Los banqueros españoles han despedido el pandémico 2020 con una sensación de pesadilla que por nada del mundo desearían repetir y pretenden arrumbarla al olvido en el plazo más breve posible.
El motivo de su desazón reside en la devastadora caída que el año pasado sufrieron los beneficios de los seis “grandes”, a saber, Santander, BBVA, Caixabank, Bankia, Sabadell y Bankinter.
El Santander protagoniza el caso más extremo. No solo no obtuvo ganancia alguna, sino que cerró sus cuentas con pérdidas. Es esta la primera vez que la veterana entidad cántabra registra un revés de ese género a lo largo de su siglo y medio de existencia.
Además, la cuantía del tropiezo es de bulto considerable. Asciende a nada menos que 8.800 millones. Este océano de tinta roja contrasta radicalmente con el superávit de 6.500 millones que el feudo de la familia Botín declaró en 2019.
Los restantes miembros del exclusivo club de las altas finanzas no llegaron a incurrir en saldos adversos. Pero el volumen de sus utilidades experimentó drásticos derrumbes, que van desde el 63% de BBVA y el 57% de Bankia, hasta el 19% de Caixabank, pasando por el 42% de Bankinter.
Por su parte, el pinchazo del Sabadell rozó el 100%, pues su resultado se redujo a un par de escuálidos millones. Ello equivale a la volatilización del lucro cosechado en el ejercicio precedente, que se cifró en 768 millones.
En conjunto, pues, el sexteto bancario liquidó el aciago 2020 con un quebranto de 5.500 millones. Tal agujero se contrapone a los 13.600 millones positivos que había lucido un año antes.
El viraje no puede ser más espectacular. Se explica en buena parte por el tremebundo impacto del coronavirus. Este fenómeno, de escala planetaria, ha forzado a nuestros seis colosos a realizar provisiones extraordinarias por valor de 9.200 millones. Se destinan a prevenir los riesgos crecientes de impago que gravitan sobre una enorme masa de créditos y líneas de financiación del orden de los 160.000 millones.
En términos generales, la morosidad está trepando a cotas cada vez más elevadas, si bien todavía anda lejos de los siniestros índices de la anterior crisis, desatada en 2008. Se prevé que lleguen al techo de la presente fase depresiva en el segundo semestre de este año o a comienzos del próximo.
Pero el Covid no es la única fuente de desgracias de la banca. De hecho, se suma a otros varios factores que desde hace tiempo lastran la rentabilidad de los intermediarios del dinero.
Uno de ellos estriba en unos tipos de interés próximos a cero, que determinan presiones constantes sobre los márgenes.
Otro factor deriva del auge meteórico del tráfico digital, como consecuencia del cual las redes de oficinas y las plantillas quedan sobredimensionadas. Por ello es obligado someterlas a ajustes permanentes, pues siguen sobrando sucursales y empleados por millares.
A este respecto, en los últimos meses 1.800 personas han salido de forma voluntaria del Sabadell. El Santander ya ha pactado con los sindicatos la amortización de 3.600 empleos.
Y queda por detallar el recorte que Caixabank y Bankia habrán de acometer cuando formalicen su magna fusión. Los gestores de las dos instituciones se abstienen prudentemente de facilitar pistas sobre la magnitud de la poda, pero se sospecha que alcanzará vastas proporciones.
En resumen, el entramado bancario se encuentra en ebullición. Atraviesa una etapa de crisis similar a las que se sucedieron cíclicamente en el pasado. Solo que en esta ocasión, el fenómeno mundial del virus introduce una carga ponzoñosa adicional de tamaño gigantesco. No es de extrañar que muchos mandamases del sistema tengan el alma en vilo y les cueste horrores conciliar el sueño.