Ayer se celebró la Inmaculada, patrona de Infantería, y pasado mañana le tocará a la Virgen de Loreto, patrona del Ejército del Aire. En plena semana de efemérides militares, ha caído como una nube de plomo la carta dirigida por ex altos mandos del Ejército al Rey Felipe VI, llamando a un alzamiento y a fusilamientos masivos de los enemigos de España; y otro conjunto de mensajes en pro de una asonada militar, de marcada nostalgia franquista, pero más propia de Pavía por la alcurnia decadente de sus firmantes. Zarzuela se ha limitado al pasmo, un gesto muy borbónico, aplazando su respuesta hasta el discurso de Navidad. Por lo visto, será entonces cuando el monarca tiene previsto remedar a su antepasado con aquel “marchemos francamente y yo el primero...” de Fernando VII, el deseado, cuya restauración acabó paradójicamente con la esperanza. La diferencia es que ahora Felipe VI reinstaurará esta esperanza.
De momento solo ha hablado alto y claro el Jemad, Miguel Ángel Villarroya, un general de contrastado prestigio profesional, que acusa a los autores de los documentos de “dañar la imagen de las fuerzas armadas" y "confundir a la opinión pública". Punto en boca; llegó el comandante y mandó parar, como en la Septembrina liberal de Prim, que abrió el sexenio democrático. Es mejor así, ya que, al fin y al cabo, las medallas oxidadas no computan y sus ufanos portadores llevan años sin entrar en las salas de bandera. En la escena política, la nostalgia del Antiguo Régimen monopolizada por Vox solo obtiene la respuesta del mundo indepe, siempre dispuesto a verificar que el general vive, casi medio siglo después de haber sido enterrado en el Valle de los Caídos. También encuentra demasiado eco en las filas de Podemos, cuyos reproches a la nostalgia dictatorial y a la debilidad de la monarquía acaban pasando factura al Gobierno. El PNV, por su parte, ha vuelto a demostrar que no es manco en el reproche. Aitor Esteban dice ahora que la Constitución está “secuestrada, cuestionada e incumplida” y le pide al rey que ponga límites a militares que, de forma "inaceptable", intentan traspasar el marco democrático.
El perfeccionismo nacionalista tiene estas cosas. Los célibes de Ajuria Enea ya no se acuerdan de la que liaron en la etapa del pacto de Estella, que acabó con la Ley de Partidos de Aznar. Los de la Generalitat catalana, por su parte, boicotean el modelo federal español y, cuando les responden los de la España metafísica, los líderes del procés esconden la mano para denunciar a estos últimos como parte sustancial del Estado autoritario. Pero es falso. ¿En que poder está instalado Vox? ¿Cuánto le queda al partido de Abascal antes de ser fagocitado por el PP, como apuntan ya las últimas encuestas?
Nada de esto sirve para arreglar la complejidad de España, que hoy se enfrenta a un mosaico de crisis múltiples, como la territorial, la constitucional, la pandémica, el relanzamiento económico, el cambio de modelo productivo, la reforma del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el repliegue de la oposición en el insulto y las permanentes descalificaciones en la cámara legislativa. Múltiples crisis, pero todas resolubles desde la democracia, amparada en la Constitución del 78, “inclusiva e integradora”, en palabras de la bravísima presidenta del Congreso, Meritxell Batet, pronunciadas el pasado domingo en la misma Puerta de los Leones de las Cortes Generales.
Ya sabemos que, entre pascuas y ramos, el país se arrima fácilmente al gesto heroico. Si buscan en la hemeroteca encontrarán a un tal Luis Bolín, corresponsal en Londres del ABC, en 1936, que recibió del dueño y director del diario monárquico, el marqués de Luca de Tena, el encargo de alquilar un aeroplano para trasladar al general Franco de Canarias a Marruecos. Al ingeniero Juan de la Cierva, que vivía y trabajaba en Londres, le tocó decidir el modelo y optó por uno de fabricación propia, el De Havilland D.H.89 Dragon Rapide. Así empezó aquella lamentable guerra enterrada en el pasado remoto, a pesar de los renacidos memoralistas atrincherados. Tres años después de aquel célebre vuelo rasante, recreado en una conocida película de Jaime Camino asesorado por el hispanista Ian Gibson, concluía la contienda del millón de muertos y su calamitosa posguerra. Como para ir acordándose cada dos por tres.
El país de bandos y bandazos va desde la retiradas de las figuras ecuestres de la historia, a los martillazos sobre la efigie de Largo Caballero o al intento de liquidar el nombre de Paco Rabal en una calle de Murcia. Son guerritas hirientes, pero muy menores; y lo mismo ocurre con el rumor de sables, pleistoceno de la democracia española, digan lo que digan los que tienen ganas de jarana, como Vox --un partido xenófobo, antidemocrático y antieuropeo-- y los indepes, siempre dispuestos a rasgar el fino cristal de la convivencia.
Lo inopinado es que, entre los jaraneros, también se cuenta el izquierdismo facilón, que vive quiméricamente instalado en el frente del Jarama, escuchando a los abuelos al calor de los braseros o leyendo las páginas eternas de Hemingway y John Dos Pasos. Un paréntesis de silencio nos vendría de perlas; dicen que la llama de la pasión se consume y luego desaparece.