He contado hasta 100 y aguardado unos días antes de escribir este artículo. Y al hacerlo, sin apenas darme cuenta, me he visto tarareando una vieja canción satírica de Moncho Alpuente que causó furor en su época. La cantaba un grupo denominado Las Madres del Cordero. Llevaba por titulo La niña tonta de papá rico. En ella Moncho se mofaba de las hijas de familias acomodadas que, nada más llegar a la universidad, se sumaban a la moda de turno adoptando el credo, el lenguaje y la estética de los activistas progres. Una de sus estrofas más coreadas era aquella que decía: ”la niña tonta tiene opiniones, sobre la guerra y sobre la paz; la niña tonta dice que es libre, está de moda en su facultad...” Pues sí amigos, hay mucha niña --y niño tonto-- con micro y cámara a su disposición en este país de falsos exiliados y pegajosa ratafía. Los hay cobrando un pastón dispuestos a opinar sobre lo divino y lo humano, sobre la supuesta represión del estado español y la libertad de expresión. Les cuento todo esto tras enterarme de que una presentadora de Catalunya Ràdio ha afirmado en antena, refiriéndose a los altercados, saqueos y quema de contenedores, que ese tipo de violencia está justificada, que es lógica y recomendable para conseguir que las cosas cambien, que la vía pacifica ha fracasado. No suficientemente satisfecha con esas manifestaciones, completó su psicodrama agitativo erigiéndose en defensora de todos los jóvenes oprimidos y parias de la tierra.
No tengo nada que objetar a la libre expresión de ideas y pensamientos de esa persona en cuestión, pero sí al empleo de altavoces y recursos públicos para justificar la violencia. Esta locuaz agitadora de las ondas de la que les hablo, Juliana Canet, participa como tertuliana en el Tot es Mou de TV3 y en el Matí de Catalunya Ràdio. Allí acude como ‘especialista en adolescentes’. Esta aprendiz de Pilar Rahola ha facturado durante el pasado 2020 más de cinco mil euros por intervenir en el Tot es Mou, y unos tres mil en el El Matí de Catalunya Ràdio. El programa en el que ejerce de copresentadora le ha costado a la Corporació Catalana de Mitjans Audivisuals alrededor de 150.000 euros. Y no es la única. Ejercer la agit-prop en este país tan rebosante de frikismo político y descontrol mediático, sale a cuenta. Como pueden comprobar la demagogia populista también intenta hacerse un hueco en el ámbito de la información y el entretenimiento.
Y lo hace ante la mirada displicente de unas autoridades audiovisuales --Vicent Sanchis y Núria Llorach-- a las que sólo les preocupa tener satisfecho al Govern y seguir cobrando unos buenos honorarios. ¿Por qué el CAC (Consell de l'Audiovisual de Catalunya) no actúa de oficio ante la sacralización de la violencia? Seguramente porque el comisario político que lo preside, Roger Loppacher, no quiere incomodar a sus patrones.
El catedrático Josep Fontana, hablando de Alejandro Lerroux, nos contaba la leyenda de que el tribuno republicano-radical acudía en tren a Barcelona vestido con elegancia y esmero pero, al aproximarse a la ciudad condal y antes de mitinear en el Paralelo, se vestía de obrero para blandir un mendrugo de pan con una sardina rancia y exclamar ante sus seguidores: ‘Esta es mi cena de hoy’. No se qué de cierto hay en ello, pero es evidente que la demagogia de antaño sigue habitando entre nosotros remasterizada. Las niñas y niños tontos de papás ricos están ahí, intentando capitanear rebeliones y vivir emociones fuertes. Tienen poco que perder, sus espaldas están resguardadas y su patrimonio garantizado. Sueñan con crear un 'Ravachol colectivo', anárquico y violento, dispuesto a castigar al sistema. Les trae sin cuidado que un agente de la autoridad pueda morir abrasado en el interior de una furgoneta policial, les importa un comino que los comerciantes vean arder sus expositores y los vecinos el mobiliario urbano... Esto no puede seguir así. Las autoridades han de restablecer la normalidad y el ciudadano sensato combatir el verbo incendiario de estos falsos profetas predicadores del desorden. Para otra ocasión dejaremos el análisis de la actitud de algunos medios de comunicación; sí, de esos que dan cobijo y audiencia a los que justifican y relativizan la violencia callejera.