Fue en 1969 cuando Laurence J. Peter escribió su libro The Peter Principle. El libro ha sentado cátedra analizando “las jerarquías en las organizaciones modernas”, lo que denominó la “jerarquiología”. Peter afirmó que “las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad, a tal punto que llegan a un puesto en el que no pueden formular ni siquiera los objetivos de un trabajo, y alcanzan su máximo nivel de incompetencia”.
Haciendo la salvedad de que “las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas” del principio de Peter, el máximo nivel de incompetencia ha sido logrado, con creces, por el president de la Generalitat. Quim Torra no llegó al puesto por trabajar bien, sino por ser el alumno más pelota de la clase que hacía las delicias del líder, Carles Puigdemont. Puso un títere al frente del Govern de Cataluña que favoreciera sus intereses, preguntando lo mínimo, para ejecutar sus maniobras políticas y no perder ripio en el complejo damero de la política catalana.
Torra ha estado al servicio de Puigdemont durante dos años. Ha hecho lo necesario para mantener viva la llama de una utopía --la llegada inminente de la República-- y ha hecho de la Generalitat una entelequia. Torra ha sido más activista que político logrando casi lo imposible. Cataluña no es República y la Cataluña autonómica es incapaz de afrontar ninguno de los retos que tiene sobre la mesa.
La pugna política ha llegado a límites insospechados. Las dos almas del Govern están a palos sin ningún disimulo. Su incompetencia ha llegado en dos años a paralizar un Ejecutivo que nació con graves deficiencias y, en consecuencia, Cataluña también está paralizada. Sin embargo, Peter ha resurgido en los últimos días por la gestión de la pandemia en el Segrià.
Torra llevaba refugiado en “la culpa es de Madrid” --la televisión catalana puso el epicentro del Covid-19 en la capital sin ningún pudor-- y agitando el mantra si fuéramos independientes hubiera habido menos muertos, sin reparar que la gestión sanitaria y de las residencias recaía en el Govern. O reparando, pero mintiendo sin ningún tipo de prejuicio.
Se nos dijo que el estado de alarma era “la aplicación encubierta del 155”. Cuando el Gobierno de España afinó el confinamiento se criticó porque estrangulaba la economía, y cuando empezó a abrir la mano, se le afeó que no mantuviera el encierro. Torra no dio apoyo a ninguna prórroga y rechazó los acuerdos alcanzados por ERC. No le interesaba enturbiar su discurso de “yo lo haría mejor, y ellos lo hacen muy mal”. Ahora, la incompetencia es manifiesta aunque Torra, como un autómata, sigue culpando de todos los males a Madrid.
Resulta que los temporeros, que son contratados ilegalmente por las empresas que, en una gran mayoría, han dado cobertura a los alcaldes de Junts per Catalunya, son enviados por el Estado, cuando desde hace años son reclutados, hacinados y mal pagados por esos empresarios que prefieren el fraude contractual a la contratación legal, a cumplir las jornadas y las condiciones de vida y de trabajo de los temporeros. Ahora son el foco.
Resulta que pidió las competencias casi en un ejercicio para demostrar su incompetencia. Las medidas preventivas sanitarias son inexistentes, los rastreadores no existen, y los sanitarios están alarmados. Para dar tranquilidad --es una ironía--, no se le ocurrió nada más y nada menos al Govern de Torra que pedir voluntarios para asumir el vendaval que se avecina. Un vendaval que arreciará en los próximos días según los responsables sanitarios, situándonos en una situación delicada.
Torra por si acaso, culpa a Madrid, pero también a Esquerra. Quizás por eso, como explicó Crónica Global, los alcaldes del territorio están que trinan contra la consejera Vergés. Quizás porque no tiene clara la hoja de ruta, pero quizás porque es de ERC. Torra, en un ejercicio de simplería, sigue jactándose en el Parlament de lo bien que lo hace su Gobierno. Es lógico, está en el momento álgido de su incompetencia. Eso sí, pasará a la historia por ser el peor presidente de la Generalitat. Es un incompetente y encima se jacta de ello. La Cataluña decadente tiene en el poder lo que vota; Quizás también el país está en su máximo nivel de incompetencia.