En los folletos informativos que reparten a los visitantes del Parlament de Cataluña, también en los libros que se obsequian a los invitados vip, se explica el funcionamiento de la cámara catalana, sus potestades y la dinámica rutinaria de sus sesiones y comisiones. En esos textos se cataloga a la Mesa del Parlament como un órgano colegiado que gestiona y gobierna correctamente la institución; de su lectura se desprende que la característica que define su forma de actuar es la templanza y la discreción. Desgraciadamente esa visión idílica ya forma parte del pasado. Llámenme nostálgico si así lo prefieren, pero tras más de una década de ‘procés’ el parlamento catalán ha dejado de ser lo que era. La nota de corte para ser diputado, en el parque de la Ciudadela, se ha rebajado tanto que más de un oportunista se ha tomado el hemiciclo como un coto privado de caza, un campo de batalla donde pelear cuerpo a cuerpo y sin reglas por una quimera. La semana pasada el TSJC condenó a cuatro miembros de la Mesa del Parlament que ejercieron su cargo flanqueando a Carmen Forcadell. La cuestión se ha saldado con unos meses de inhabilitación especial y una multa a los implicados. No tengo nada que objetar al respecto. Respeto la decisión de los jueces. Estoy convencido de que han fallado sobre un acto de manifiesta desobediencia y no sobre el rol de la Mesa como órgano institucional. En cambio he de decirles que no me satisface lo más mínimo que el actual presidente de la cámara Roger Torrent --junto a otros miembros de la Mesa-- en un alarde de corporativismo hayan agasajado y recibido como héroes a los condenados. Una vez más se ha instrumentalizado la institución de forma partidista siguiendo los cánones procesistas que suelen ir acompañados de resoluciones parlamentarias y, cómo no, de la fanfarria callejera que organizan Ómnium y la ANC.
Pero ahí no acaba la cosa. La Mesa del Parlament se ha convertido en un cuadrilátero de pressing catch en el que los combates entre el vicepresidente Josep Costa y Roger Torrent, no exentos de violencia verbal, devienen un espectáculo lamentable que nada tiene que ver con la corrección parlamentaria. Por si ello fuera poco, el deterioro del funcionamiento se ha visto reforzado por la filtración, a determinados medios de comunicación, de actas sin aprobar que contienen acuerdos y debates internos sujetos a confidencialidad. Tanto es así que las discusiones acerca de la resolución sobre la Monarquía, el papel de los letrados resistiéndose a cometer ilegalidades, la insistencia de Torra para fulminar a Xavier Muro y otras incidencias más fueron filtradas subrepticiamente a la prensa. El vicepresidente Josep Costa, en su afán por dejar en evidencia a Roger Torrent y denigrar al diputado socialista David Pérez, ejerció de garganta profunda. La beligerancia de Costa, y el tono airado de las discusiones, es un flaco favor a la credibilidad de las instituciones. No es de recibo este modo de proceder que pone en la diana tanto a los adversarios políticos como a los socios de gobierno.
Lo que ocurre en la Mesa clama al cielo, no sólo porque algunos de sus integrantes juegan al testimonialismo barato, sino porque revienta la confidencialidad, retuerce el reglamento y emponzoña con golpes bajos las relaciones interpersonales. El ciudadano tiene derecho a pensar que, más allá del espectáculo en que se han convertido los plenarios, hay alguien --supuestamente una Mesa colegiada de gente capaz, discreta y dialogante-- que vela por la justeza de los procedimientos y la legalidad de las decisiones. Creo recordar que existe en la cámara catalana un reglamento y un código de conducta que exige no sólo confidencialidad sino también decoro a los diputados. ¡Aplíquese! La torpeza del vicepresidente Costa filtrando información --detectada por una marca de copia-- la pelea política entre ERC y Junts por conseguir la hegemonía en el cosmos independentista, o la admisión a trámite de resoluciones sobre temas en los que la cámara no tiene competencias, convierten a la Mesa del Parlament en la Tabla Ovalada de los líos y las filtraciones. Todo es tan mediocre y decadente en los confines de galaxia procesista que urge pasar página e iniciar una nueva etapa política. Otro Parlament y otro Govern han de ser posibles.