Hay pocas dudas de que las fuerzas independentistas volverán a entenderse para formar Govern tras unas elecciones que fueron provocadas, no lo olvidemos, por su incapacidad de acabar la legislatura. Cuando estalló la pandemia, lo razonable hubiera sido agotar el mandato en lugar de anteponer su pugna por la hegemonía. El resultado del 14F no resuelve esta cuestión, ya que han vuelto a empatar: ERC gana por solo 35.000 votos y saca un diputado más que Junts. Si la lista de Carles Puigdemont ha quedado esta vez por detrás es por la escisión del PDECat, que se ha llevado a la papelera 77.000 votos. El fracaso de la opción neoconvergente, apadrinada por el PNV, es muy reveladora de la radicalización nacionalista que se ha instalado en gran parte de las rentas altas. En nueve de los 10 municipios catalanes más ricos, Junts ha sido la primera fuerza con porcentajes de apoyo que van desde del 25,5% en Tiana hasta el 42,3% en Matadepera, pasando por el 29,3% en Sant Cugat del Vallès. En cambio, el partido de Àngels Chacón, pese a disponer de un poder municipal importante con 170 alcaldes, no ha podido abrirse un hueco en el Parlament, incluso pese a la baja participación. En las localidades acomodadas sus resultados son también pobrísimos. Su fiasco, con el que Artur Mas culmina una trayectoria política gafada desde que puso en marcha el procés, indica que la Cataluña antaño pujolista se ha hecho irremediablemente separatista, incluso por encima de sus intereses materiales.
Las elecciones del 14F no nos dejan un escenario mejor, sino algo peor. Es muy preocupante que la derecha liberal se haya hundido en beneficio de la ultraderecha populista. O que el separatismo haya reforzado su mayoría absoluta y pueda esgrimir en adelante haber cruzado la raya del 50% en votos, aunque solo represente el 27% del censo electoral y sus dos millones de votantes de 2017 se hayan reducido a poco más de un millón cuatrocientos mil. El agotamiento está en ambos lados de la fractura, aunque no en la misma proporción porque las clases medias y altas votan siempre más que las clases trabajadoras y populares.
El recambio de ERC en la dirección de Generalitat con Pere Aragonès como probable president no supone ninguna mejora sustancial. Es cierto que los republicanos sostienen al Gobierno español de izquierdas, pero es un apoyo coyuntural y condicionado al avance de sus planteamientos autodeterministas. El diálogo que exigen es unidimensional, solo entre Cataluña y el Estado, en lugar de aceptar que el conflicto, como todo problema identitario, es ante todo entre catalanes. Otra prueba de esa actitud intransigente de los republicanos es la demonización constante del PSC, contra quien levantan un muro de argumentos viscerales que Oriol Junqueras se encarga de alimentar en cada entrevista. "Somos las dos fuerzas más antagónicas del Parlament. El PSC encarna los valores de una monarquía corrupta y decadente; nosotros, los valores de una república. El PSC se ha manifestado con la extrema derecha repetidamente, y estaba dispuesto a aceptar sus votos", declaró Al Rojo Vivo para justificar su negativa a explorar un acuerdo con el ganador del 14F, Salvador Illa. El líder ERC se ha convertido en un político tóxico que proyecta un fuerte resentimiento hacia los socialistas, acusándolos de alegrarse de su situación penitenciaria, en lugar de reconocer sus errores y la incoherencia entre lo hizo en 2017 y lo que ahora defiende.
¿Hay alguna razón para ver la botella medio llena con Aragonès al frente de la Generalitat? Es cierto que es un profesional de la política, a las antípodas del activista que fue Quim Torra, y que priorizará la estabilidad del Govern para consolidar su presidencia. A medio plazo ERC no tiene prisa e intentará zafarse de la presión de Junts, pero tendrá que aceptar muchas de las condiciones de sus socios, incluso la posibilidad de que la CUP exija esta vez ocupar algunas consejerías. Cuando la mesa de diálogo con el Gobierno español concluya con la negativa a la autodeterminación, o si el Parlament vuelve a pedir al Congreso, como ya ocurrió en 2014, el traspaso de la competencia para celebrar un referéndum y obtenga un nuevo rechazo, el independentismo volverá a plantear un desacato al orden constitucional. En su programa de gobierno amenazarán con volver a la unilateralidad, de lo contrario Junts no votará la investidura del republicano. ERC jugará a una legislatura de dos tiempos. El primero será tranquilo, pandémico, de consolidación de su poder y de la figura de Aragonès, mientras continúan con la agitación y la propaganda, tanto dentro como fuera de España. El segundo tiempo será de tensión creciente con el Gobierno y el Estado hasta un nuevo choque, que ERC gestionará hasta el límite de sus posibilidades y con el ojo puesto en sus rivales de Junts. Todo es bastante previsible.