La deslealtad reina en el gobierno de la Generalitat y también en el del Estado. En pleno naufragio económico y social por culpa de un virus resiliente, la traición se ha instalado como método de relación entre los gobernantes. Y así no hay quien gobierne, en consecuencia, estamos perdidos. La falta de lealtad entre socios de gobierno y entre instituciones no puede ser explicada por la mayor o menor incompetencia o al grado de desorientación de quienes gobiernan en nuestro nombre, sino como resultado de la apropiación partidista de estos órganos.
Los ejecutivos sean el estatal, el catalán o el madrileño, son interpretados como escenarios de poder en los que dirimir las muchas diferencias de quienes se comprometieron a gestionar los intereses públicos en colaboración; un salón privado de la política donde sacar ventaja electoral al compañero de coalición haciendo pagar el destrozo a la sociedad. Esto ha pasado siempre, amigo, me dirán, y tendrán razón en el fondo de la apreciación, pero no en la intensidad de la desviación ni en su influencia en la gestión de la crisis.
La relación entre JxCat y ERC es un desastre descomunal que sitúa a la institución de la Generalitat muy cerca de la categoría de patio de colegio y lo que sucede en Moncloa inspiraría a Shakespeare para completar su obra trágica. Los miembros del gobierno catalán seguro que se refugian en el manido argumento de nos critican (y persiguen) por ser independentistas; mientras que los colegas del ejecutivo central apelarán a los muchos obstáculos con lo que se pretende dificultar al gobierno más progresista de la historia.
En realidad, los principales enemigos de sus propios gobiernos son ellos mismos. El gobierno central debe sacar adelante el presupuesto más trascendente desde que tenemos memoria y el Consell Executiu debe hallar la fórmula para complementarse con la Administración central con la mayor precisión y eficacia posible, única esperanza de que todos salgamos con opciones de futuro de la coyuntura. Pero ellos están maniobrando los unos contra los otros desde la deslealtad, buscando ventajas políticas a corto plazo.
ERC y JxCat exhiben a diario su empeño y dedicación casi exclusiva en destrozarse electoralmente primero, para luego rehacer el pacto de gobierno en las mejores condiciones partidistas posibles. Esta actitud compartida supone un peligro innegable para la gestión que les corresponde de la crisis del Covid-19; sin embargo, para ellos es solo una consecuencia colateral de su objetivo central, presidir la Generalitat. El gobierno es considerado un factor instrumental, un lugar propicio, como cualquier otro, donde atizarse para construir una crónica política favorable en los medios predispuestos a ello. La impresión es que incluso en sus hábitats mediáticos más comprensivos están llegando a la saturación por tanta frivolidad.
El PSOE y Unidas Podemos batallan cada minuto para dejar claro quién maneja ideológicamente el gobierno. Esto debe agradar mucho a los suyos, tanto como facilita dinamita argumental a la oposición. Pedro Sánchez pretende obtener una amplia mayoría parlamentaria para unos presupuestos excepcionales, buscando la transversalidad que le ofrecen PNV, PDECat y Ciudadanos para suavizar las exigencias de sus socios. Pablo Iglesias busca una mayoría de izquierdas para las cuentas del Estado, para doblegar las resistencias de los socialistas a determinadas medidas sobre fiscalidad y vivienda.
La gravedad del movimiento de Podemos, utilizando la predisposición de Bildu a apoyar unos presupuestos que aún no ha negociado para entorpecer el acuerdo de PSOE con Ciudadanos quedará para los anales de la deslealtad. No tanto por la polémica de si se puede o no se debe pactar con Bildu, cuestión superada dado que todos lo han hecho en un lugar u otro, sino como ejemplo de cómo boicotear un objetivo fijado como prioritario por el propio presidente del gobierno del que formas parte. El hostigamiento a la transversalidad parlamentaria que da oxígeno al PSOE por parte de Podemos, que busca claramente una pinza con ERC y Bildu para contrarrestar su debilidad frente a los socialistas, no solo condicionará el resultado final de los presupuestos sino el desarrollo de toda legislatura, tal vez incluso las relaciones entre Sánchez e Iglesias.