El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), ha confirmado la suspensión del decreto del Gobierno de la Generalitat que suspendía las elecciones catalanas del 14 de febrero.
Si el decreto siguiera vigente, el día 14 de febrero yo no podría votar pero iría a comprar el periódico al quiosco de la esquina de mi casa; en el camino, me cruzaría con algunas personas en la escalera y en la calle. Luego iría al supermercado que tiene abierto los domingos, me pondría gel en las manos y, procurando guardar las distancias, compraría con prudencia lo que me olvidé de comprar el día anterior; haría la cola de la caja, también guardando distancias, me cruzaría con la persona que está en la entrada pidiendo limosna y quizás le daría un poco de cambio que me quedase en el bolsillo, procurando no tocarnos. Después saldría a pasear por el parque donde me cruzaría con gente que pasea al perro o que hace gimnasia al aire libre. Puede que me sentase a tomar un café en un bar, mientras leyese el diario. Quizás, por la tarde, me animaría y me iría al cine.
Al día siguiente lunes, mi nieto cogerá el tren e irá al instituto, tal y como hace tres veces a la semana desde el mes de septiembre. Es posible que durante parte del trayecto coincida con compañeros de clase que comparten recorrido. En la escuela se pasará ocho horas con otros compañeros y volverá a casa con sus padres, que habrán ido, a su vez a trabajar. Quizás, salga a la calle a hacer un poco de “parkour”. Todo con distancia, mascarilla, gel e hiperventilación.
Cuando llegue la semana blanca, en febrero, los niños pijos irán a esquiar y durante todo este tiempo, desde hace meses, los que tienen segunda residencia habrán cogido el coche, quizás el jueves por la tarde para evitar las restricciones de final de semana y volverán el lunes a primera hora. Los que puedan, quizás tele-trabajarán desde casa; otros, compartirán coche para ir a trabajar, o se reunirán en el autobús o el metro con desconocidos, durante un trayecto más o menos largo. Unos pocos, saldrán a la calle con bicicletas o patinetes.
Hasta el 14 de febrero y los días siguientes, muchos ciudadanos compraran productos online y les traerán la mercancía hasta la misma puerta de su casa. Otros, una vez a la semana, recibirán en el domicilio a personal de limpieza, que habrá limpiado previamente, en otra casa. Los más dependientes, recibirán cuidadores que los ayudaran a realizar las actividades necesarias para la vida diaria. Los que puedan salir, quizás se acerquen a la peluquería o les apetezca desayunar en el bar y si tienen alguna dolencia se acerquen hasta su centro de atención primaria.
Y aunque exista un decreto que diga que hay confinamientos municipales, los habitantes de cientos de pueblos que actualmente son demasiado pocos para tener escuela, farmacia, panadería o supermercado, cogerán el coche o el autobús para dirigirse a otra localidad dónde sí se ofrecen esos servicios, dónde realizarán los encargos, pasarán todo el día en el trabajo o en la escuela y volverán al cabo de unas horas a sus domicilios. Lo harán porque todas estas actividades son esenciales.
Pero yo, el 14 de febrero, si siguiera vigente el decreto de suspensión de la Generalitat, no podría salir de mi casa con mascarilla para ir al colegio electoral, para insertar un papel en una urna. Ni siquiera haciendo cola en la calle, con gel, con alguien que controlase el aforo y con muchas otras medidas de seguridad que se puedan tomar. Ni siquiera podría hacerlo, aunque fuese lo único que hiciera en todo el día. No podría, tampoco, aunque fuera por correo, en caso de preferirlo a la votación en el mismo colegio electoral. No podría, porque los mismos que hicieron todo lo posible para organizar una votación ilegal y sin garantías democráticas un 1 de octubre de 2017, en este caso parecen estar demasiado asustados ante el posible resultado de las elecciones que ya estaban convocadas, esta vez sí, con garantías.
En el decreto dicen que no podré ir a votar el 14 de febrero, por culpa de la pandemia, aunque las votaciones ya fueron convocadas el 21 de diciembre, en plena tercera ola de la misma y en plenas compras navideñas. Un decreto que suspende las elecciones, aunque el Parlamento ya fue disuelto y dónde no tenemos posibilidad de controlar el gobierno. Unas elecciones, por cierto, convocadas de oficio, siguiendo las pautas y los periodos marcadas por la ley. Eso, porque el Presidente de la Generalitat, inhabilitado por la justicia para ejercer el cargo, aunque ya había dicho hace un año que la legislatura estaba agotada, por intereses partidistas nunca se dignó convocarlas. Y el señor que lo sustituyó firma los decretos como “el vicepresidente del Gobierno en sustitución de la presidencia de la Generalitat”. Y lo firma, aunque no tiene competencias para hacerlo, desconvocando unas elecciones que tampoco tenía capacidad para convocar.
Si el decreto no estuviera suspendido, el 14 de febrero no podría ir a votar aunque la mayoría de los catalanes estemos hasta el gorro (o la mascarilla) de los que nos gobiernan y deseemos cambiarlos, razones no nos faltan. Queremos cambiar de gobierno porque estamos hartos de los que se mantienen en él alimentando las confrontaciones y los odios, alimentando la división social; estamos hartos de sus luchas intestinas por ver quien la tiene más grande (la bandera); porque estamos en una situación de desgobierno total, donde importa poco la salud y el bienestar, donde la educación cada día está peor, donde la economía se hunde, y no se puede legislar, ni elaborar proyectos presupuestarios, ni preparar las propuestas que hay que someter a Bruselas para participar en los fondos comunitarios de inversión. En una palabra, queremos cambiar porque la realidad puede que nos acabe de hundir en nuestra propia decadencia. Pero aunque no tuviéramos ninguna razón de peso para desearlo, como ciudadanos tenemos el derecho de intentarlo.
Estos que se mantienen en el poder, por cierto, se excusan diciendo que no pueden garantizar la seguridad el 14 de febrero. ¿De verdad, con la cantidad de cosas que sí podremos hacer ese mismo día?
De hecho, seguramente no hubieran suspendido las elecciones del 14 de febrero si no fuera porque las encuestas, de pronto, han cambiado las tendencias y parece ser que porque uno de los partidos que se presentaba en las elecciones ha cambiado a su cabeza de lista, a los demás les ha entrado el “canguelis”. A esto le han llamado “efecto Illa”. Y por ver si de aquí a unos meses se ha pasado el efecto Illa, el efecto Covid-19 y el efecto de la próxima nevada, y si por fin todos estamos vacunados y por ver si…pues quizás podamos votar.
El decreto está suspendido. Ese decreto que lo firma alguien que iba primero en una lista. Pues sí, y lo ha firmado como “el vicepresidente del Gobierno en sustitución de la presidencia de la Generalitat”. Pues sí, porque el decreto también dice que las elecciones se convocarán “previo análisis de las circunstancias epidemiológicas y de salud pública”; o sea: no puedan tener certeza sobre la fecha electoral. Pues sí, porque si no se han puesto suficientes vacunas y si el efecto Illa continua, la cosa puede ir para largo. Tan largo, como le parezca al señor que convoca y desconvoca a voluntad de los resultados previsibles según los barómetros electorales. Pues sí, porque poner suficientes vacunas está en manos del mismo que convoca y desconvoca.
¡Dicen que menos mal que aquí somos todos muy democráticos, patriotas y republicanos, no tenemos gobiernos populistas ni nos gobierna nadie que nos recuerde a Trump! Eso sí, algunos por definición, siempre son “first” y les sorprende que algunos ciudadanos digamos que “hasta aquí hemos llegado”.