La diputada Gemma Geis de JxCat le formuló a Pere Aragonès la pregunta clave del debate, al menos del debate entre independentistas, que es el que nos tiene sin gobierno desde hace más de un año: ¿Qué haremos cuando nos digan que no a la amnistía y a la autodeterminación? El fallido candidato de ERC a la investidura no respondió, se limitó a dejar constancia de una evidencia: “es dificilísimo, ya lo sé”. En la voluntad o la posibilidad de eludir la respuesta a esta pregunta crucial radica el futuro del acuerdo entre los dos grupos. Todo lo demás huele a humo, aunque parte del humo proceda de este fuego, como es el caso del papel del Consell per la República que tanto interesa a los implicados.
La pugna por el control del aparato de propaganda internacional no tendría ningún sentido si algunos de los protagonistas pensara en serio que el gobierno de Pedro Sánchez elaborará una ley de amnistía y a continuación aceptará la convocatoria de un referéndum de autodeterminación. De ser así, lo relevante sería estar en la comisión organizadora de la fiesta independentista. La proyección internacional del conflicto que Carles Puigdemont quiere retener en la entidad republicana con sede social en Waterloo solo se explica por la convicción de que el Estado español y su gobierno constitucional negaran ambas exigencias y la denuncia de esta actitud seguirá siendo el único discurso.
La sospecha del independentismo de un no rotundo a sus expectativas es probablemente el único elemento realista y sincero de su análisis. Y aun así, Pere Aragonès ha convertido ambos compromisos (amnistía y autodeterminación) en la piedra angular de su programa de gobierno. Para JxCat el horizonte al que Aragonès no quiere enfrentarse (al menos públicamente) es su escenario preferido y antes de apoyar formalmente su investidura pretende arrastrar al presidenciable de ERC al aventurado juego de formular propuestas para después de una nueva derrota.
La pregunta de Geis sitúa a Aragonès en una disyuntiva cruel, que es, sin embargo, extraordinariamente clarificadora. O decir la verdad y abrazar sinceramente el pragmatismo, consolidando los obstáculos para su investidura; o seguir alimentando la ilusión de que todo es posible con solo soñarlo y obtener el voto y el aplauso del legitimismo, encaminándose decididamente al fracaso de su presidencia.
Si Sánchez dijera sí a todo, fiesta nacional; pero, ¿qué podrá hacer Aragonès de ser presidente cuando el gobierno central manifieste oficialmente que sus exigencias no pueden ser asumidas? Puede aceptar los indultos personales como sucedáneos de la amnistía y la reforma del Código Penal como primer paso para abrir la puerta del retorno de Puigdemont o alinearse con quienes querrán reavivar la DUI y llamar al sometent independentista para hacerse con la calle. Respecto del rechazo a la autodeterminación, puede reaccionar reconvocando un referéndum prohibido para obtener un nuevo automandato unilateralista o intentar convencer al PSOE de que acepte las tesis de muchos juristas que ven perfectamente constitucional la convocatoria para los catalanes de una consulta no vinculante sobre su futuro.
Las lecturas enfrentadas a las diversas opciones podrían convertirse en un factor de división insuperable para el movimiento independentista. Donde unos verían la apertura de una brecha de esperanza gracias al diálogo, otros verían una rendición y exhibirían la mayor de las indignaciones por tanto esfuerzo baldío. No es de extrañar que Pere Aragonès pretenda pasar de puntillas por las consecuencias de sus promesas imposibles ni que Puigdemont quiera hacerle un retrato de pusilánime antes de concederle las llaves del Palau de la Generalitat.
ERC está ansiosa por conseguir la presidencia de la Generalitat para seguir los pasos de Francesc Macià y necesita tiempo para enfrentar la disyuntiva inevitable entre pragmáticos y prestidigitadores, sabiendo que plantearla en plena negociación de investidura podría ser un suicidio político. Los republicanos no han planeado las negociaciones con demasiado acierto (ya les ocurrió en el caso de la alcaldía de Barcelona) pero tampoco es previsible que vayan a caer en la trampa que les está tendiendo JxCat en estos días de nervios.
De entrada, de alinearse abiertamente ERC con la estrategia de la confrontación de JxCat perdería toda lógica la permanencia en la mesa de negociación y de rebote su participación en la mayoría parlamentaria de Pedro Sánchez se convertiría en una flagrante contradicción. Para evitarse tantos equilibrios, JxCat les ofrece una segunda artimaña, la unidad táctica en el Congreso. Unos linces.