El sector turístico trabaja contrarreloj para salvar los muebles de una temporada que se presume aciaga, quizás la peor de la historia.
El jefe del Gobierno Pedro Sánchez proclamó la semana pasada, tras su último volantazo, que abre otra vez las fronteras a los visitantes extranjeros. En efecto, a partir del 1 de julio se eliminarán las restricciones y cuarentenas en vigor, aunque solo para los vecinos europeos. Devenimos así uno de los últimos países del continente que reinstauran la admisión de visitantes foráneos.
En Italia, los viajeros de toda procedencia podrán moverse con plena libertad desde el 3 de junio. En Francia y Portugal, a partir del 15 de junio. Grecia lo hará a la par que España, aunque el territorio heleno encierra un atractivo adicional, a saber, la escasísima incidencia que el Covid-19 ha registrado entre sus habitantes.
Lo malo de la resolución de Sánchez, aparte de la tardanza en realizarse, es que se añade a las erráticas idas y venidas de las pasadas semanas, así como a la proliferación de mensajes desconcertantes, cuando no contradictorios, emitidos por el Ejecutivo.
Según las patronales del ramo, semejante indefinición nos coloca con enorme retraso en el radar de los grandes turoperadores y las agencias de viaje. Debido a esta circunstancia, no se esperan llegadas más o menos multitudinarias hasta la segunda quincena de julio. Pero en cualquier caso, nunca es tarde si la dicha es buena.
De momento, la supresión de las trabas oficiales ha desencadenado un alza considerable de la reserva de paquetes vacacionales por internet.
Por su parte, los hoteleros y hosteleros ya ponen a punto sus establecimientos para agasajar a los europeos como si fueran los mismísimos yanquis de la película ‘Bienvenido, Mr. Marshall’.
Es de recordar que el turismo aporta nada menos que un 15% del PIB y del empleo. Ello explica que el destrozo provocado por el coronavirus alcance cuantías enormes. Según cálculos de la propia industria, el volumen de ingresos que este año se ha volatilizado asciende a la friolera de 40.000 millones. Y de aquí a septiembre, está en juego una suma similar.
Bajo el peso de los datos transcritos, comienza ahora una carrera desesperada para seducir a los turistas, tanto forasteros como domésticos.
El Gobierno central planea lanzar en Europa una campaña de avisos pagados que cantan las bondades de Celtiberia como destino de sol y playa.
A su vez, la Generalitat ha orquestado una acción promocional propia. En este caso, su destinataria no es la vieja Europa, sino las diversas Comunidades españolas.
Como quiera que el curso está muy avanzado y la captación de viajeros internacionales se presenta cuesta arriba, la cuadrilla de Quim Torra ha decidido sacar provecho de los compatriotas que viven más allá del Ebro.
El asunto tiene miga. Ocurre que el vasto aparato de agitación y propaganda de la Administración vernácula lleva tiempo tachando al resto de los españoles de “ladrones”, “bestias” y “asesinos”, entre otras muchas lindezas. Asombrosamente, esos mismos voceros les dedican ahora mensajes cariñosos a mansalva.
Propugnan una amistad idílica entre los españoles. Ensalzan los lazos emocionales milenarios que unen a todos los moradores hispanos. Y, de paso, les exhortan encarecidamente a acudir a estos terruños nororientales a gastar sus dineros con esplendidez. El cambio de chip es estupefaciente.
Si tras la catarata de ataques, insultos e injurias que se han volcado sobre nuestros paisanos, alguno de ellos se digna visitarnos, habremos de impulsar su beatificación inmediata y su elevación a los altares. Porque solo unos seres angélicos son capaces de digerir sin riesgo de envenenamiento la sarta de improperios que se ha vomitado contra ellos desde Cataluña.
La iniciativa publicitaria del Govern corre a cargo de la Agencia Catalana de Turismo. Este tinglado es uno de los 360 chiringuitos que maman de las ubres de la Generalitat. Lo dirige el secesionista David Font. Este fanático radical calificaba a España en 2017 de “Estado opresor que encarcela a presos políticos, destituye Gobiernos democráticos y anula derechos y libertades”.
El mismo sujeto soltó hace poco otra perla memorable en las redes sociales: “Estamos percibiendo que, a escala planetaria, nuestra imagen como destino vacacional ha quedado tocada porque todavía nos asocian con el mercado español”.
Por cierto, el reportaje divulgado por dicha agencia describe los encantos de los enclaves de mar y montaña, amén de los castellers y otras riquezas folclóricas de Cataluña (escrita así, increíblemente con eñe).
También es curioso que las poblaciones seleccionadas para el trabajo de marras están repletas desde hace años de banderas separatistas y carteles de apoyo a los “presos políticos” y los “exiliados”. Sin embargo, en los anuncios que se proyectan en televisión, no aparece una sola pancarta. Todas se han esfumado por arte de magia, mejor dicho gracias al Photoshop.
Se desconoce si el bochornoso alarde de la Generalitat logrará éxito. Falta le hace al sector, pues el horno no está para bollos. Y esta región necesita a los turistas y sus doblones, vengan de donde vengan, como agua de mayo.
Ya veremos si de una vez por todas la tropa de Quim Torra aprende de sus errores pretéritos, se deja de ensoñaciones separatistas irrealizables y se pone a trabajar con sosiego para el conjunto de los catalanes. ¿Caerá esa breva?