La independencia de Cataluña se hace añicos. El Gobierno PSOE-Podemos es la única alternativa para el separatismo; enfrente está el cuarteto Casado-Vox-Cayetana-Faes, dispuesto a incendiar el mundo y cautivo de su propia infodemia. El cuarteto tiene al rojo separatista entre ceja y ceja, ante lo que el soberanismo solo esgrime su cataplasma: Cataluña o muerte. En medio de ambos, sobresale ahora la deserción de Pere Aragonès --vicepresidente de la Generalitat--, que negocia con Sánchez, dejando a Torra en la estacada. En el juego de la dialéctica gana quien mejor controla la agenda del otro.
Detrás de Aragonés y de Rufián, ERC se bate hábilmente en retirada: sale de la barricada para incrustarse junto a Sánchez, al amparo de Moncloa. Ciudadanos, por su parte, se desmarca en Madrid; la desescalada de Edmundo Bal, Arrimadas y el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Jesús Aguado, no es precisamente sanitaria. El centro vuelve al centro, aunque le falten cuadros moderados y le sobren corifeos de la maldad, la infección de su pasado reciente. En la Asamblea de la capital ya se habla de moción de censura contra la presidenta, Díaz Ayuso. Sea lo que sea, Ciudadanos tiene pendiente su última limpieza si no quiere perpetuarse como la Oficina de Proyectos no Realizados, una morgue de planes residuales; al partido naranja tampoco le vendrían mal algún curso de dietética adaptada al arte de la praxis y una buena performance liberal, con imagen de marca.
Mientras la crisis del Govern de Cataluña se cronifica, el republicanismo defiende un puesto como socio de referencia en Madrid, en competencia con al anhelo de Ciudadanos, la mano fría y tendida de Inés Arrimadas. El partido de Junqueras abandona su soledad esencial. Sabe que, en política, la inmediatez es una fascinación que se niega a sí misma. Los defensores de piano piano si va lontano superan a los de su contrario, forte forte si va a la morte, de los hiperventilados, que picotean como pollos sin cabeza. Se cumplen dos años de la moción de censura, que colocó al PSOE en el poder; no hay que perder de vista que aquella operación fue una refutación inequívoca de Rajoy más que una victoria de Sánchez. Pero si le cedes un palmo, el presidente se rehace, como demostró en el Comité Federal del PSOE después de ser defenestrado.
En la pleamar de los conflictos y las quejas, el Gobierno de coalición sale de la pandemia políticamente reforzado. No tiene la mayoría social, pero sí tiene ahora la oportunidad de conquistarla: la CEOE vuelve al redil negociador, los sindicatos no se fueron nunca; las comunidades autónomas dirigirán el fin de la desescalada --y se comerán sus errores--; la renta mínima cubre a los excluidos --granero de votos--; los sectores industriales solo miran a Moncloa para preguntar aquello de ¿qué hay de lo mío, ministro?; y Bruselas solo negocia el plan de reconstrucción económica con el Ejecutivo, porque la UE es una organización de Estados, no de territorios.
Toda España depende de Moncloa. Sánchez se lo lleva de calle; su último enroque ha descolgado al cuarteto, en el que Justine --Cayetana-- se columpia por última vez, en el patio trasero de Alejandría. Además, si el vicepresidente, Pablo Iglesias, sigue anteponiendo su agenda partidista, sus días en el Ejecutivo estarán contados; no basta con adorar el suelo que pisan los dioses; hay que comprometerse a no acosarles. La polimetría dice que Unidas Podemos no avanza y que Ciudadanos le recorta la distancia. Por su parte, en el PP de Casado, campo de Marte, reaccionan lentamente los barones territoriales y un nutrido grupo de brillantes académicos de corte liberal; los críticos están dispuestos a recuperar el resuello antes de que la pugna demoscópica --Michavila versus Tezanos-- desvele la caída de la derecha.
El territorio que ganan Ciudadanos y ERC, cada uno de su cuenta, lo pierde Podemos. Sánchez está inmerso en un pulso, dentro de la UE, frente a los autodenominados países frugales --Austria, Holanda y Dinamarca--, a los negacionistas de Visegrado --República Checa, Eslovaquia, Polonia, Hungría y Eslovenia-- y al quietismo de Merkel. Si Sánchez sale airoso, sus banderas se volverán lanzas. España tiene credibilidad en los órganos de gobierno europeos y, si Casado se hubiese subido a este carro, ahora podría capitalizar lo que hizo su partido, en la etapa Aznar-Rato, culminada con la entrada en el euro.
El vicepresidente Iglesias ha leído a Gramsci, pero sin pasar de Nicos Poulantzas. A él, le persigue Tánatos; es como un alma en pena arrojándose al vacío; un sabio incontinente, que se siente parte de una multitud. Tiene en valor moral de pensar por cuenta propia --así lo exigía Stendhal--, pero le falta la paciencia del cazador. A estas horas, lo sabe muy bien la ministra de Economía, Nadia Calviño, a la que le preocupan los plazos de vuelta a la senda del déficit, marcada por el pacto presupuestario de la UE, vigilado por el Eurogrupo. Detrás de la ministra, el titular de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones, José Luis Escrivá, marca los tiempos y pone las comas, sin aflojar el instinto de solidaridad reflejado en la renta mínima.
Iglesias no está solo; pertenece a un Ejecutivo que quiere ser un bloque; pero a él le puede el vicio de ir por libre y ofrecer pruebas irrelevantes en asuntos menores, como por ejemplo, que Espinosa de los Monteros es autoritario, en medio de la Comisión parlamentaria dedicada al reimpulso económico. No sabe que hay dos cosas básicas de la política: una te ayuda a comprender y la otra te ayuda a olvidar. La primera es una ciencia positiva, y la segunda un camelo; estas dos cosas son como la astronomía (ciencia) y la astrología (magia) o como el póker descubierto y los dados del mentiroso. Lo primero exige arrojo y cálculo, mientras que a lo segundo le basta con la fortuna. Si se despega de la primera, solo dependerá de la suerte, una vez más.