Entre los conservadores madrileños va consolidándose el convencimiento de que Podemos pretende favorecer un cambio de régimen, y que Pedro Sánchez se mueve en esa misma dirección. Así, estaríamos en los inicios de un tránsito hacia una democracia controlada y una economía planificada.
Una lectura que me resulta inverosímil, de la misma manera que me sorprende que ese temor a la radicalidad de Podemos vaya acompañado de una notable tolerancia, cuando no confianza, hacia Vox. Se argumentará que la razón estriba en que los de Pablo Iglesias forman parte del gobierno de España, lo que no sucede en el caso de los de Santiago Abascal. Pero creo que hay otras razones que alimentan esta divergencia en la forma de considerar la radicalidad de unos u otros.
Así, a Vox se le concede el beneficio de haber surgido como respuesta contundente y desacomplejada frente al independentismo catalán. A su vez, agrada que los de Abascal se encuentren cómodos en esa dinámica neoliberal de desregulación y reducción de impuestos que conforma la personalidad diferencial de la Comunidad de Madrid. Y, finalmente, votar a Vox tiende a ser visto como un comprensible derecho al pataleo, al que no cabe otorgar una mayor trascendencia.
Sin embargo, esta dinámica puede resultar mucho más peligrosa de lo que parece a algunos. Las ideas de Vox son las que son, de una radicalidad extrema, y nada señala que no puedan acceder al gobierno de la nación, como ya han hecho en comunidades y ayuntamientos. Además, su discurso va forzando al Partido Popular a unas posiciones que se alejan de las propias de un partido conservador y moderado.
Por todo ello, más que contemporizar con Vox, las élites conservadoras madrileñas deberían forzar a los de Pablo Casado a diferenciarse del radicalismo de derechas, y un primer paso sería distanciarse de Isabel Díaz Ayuso. La presidenta anda muy desorientada al asimilar tanto a Madrid con toda España, pues España no es su Madrid, y no sólo no lo es para izquierdistas o nacionalistas. Tampoco lo es para populares de la España vaciada o la periférica, para quienes el Madrid de Ayuso se les va convirtiendo en una pesada losa.
Ni Podemos ni Pedro Sánchez nos van a llevar a un cambio de régimen. Pero de seguir así, entre todos sí pueden llevarnos a un caos monumental.