Si un sindicalista comunista pasa de 20.000 euros de renta personal disponible anual a 25.000 podemos decir que es menos pobre y él estará contento. Cuando ese mismo hombre se entera que a su superior le han subido el sueldo neto a razón de 10.000 anuales la envidia que siente lo lleva a afirmar que trabaja en una empresa en la que están “creciendo las desigualdades”. Como reconoció abiertamente Bertrand Russell, uno de los más destacados intelectuales del socialismo británico, para impulsar el discurso comunista la clave de bóveda está en “alimentar la envidia”. Observen ustedes que, en vez de celebrar la reducción de la pobreza, siempre ponen el acento en ese simplón discurso de la desigualdad sin siquiera analizar los datos objetivos al respecto obtenido tras el cálculo del índice de Gini. No exagero si afirmo que el sostén del discurso económico socialista es el deseo desordenado de lo ajeno.
La izquierda sabe que aquí la envidia cala muy bien. Es una pasión tan española que hasta para decir que algo es bueno decimos que es ¡envidiable! No es casualidad que los comunistas se lancen cada dos meses a la yugular de Amancio Ortega. Ellos alimentan su discurso escarbando en las más bajas pasiones y anhelos de los más desfavorecidos. En vez de ofrecer herramientas para crear riqueza para todos, se centran en hacer todo lo posible para que los más ricos tengan menos ganas de seguir creando riqueza. Acertaba Margaret Thatcher cuando decía que “el socialismo prefiere que los pobres sean cada vez más pobres con tal de que los ricos sean menos ricos”.
Al discurso de la izquierda no le sienta nada bien que la gente prospere, gane dinero, cree empresas, viaje y tenga autonomía financiera (excepto si son sus dirigentes). Prefiere una sociedad dependiente de sus limosnas y dádivas para que “papá estado” brille en todo su bananero esplendor. Por eso están en contra de que las escuelas ofrezcan formación financiera, no conectan el sistema educativo con la empresa y sustituyen la meritocracia por el igualitarismo antinatural. Recordemos en este punto que la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento.
Los dirigentes de izquierdas, para aumentar su “clientela”, necesitan ir esquilmando a las clases medias, socavando la propiedad privada, subiendo impuestos, colocando piedras sobre la espalda del emprendedor, limitando el libre mercado, cargándonos de burocracia estatista y estableciendo un discurso político en el que se habla mucho de derechos y poco de obligaciones. Tampoco es casualidad que la fuga de capitales haya crecido exponencialmente desde que “gobiernan” la pareja Sánchez-Iglesias y que recientemente los empresarios de Cataluña hayan dicho que “la alcaldesa Colau quiere llevar a la ruina a Barcelona, al actuar de forma sectaria, sin dialogar y de forma autoritaria”.
Recuerden aquello de Friedman: "la sociedad que antepone la igualdad a la libertad no tendrá ninguna de las dos cosas. La sociedad que antepone la libertad a la igualdad obtendrá una gran medida de ambas". Dudo sobre muchas cosas, pero hay una idea que tengo meridianamente clara: con los ultras sectarios socialcomunistas que hoy gobiernan en las instituciones españolas vamos directo al desastre económico y a una velocidad de vértigo. Los números cantan. Átense los machos.