La elección de Salvador Illa como candidato del PSC en las elecciones del 14 de febrero no ha dejado indiferente a nadie. Desde el mundo independentista, se ha tardado muy poco en descalificar al aún Ministro de Sanidad, de la misma manera que se ha hecho desde ámbitos conservadores. Pero la reacción más intensa, y positiva, proviene de la Cataluña moderada, que ve en la candidatura socialista la posibilidad de un nuevo rumbo en la política catalana.
Una elección que conlleva una salida de Miquel Iceta que se ha venido postergando desde que el independentismo imposibilitó su candidatura a presidir el Senado, en lo que recuerdo como uno de los episodios más lamentables de quienes gobiernan Cataluña. A Iceta se le debe reconocer el haber mantenido con vida el PSC, pese a que muchos auguraban su hundimiento definitivo en plena tempestad procesista, y el sentido institucional que ha impregnado en todo su hacer. Particularmente, además, echaré en falta su ironía que, desde el respeto al otro, es recurso exclusivo de los inteligentes. Quizás por ello, abunda tan poco en nuestra política.
Salvador Illa aporta serenidad y el recobrar un sentido de lo público que parece perdido. Su gestión como Ministro de Sanidad, en los meses más trágicos de la pandemia, ha sido un ejemplo de aplomo y templanza, pese a la radicalidad de sus adversarios políticos. Además, al final resulta que la gestión del coronavirus no ha sido peor que la de la gran mayoría de países occidentales que, antes o después, se han visto superados por una pandemia tan imprevisible como contundente. Añádanle en su haber un elevado grado de conocimiento público, y una experiencia de décadas en la política catalana, y se entiende el revuelo con que ha sido recibida su candidatura a la Generalitat.
Una personalidad del candidato que vienen a coincidir con el perfil de esos sectores moderados que vuelven a creer en la posibilidad de frenar la parálisis en que se ha sumergido el país. Y, entre ellos, una muy buena parte del mundo económico que percibe las consecuencias que, de forma lenta pero imparable, van emergiendo tras tantos años de desorientación.
Y es que algunos de nuestros ricos son realmente curiosos. Llevan años manifestando, en privado claro está, su preocupación por una deriva que alimentaron con su apuesta tan contundente y acrítica a favor del pacto fiscal y el derecho a decidir. Así, ahora dicen estar dispuestos a favorecer una nueva alternativa política, que pueda acabar con la mayoría independentista. Para ello se han abierto a todo aquel que pudiera liderar una opción política alternativa, que no han sido pocos. Incluso les han acogido en sus residencias particulares, para manifestarles su apoyo. Pero de contribuir económicamente, nada. De comprometerse en público, nada. Una curiosa manera de ejercer su responsabilidad social. Pero se entretienen.
Mucha suerte a Salvador Illa y mi reconocimiento a Miquel Iceta. Y buen año a todos.