría a la concordia. Sin embargo, pese a los intolerantes, el castellano es también un derecho de los catalanes. Déjense de Jocs Florals.