Mis tres pintores favoritos son el sevillano Diego de Velázquez, rey de cámara de Felipe III, durante el Siglo de Oro; el aragonés Francisco de Goya, dos siglos después, y actualmente el castellano Antonio López. Los tres igual de genios, pero de estilos diferentes. Los dos primeros, reyes de dinastías distintas. Velázquez pintó La Rendición de Breda, el cuadro de las lanzas, como un acto caballeroso entre dos ejércitos: el Tercio español y el holandés.
La guerra no es noble, aunque el sevillano lo pinte. Nadie sabe quien ha perdido. No hay nada más cruel que una batalla. Goya, en su serie negra, es lo que en verdad es. El estilo de López es hiperrealista. Nada que ver. Lo digo porque la realidad de España es cruel.
Tantas veces se ha dicho que estamos en la ‘tormenta perfecta’ que no es una metáfora, sino tan verdad como una pintura de Antonio López. Él no sólo es pintor de cámara.
No me gusta ningún dirigente político de izquierdas ni de derechas (y menos de la nueva política que es tan antigua como la vieja). Tampoco añoro a la generación anterior aunque es superior. También los critiqué. No eran joyas pero si lo comparamos con lo que hay ahora, entonces sí se debe valorar como tales. Pero pocos roban, aunque se haya instalado popularmente la frase de que ‘todos roban’.
Cada vez conocemos más detalles que me dan asco. Desde Juan Carlos, Felipe González, José María Aznar… Es tan grave que empiezo a admirar a Adolfo Suárez al que tanto criticaba cuando militaba en política con veinte años, cuando tenía el sueño de la revolución sindical. También estaba equivocado.
Creo que en las elecciones generales no votaré a nadie. En las catalanas cuando sean sí, pero no sé a quien votar. Sólo me interesa España y el bienestar de los españoles. No soy nacionalista. Me siento lo que soy: español y catalán. Nunca lo he sido. Veo el nacionalismo como una peligrosa antigualla, como la mayoría de los europeos, vacunados por la II Guerra Mundial.