La vacuna del Covid está siendo tan buscada como el Santo Grial. Decenas de laboratorios se afanan por todo el mundo por quedarse con parte del suculento pastel. Más allá de la gloria, efímera, hablamos de vacunar a casi 8.000 millones de personas, lo que significa un mercado de más de miles de millones euros. Entre las vacunas multidosis, las que se tendrán que repetir con el tiempo, los ultrafrigoríficos, las jeringuillas, etc, etc, hablamos de más de 500.000 millones en juego pagados, sobre todo, por los impuestos de los estados desarrollados, tanto para proteger a su población como para enviar a otros países menos afortunados.
Las grandes farmacéuticas se han aliado con pequeñas empresas para ser más ágiles y acelerar la investigación clínica, algo que hacen habitualmente. El desarrollo viene de los pequeños laboratorios o start ups y el músculo financiero y la logística para realizar las pruebas de los grandes. Así Pfizer se alió con BioNTech, Johnson & Johnson con Jensen o AstraZeneca con la Universidad de Oxford. Y demás están las vacunas “de Estado”, la rusa y la China, con las que aspiran a penetrar más y más en las economías de países terceros, especialmente en África, Sudamérica y Oriente en su particular carrera por el dominio mundial.
Más allá del positivo impacto económico para el sector farmacéutico no deja de ser cuanto menos inquietante que las vacunas más avanzadas tecnológicamente, las dos norteamericanas, son pioneras en el uso de ARN mensajero. La gran mayoría de las vacunas consisten en la inyección de un patógeno debilitado que crea una infección controlada para que el cuerpo genere anticuerpos y en caso de tener una infección real estar ya preparados. Las vacunas de Pfizer y Moderna lo que hacen es inyectar, por primera vez en la historia, una secuencia de ARN que “educa” a nuestras células para generar proteínas del virus y luego anticuerpos.
Una vacuna normal tarda entre dos y once años para ser aprobada y ahora en diez meses todo resuelto. Aunque no se conocen reacciones adversas instantáneas no ha habido tiempo de validar su impacto en el medio plazo, es decir, que las células no malinterpreten el mensaje del ARN y hagan cosas no previstas.
Honestamente pensaba que las vacunas chinas y rusas serían peligrosas, pero la teoría de las americanas es realmente inquietante, sobre todo si a la teoría se le une que las empresas hacen firmar a los gobiernos una exoneración de responsabilidades y que en el decreto 8/2020, el del primer estado de alarma, se incluía la autorización a experimentar con el genoma de manera casi libre, cuando hasta la fecha lo transgénico estaba muy controlado en Europa y, sobre todo, en marzo se supone que no sabíamos a lo que nos enfrentábamos.¿Cómo se fue tan previsor?
Es verdad que el efecto placebo de tener una vacuna el año que viene ha cambiado el ánimo de la gente, parece que se ve la luz al final del túnel no solo en el mundo económico, reflejado por unas bolsas boyantes, sino también en el ánimo general ya que nos imaginamos un verano “casi” normal. No importa cuan lejos esté, vemos luz al final del túnel.
Funcione bien o mal la vacuna también nos tiene que animar que la curva de la epidemia de 1919 es muy similar a la actual: una segunda ola mayor que la primera y tras la tercera, menor que la segunda, la epidemia desapareció, bien por inmunidad de grupo, bien porque el virus se debilitó. Si se sigue comportando igual el Covid que la gripe de 1919 esa tercera ola acabaría más o menos en Semana Santa. Además ninguna epidemia ha durado eternamente, ni siquiera en el Medievo cuando no había medios y la higiene era inexistente, por lo que antes o después se extinguiría.
Con o sin vacuna, el 2021 parece que será menos malo que el actual. Esperemos que el remedio, las vacunas hipersofisticadas e hipercongeladas, no sea peor que la enfermedad.