“No queremos ser como usted, no somos como usted”, lanzó Casado desde la tribuna. El PP marcó distancias con Vox. Su cuestionado presidente dio un golpe de efecto que noqueó a un Santiago Abascal que más allá de la sucesión de tuits que lanzó desde la tribuna estuvo a la altura, baja altura, que ya se esperaba de él. Cosa que apuntaló Pablo Casado desde la tribuna acusándolo de incapaz de dirigir la cuarta economía del euro.
El líder popular también se distanció en tres temas sustanciales. Pasó al contraataque para recuperar confianza electoral señalando que Vox con su estrategia sólo busca apuntalar el Gobierno para poner en práctica “la polarización, la España a garrotazos, la de las trincheras", o “ese engendro antiespañol que también patrocinan ustedes, esa antipolítica cainita, de izquierda o de derecha, destinada a hacer que los españoles se odien y se teman”. Se plantó ante Vox: “Lo que quiere no es cambiar el Gobierno, que bien sabe que no lo va a conseguir, sino suplantar al PP. Pero abandone toda esperanza. No es el primero que lo intenta, pero le aseguro que será el último”. Y negó el pan y la sal al proyecto antieuropeísta y trumpista de Abascal.
Por fin, la derecha española plantaba cara a la extrema derecha. Ahora hace falta que esta ruptura se concrete, al menos, en los grandes temas de Estado como el Consejo General del Poder Judicial, el Defensor del Pueblo y la radio y la televisión pública. Al menos eso. Casado retrató a Abascal con dureza y lo situó en la extrema derecha euroescéptica con reminiscencias franquistas y fascistas.
Javier Ortega Smith, secretario general, se vino arriba en RTVE. Afirmó que el Gobierno de la República era ilegítimo, criminal y asesino, justificando sin tapujos el golpe de Estado de Franco al que ensalzó puntualizando, ante la sorpresa general, que en los tiempos del dictador se votaba. Ciertamente se votaba, pero si ese es el modelo de Vox su visión de la democracia deja mucho que desear. Su posición solo se puede calificar de fascismo.
Pedro Sánchez, acertadamente, apostó en la moción por hacer frente a Vox. Ningunearlo no ayuda a marginarlo. Con toda probabilidad, el presidente del Gobierno se lo puso fácil a Casado, para arrinconarlo. Había que desnudar a la eufemísticamente extrema derecha para decir que son simplemente fascistas, xenófobos, patrioteristas --que no patriotas, como también dijo Casado-- y negacionistas de la violencia machista.
Los chicos de Vox utilizan muy bien las redes sociales que utilizan para agitar a los suyos y agitar los más bajos instintos para alimentar al odio. Un ejemplo. La afirmación de que todos los medios de comunicación están a sueldo del Gobierno, y los periodistas vendidos al “oro monclovita”, invita al odio. Al insulto, al menosprecio, a las ideas del periodista que se atreve a llevarles la contraria en público y decir, en ejercicio de su libertad de expresión, que Vox es un partido fascista. No sólo de extrema derecha. El lenguaje es importante porque se puede utilizar para endulzar lo que es una dura realidad.
En Vox, calificarlos de fascistas es todo un insulto. Y eso lo dicen airados los mismos que llaman asesinos, criminales a los miembros del Gobierno, y a todo aquel que sea nacionalista, independentista, y en general comunista, que es aquel que simplemente es de izquierdas. En definitiva, a todo el que lleve la contraria. Tras la moción de censura, el gen de Vox se expresó de manera diáfana con la sucesión de ataques contra el PP. Los populares se convirtieron en traidores a España y aliados del gobierno socialcomunista, con un lenguaje que dejaba a la “derechita cobarde” en casi un epíteto cariñoso.
Vox se revolvía porque había sido etiquetada como fascista. Unos lo dijeron claro. Otros lo insinuaron y Pablo Casado le puso la guinda con su discurso que dejó claro que el PP no era eso, que el PP es un partido de Estado y no una banda de agitadores del odio que tratan de levantar una España que muchos dábamos por superada. Y no, está ahí. Por eso, ha sido importante que la moción de censura haya servido para dejar claro que los agitadores del odio e incitadores del temor que se consideran herederos del franquismo no tienen cabida en la España del siglo XXI. Se les ha plantado cara, ahora toca tejer las complicidades para que los electorales también los envíen al rincón de pensar. Fueron vapuleados en la moción de censura, pero no han sido derrotados. Conviene recordarlo.