Los Reyes Magos de Oriente han llegado en pleno mes de junio a las comunidades hispanas. El consejo de ministros aprobó esta semana la creación de un fondo especial de ayudas, dotado con la fastuosa suma de 16.000 millones de euros.
Tamaño aporte es un auténtico regalo a las regiones, con cargo --como siempre ocurre-- al bolsillo del conjunto de los contribuyentes. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol.
Lo llamativo del espléndido obsequio reside en que los capitostes de cada demarcación toman el peculio, pero no han de devolverlo. Tampoco se acumula a la deuda de sus respectivos territorios. Los capitales ni siquiera generan esa ordinariez denominada intereses.
En resumen, los caciques locales reciben la pasta gansa limpia de polvo y paja, y santas pascuas. El chollo es gigantesco, un maná celestial como el que se derramó sobre el Sinaí en tiempos bíblicos.
Pero no se acaba aquí la augusta generosidad de Pedro Sánchez hacia los reinos de taifas celtibéricos. El fondo de auxilio encierra otro detalle todavía más chocante. Reside en que las satrapías no habrán de justificar los gastos que realicen. Dicho con otras palabras, el Gobierno central no exigirá factura o comprobante alguno.
El decreto instaurador de tan espectacular momio especifica los grandes conceptos a los que deben dedicarse los recursos. Dice que 9.000 millones se aplican a Sanidad, 5.000 a compensar la bajada de la recaudación fiscal y 2.000 a Educación.
Como los gobiernos cantonales van a controlar el paradero de los fajos de billetes, sin dar cuenta a nadie más que a sí mismos, no hace falta ser un lince para concluir que todo bicho viviente va a hacer de su capa un sayo y a fundir ese dineral en lo que le venga en gana.
Por otra parte, es de subrayar que los 16.000 millones a que antes aludimos no yacen almacenados en las arcas del Estado a la espera de que alguien les dé cumplido uso. Semejante montaña de millones se reunirá mediante la emisión de enormes carretadas de deuda pública. Por tanto, la presente juerga --como todas las demás que se cuecen por nuestros páramos-- la sufragarán a escote las generaciones venideras. Que los hados se apiaden de ellas.
Cataluña es la segunda región más agraciada por la pedrea. Sobre el Principado caerán 3.200 millones. Aún así, a Quim Torra le saben a poco. Él quería nada menos que 15.000 millones, o sea el 93% de todo el fondo.
No es intempestivo recordar que durante la anterior crisis los pasivos patrios se dispararon hasta las nubes. En el periodo 2007-2013 la deuda de España saltó de 380.000 a 980.000 millones. Tras esa fase depresiva, la economía dio en experimentar un sexenio de fructíferos progresos. Mas para desgracia del pueblo soberano, los Ejecutivos fueron incapaces de cuadrar sus balances y siguieron gastando a manos llenas mucho más de lo que ingresaban.
El corolario de los pasados seis años es una expansión de la deuda al endiablado ritmo de 180 millones diarios, incluidos los fines de semana y las fiestas de guardar. Según los últimos datos disponibles, el endeudamiento ya rebasó en abril los 1,2 billones. El coronavirus amenaza ahora con catapultarlo hasta cotas siderales.
Carmen Calvo, vicepresidenta primera del Gobierno, tiene dicho que el dinero público no es de nadie. Esa expresión es un eufemismo que los políticos utilizan con singular desenfado. Y nada hay más alejado de la realidad.
"Dinero público" quiere decir justo lo contrario de lo que dice. Se trata inexorablemente de “pecunio privado”, esto es, extraído de la faltriquera de los ciudadanos particulares por los insaciables mecanismos recaudatorios del Estado, las autonomías, las diputaciones, los municipios y otros organismos parasitarios.
El fortunón que Pedro Sánchez pone ahora en manos de los proncósules de las regiones aliviará sus necesidades crematísticas, pero a costa de cargar más y más paletadas de deuda a la mochila nacional. El tiempo dirá si los recursos se emplean con acierto o no.
Dada la proverbial tendencia de las administraciones a derrochar en gastos consuntivos, es de temer que el grueso del numerario acabe dilapidado en un aluvión sin fin de despilfarros. Los precedentes abundan. Si no, que se lo cuenten al nefasto José Luis Rodríguez Zapatero y su catastrófico Plan E.