Emiliano López Atxurra (Zumaia, 1956), habla con pasión del verdadero cambio de rasante que se aproxima, en España y en el conjunto de Europa. Los riesgos existen, pero también hay enormes oportunidades para que España dé un salto cualitativo de primero orden. Presidente de Petronor, desde 2015, Atxurra lidera un grupo de empresarios y profesionales que buscan cómo orientar con criterio los fondos europeos. Licenciado en Derecho por la UAB, master en Estudios Internacionales por el Instituto de Estudios políticos de París, e involucrado en el corazón del tejido industrial del País Vasco, Atxurra está concentrado en el proyecto de hidrógeno verde que lidera Petronor, convencido de la transición energética que necesita Europa. En esta entrevista con Crónica Global, López Atxurra pide sin dudarlo un “Pacto de Estado”, con la advertencia de que la “fragmentación es debilitamiento”. Tiene claro que Europa ha sabido ahora reaccionar, para competir en igualdad de condiciones con China y Estados Unidos, y señala que Europa ha vivido “un momento EuroDisney”, porque no era consciente del reto que tenía delante. En su mente está el proyecto del "alcalde Pasqual Maragall", para que España deje de lado su inclinación radial administrativa y económica.
--Pregunta: La pandemia del Covid ha provocado un cambio en todas las relaciones económicas, con una reacción por parte de la Unión Europea, que quiere responder con una enorme inyección de dinero, a través del llamado fondo de reconstrucción. ¿Se puede decir que estamos ante una especie de revolución, que acelera procesos que ya estaban en marcha?
--Respuesta: Antes de la pandemia, ya estábamos en un momento delicado. El desafío que vive Europa guarda relación con la cadena de valor técnico-industrial y su posición en el mundo. Esa es la gran cuestión de fondo. Y en el caso de España, la pandemia lo que ha hecho es poner negro sobre blanco acerca del desafío en el que se encuentra. Los países motores de la Unión Europea ya están, desde 2014, inmersos en varios procesos, como la transición energética, que fundamenta el renacimiento técnico-industrial. La pandemia lo que provoca es que aflore todo eso. Y a partir de ello, la Comisión Europea ha visto la oportunidad de acelerar el proceso. En el caso de España, las cuestiones tecnológicas e industriales, que no estaban en un primer plano, resurgen ahora, con la necesidad de reforzar el capital tecnológico e industrial para poder sobrevivir en el nuevo contexto.
--Con esa oportunidad que llega ahora, distintos economistas han señalado que España dejó de lado el sector industrial con la entrada en el mercado común europeo, y que hubo una especie de especialización por países. A España le tocó centrarse en los servicios, y ahora se pagaría aquella decisión. ¿Se equivocó España?
--Creo que la entrada de España en el espacio económico común europeo fue la manera de entrar en el futuro. Sin Europa no hay futuro. No se sacrificó nada. Lo que se hizo fue entrar en el mercado común europeo y fue decisivo para muchos sectores, que se reequiparon tecnológicamente, dando un valor a la tecnología para competir. La mayor parte de los centros tecnológicos en el País Vasco, por ejemplo, se constituyeron como consecuencia del desafío que supuso la entrada en el mercado común. Es lo que ha facilitado la modernización de España, en términos de infraestructura, de formación, de bienestar y de reequipamiento industrial. Los fondos estructurales fueron determinantes y ahora el desafío es transformar esa infraestructura sólida en un salto cualitativo, con un mayor acento en la formación profesional, en la formación empresarial, en la industria, la ciencia y la tecnología, conectado todo ello con la cadena de valor industrial. Ahora, sí es verdad que hemos perdido oportunidades. Por ejemplo, en el sector de las renovables. Se puso el poco, de manera equivocada, en la perspectiva financiera, y no en la base tecnológica-industrial, que es la parte fundamental. Las cosas nos irían de otra manera si se hubiera hecho eso.
--Lo que se dibuja y usted apunta es que, a pesar de las consecuencias negativas de la pandemia, España dispone ahora de una oportunidad que no se hubiera dado, si lo pensamos con la perspectiva de hace unos años, para dar un salto cualitativo enorme. Y que no se debería desaprovechar.
--Totalmente. Si no aprovechamos los planes de transformación en términos de economía productiva, de fortaleza, vamos a hacer un pan con tortas. Se trata de poner en valor un esquema público-privado, sólido, tecno-industrial, altamente competitivo. Y para ello hace falta política industrial, y política energética, y conectado también con el sector turístico, centrado en la sostenibilidad, con una apuesta por la economía circular, y con el objetivo de ofrecer calidad a un precio competitivo.
--¿Habrá proyectos suficientes para aprovechar esos recursos que se ponen a disposición?
--En estos momentos la cuestión central es reflexionar seriamente sobre cómo se consigue la mejor gobernanza de esos fondos, para orientarlos hacia las necesidades tecnológico-industriales. En nuestro caso, el proyecto sobre el hidrógeno no se hace en función de los fondos, sino que tiene relación con cómo va a ser el mix energético en los próximos años. El plan europeo está a disposición para proyectos que deben ser viables estratégicamente. Y no es una política de gasto, es una política de inversión, con una lógica de rentabilidad. Son inversiones a largo plazo.
--En el caso de Petronor, con ese proyecto sobre el hidrógeno, ¿qué se pretende?
--Es el primero en España y está alineado con otros proyectos que nacen en el mismo momento en Holanda o Alemania. Está centrado en la descarbonización y en el mix energético, con el hidrógeno como protagonista, porque se ha decidido en Europa que se debe prescindir de la energía nuclear y que debe imperar las emisiones cero en el horizonte de 2050. Eso es imposible, teniendo en cuenta que se deja de lado la nuclear, sin contar con otros combustibles como el hidrógeno verde y el combustible sintético. Lo que hacemos viene por una necesidad, que forma parte de la tradición de Petronor, basada en producir combustible para la central energética, y que se destinará para la movilidad y la industria.
--La pandemia, ¿no ha sido la excusa, o la oportunidad para romper un tabú en Europa y permitir masivas ayudas públicas en empresas privadas, y competir, así, con China y Estados Unidos, que sí lo hacen desde hace tiempo?
--Hay una cuestión esencial y es que en Europa hemos vivido un momento EuroDisney. Confundíamos la necesaria competitividad del mercado interior con la dejadez sobre la política industrial. Y la pandemia ha activado un mecanismo, que ya se iba poniendo en marcha desde 2016. En ese momento hubo la convicción de que no se puede competir en el mercado global con reglas distintas. En China la exuberancia pública de inversiones es absolutamente obscena. Los europeos tenemos que dotarnos de esos recursos, para ser capaces de competir en el mercado global. Lo que aporta la pandemia es que es necesario un control férreo de las ayudas de estado para no distorsionar el mercado interno, pero no podemos aceptar que la ayuda de estado impida fortalecer la industria. Europa se ha dado cuenta que necesita competir con las mismas reglas de juego y para ello se deben afinar y reforzar los mecanismos internos. Se necesita para ello más integración y mayor gobernanza de la Unión. Y por todo ello, la aprobación por parte de todos los parlamentos de ese plan de ayuda es el mejor modo de avanzar en ese proceso, para poder competir con nuestros competidores directos, con un modelo de mutualización de facto. Nos obliga a un mayor rigor en la gestión pública y mayor rigor empresarial y a adoptar decisiones teniendo en cuenta la eficiencia, y el aliento largo. Y en eso residencio la política industrial, la política de inversión, de formación y de integración en la cadena de valor y ver en España dónde estamos.
--¿Y dónde estamos?
--En España necesitamos un pacto de Estado, la fragmentación es debilitamiento. Necesitamos una posición sólida para ir, después, a la casa europea. En Francia, en Alemania, en todos los países motores de la Unión Europea no hay margen de discrepancia seria en las políticas de Estado, en la competitividad de esos países. La columna vertebral está bien asentada.
--¿Se equivoca el PP, que no ha aprobado los presupuestos, en los que ya se incorpora una parte de esas ayudas europeas?
--No soy quien para introducir cuestiones políticas o partidarias. Pero en términos de estado, lo que digo, es que necesitamos bases comunes. Las necesitamos en política energética, en transición energética, en tecnología, en innovación tecnológica. Se trata de saber dónde estamos en la cadena de valor y para ello es necesaria la gobernanza. Y todo está relacionado: no hay política tecnológica sin política industrial, sin un magma regulatorio para captar y mantener el talento. Son políticas que exigirán cambios en el marco regulatorio y es esencial que nos pongamos las pilas. Para ello, el sector público y el privado deben ir de la mano. El sector público no es un facilitador de déficits. Debe implicarse porque no hay política industrial sin política de formación profesional, por ejemplo. Se habla de la economía del hidrógeno, que necesita ingenieros, pero también personas con formación profesional de segundo grado: físicos, químicos, todos los necesarios para los electrolizadores, con la voluntad de crear un electrolizador nacional. Por eso digo que los desafíos del sector público son ingentes. Y no hay que inventarse nada. Todo lo que defendemos existe en otros países, como Holanda o Alemania.
--¿En España hay toda esa potencia que se necesita?
--En España hay muchas cosas; hay empresas relevantes en pilas de combustión, en lugares que nadie diría, como Albacete. Hay centros tecnológicos ligados a la automoción en Galicia; autoridades en Inteligencia Artificial, en Granada, como Francisco Herrera; la economía numérica, en Barcelona con el supercomputador. Y de lo que se trata es de coordinar y clusterizar todas esas capacidades, con la responsabilidad que tenemos las empresas tractoras. No podemos vivir de espaldas a esa realidad y el sector público debe facilitar esa coordinación. Lo que planteo es hablar menos de economía digital y gestionar más en términos de economía digital.
--¿Plantea, por tanto, la necesidad de campeones nacionales?
--Hay grandes capacidades para ser campeones nacionales. Porque, de hecho, los hemos tenido en campos como el de las renovables. Hemos sido conocidos por ello, con una senda iniciada en los noventa que se ha roto. Hay capacidades, talento, vocación y empuje. Y falta integración y la creación de campeones nacionales, porque sin ellos no hay economía competitiva.
--¿Cómo ve lo que se hace en Cataluña, las distintas iniciativas a partir del llamado lobby vasco-catalán para orientar los fondos europeos?
--Lo que hay es una comunicación fluida entre personas con responsabilidades empresariales e inquietudes para reposicionar a España en el contexto europeo, con iniciativas como la de coordinar el corredor mediterráneo con el corredor del Ebro, con economías altamente competitivas que necesitan un refuerzo. Se puede establecer una buena conexión entre la economía vasca, la catalana y la valenciana, con una mayor integración en un proceso en el que nadie sobra. Necesitamos reforzar nuestras capacidades con una orientación estratégica, y con un mayor protagonismo de la economía productiva y de la sociedad civil. España es un país plural, con niveles significativos de autonomía, respecto a las comunidades autónomas. Es una realidad plural y tienen activos competitivos que no tienen por qué pasar por un mecanismo unidireccional. No hay una sociedad competitiva sin una economía productiva y una sociedad civil fuerte. Y en ese contexto planteo esos corredores y esas conexiones, como en su día lo propuso un gran alcalde como Pasqual Maragall, para superar una visión radial de España. Lo que ha propuesto el Círculo de Economía es importantísimo, porque se trata de mirarse de frente y compartir, como ha lanzado la Generalitat valenciana, con Ximo Puig. El eje del corredor mediterráneo con el corredor del Ebro nos llevaría a ser un espacio económico-industrial de los más dinámicos de Europa.
--¿Esa llamada vía valenciana, casa mal con Madrid, que parece tener un camino propio?
--Madrid tiene su lógica que deriva de su posición administrativa, que no es menor, con mecanismos de decisión importantes. Pero se están produciendo integraciones en términos europeos, como la que experimenta el norte de Portugal y Galicia, con ese eje entre Oporto-Vigo-La Coruña. Es una región de enorme interés, que se puede sumar a esa vía ferroviaria con Lisboa. Hablamos de un hecho y es que es una España que no está sólo conectada con los mecanismos administrativos. Es una realidad europea, la de los países más dinámicos, como muestra Francia, que no es sólo París, o Alemania, con muchos centros económicos. Es la Europa real, la de la integración, en la que no se confunde la economía administrativa con la economía productiva. Las dos economías deben mirarse de frente y deben alcanzar una posición común. Lo minúsculo debe eliminarse para dar paso a la política en mayúscula, que es la España del 78.
--¿Cómo ha recibido ese debate sobre la armonización fiscal que ha planteado el gobierno autonómico valenciano de Ximo Puig, con la mirada puesta en Madrid, pero también en las comunidades forales, y con la financiación que se reclama desde Cataluña?
--Soy un firme partidario de la consolidación fiscal europea, y de la competitividad fiscal ligada a la armonización fiscal. Creo en la armonización fiscal europea, y dentro de ella, lógicamente, para gobernar es necesario tener márgenes de maniobra. Es decir, que se pueda utilizar la política fiscal. Pero no voy a entrar en discusiones, con el escenario fiscal en España. La financiación de Cataluña precisa de soluciones ad hoc, y esto conlleva que el debate no se reduzca a una discusión de patio de colegio. Es una cuestión muy seria y exige que se coja el toro por los cuernos y se aborde de forma responsable. En el caso del concierto vasco, es parte sustancial del bloque de constitucionalidad, configurado por la Constitución y el Estatuto de autonomía, que conlleva a una responsabilidad sobre la gestión pública de los recursos. Lo comprobamos ahora con la pandemia, porque gobernar no es lo mismo que gastar. Gobernar es asumir riesgos y la financiación abordarse con rigor y seriedad y con una perspectiva de armonización fiscal europea.
--¿Cree que el Gobierno, el conjunto del Gobierno, va por el camino correcto?
--En estos momentos no me pronuncio sobre ello. Lo que sé es que España está entrando en un escenario que va a ser determinante. Lo que ocurra entre 2021 y 2023 será clave para nuestro posicionamiento en la cadena de valor europea, y, en concreto, en lo que nos afecta más, en la cadena de la unión energética europea, que se deberá producir en 2030. Deberemos saber cuál es nuestra posición, y que sea mejor o peor dependerá de lo que hagamos en los próximos años, y para ello es necesario una gobernanza sólida, no partidaria, y eso requiere, como apuntaba antes, de un pacto de estado sólido.