Curiosamente, no hace mucho y casi al mismo tiempo, leía tres noticias que tenían como protagonistas a los monjes benedictinos, la Orden fundada por San Benito en el siglo VI. Más allá de las consideraciones estrictamente religiosas, su papel resultó trascendental en la preservación de la cultura occidental a través de los siglos. Quizás por ello, Pablo VI proclamó a San Benito Patrón de Europa, argumentando el impulso que el Santo dio al consorcio de los pueblos europeos, a la ordenación de la Europa cristiana, y a su unidad espiritual. Con la obediencia, la humildad y el silencio como actitudes inspiradores de la Orden y, por encima de todo, la moderación.

La primera de las noticias se refería a Bob Dreher, a quien desconocía, de quien recientemente se ha traducido su libro La Opción Benedictina, cuya aparición generó un enorme debate, y polémica, en entornos religiosos e intelectuales de Estados Unidos. Según se señala en su referencia, el autor cree que “en un mundo como el actual, que sería semejante a aquel que vio el fin del Imperio romano con la llegada de los bárbaros, es necesario actuar del mismo modo que lo hizo en su día San Benito de Nursia al alejarse de Roma y dedicarse a nuevas formas de comunidad dentro de las cuales pudiera continuar la vida moral, de tal modo que moralidad y civilidad sobrevivieran a las épocas de oscuridad y barbarie que se avecinaban".

Más cerca de nosotros, leía que la Abadía Benedictina de Montserrat había acogido al President de la Generalitat, en su ayuno de dos días para protestar contra la represión del Estado. Una actitud que merece ser respetada, y que me hizo recordar aquellas homilías soberanistas en su Basílica, que habían arrancado el aplauso cerrado de los participantes en la celebración de la misa dominical. Como también aquellas manifestaciones continuadas de monjes benedictinos posicionándose de una parte en una cuestión que fractura la sociedad catalana. Aquella misma sociedad que, en su momento, encontró en Montserrat un factor de cohesión. Hacia la montaña acudían tanto los de ocho apellidos catalanes, como los recién llegados de otra parte de España, que veían en el Monasterio un espacio de integración en su tierra de acogida. Hoy muchos de sus monjes parecen empeñados en que Montserrat no sea de todos.

Pero para extraordinario, el Superior de la Abadía Benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, Santiago Cantera quien, pese a su juventud, acumula una trayectoria tan densa como singular. Entre sus supuestos méritos, el haber sido candidato por una rama de Falange en elecciones legislativas y europeas cuando apenas superaba los 20 años de edad. El Superior viene a decir que los restos de Franco no se tocan, convencido de que los presos forzados a trabajar en el Valle de los Caídos vivían muy bien.

Lo comentado puede entenderse como anécdotas sin mayor trascendencia, o como una muestra paradigmática del desatino colectivo en que nos vamos sumiendo unos y otros. Leeré el libro de Bob Dreher y, si me convence, buscaré nuevas formas de comunidad, pero muy lejos de ese mundo benedictino que los sucesores de su fundador despedazan sin pudor.