El 14F iremos a votar, sí o sí. Si este domingo hubiera elecciones generales no iríamos, pero en Cataluña es inevitable. Como el melón tiene profundas estrías de éstos últimos diez años, los constitucionalistas tenemos el deber, no sólo el derecho, de ir a votar presencialmente o por correo certificado, tanto da.

Me imagino, seguro, que los independentistas pensarán lo mismo. Me duele la situación de Cataluña y de España. En las elecciones generales no iríamos a votar porque no nos gusta ningún partido político, pero en éstas sí tenemos la obligación. De forma personal o por correo, que ya tenemos una edad.

Estoy harto de que los líderes políticos nos mientan: Junts per Catalunya, que continuará con el órdago del 2017, el fugado Carles Puigdemont también, pero dudo que su delegada Laura Borràs quiera pasar una temporada en la sombra como Oriol Junqueras. El secretario general de ERC tampoco, porque no es tonto: cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar.

Miente el candidato Carlos Carrizosa con Ciudadanos cuando dice que el PSC de Salvador Illa quiere repetir la experiencia de Pasqual Maragall de 2003 y la de José Montilla tres años después, porque el guion ha cambiado radicalmente. Por eso no soporto la mentira, ni que nos quieran tratar de tontos. Miente y lo sabe, porque es conciente de la hecatombe que le espera.

Todos nos engañan, --salvo el socialista Salvador Illa y el secretario general de ERC--, cuando dicen que se repetirá el tripartito de la primera década de este siglo, porque todo ha cambiado. Nada es lo que entonces era, por eso ha irrumpido Vox, un fenómeno que sólo se entiende por la radicalización del nacionalismo, que ha pasado a ser un radicalismo separatista. Es el mundo al revés: los ex convergentes son más radicales que Oriol Junqueras porque tres años en la sombra lo han dejado en blanco. Entiendo que pidan amnistía, y que el gobierno no se la dé.

Hace muchos años que mi redactor jefe de la Revista que dirigía, José Cañas Escamilla, era funcionario de Correos y estafó al Estado. Su mujer inocente, también funcionaria, me pidió que, después de estar una buena temporada en la cárcel, lo contratará para pasar el día trabajando y el fin de semana libre como los del Procés. Le hice el favor, pese al delito cometido. Le cayeron siete años en la sombra.