El coronavirus sobrevuela fronteras y no distingue identidades ni adscripciones políticas, pero sí clases sociales, las víctimas de la desigualdad se contagian más y mueren más, está estadísticamente comprobado. La epidemia, en el fondo, es una comunión en la desgracia y como tal “hace”, “mantiene” o “rehace” comunidad. Así es en muchos lugares. Aquí no.
Los dirigentes del secesionismo podían haber aprovechado la confusa y dramática situación creada por la epidemia para enterrar su aventurismo, redefinirse en un “republicanismo civil” y apuntarse el tanto de un proyecto de reconciliación “sin vencedores ni vencidos”, lo que habría sido un éxito y un regalo para los que fueron derrotados en octubre de 2017. Una operación ésta de una gran inteligencia política, que, al parecer, no está a su alcance.
En el momento que más se necesitan lealtad, buena gestión gubernamental, solidaridad, empatía, cortesía política, en una palabra, virtudes, exhiben sus defectos y miserias, su deslealtad enfermiza hacia las instituciones del Estado y su mal gobierno. Como gestores territoriales de la crisis sanitaria y social son un desastre, prefigurando lo que hubiera sido el gobierno de su república. Desastre que se comprende, si se considera que al frente de la institución pusieron a un negado para la gestión gubernamental.
El Govern de la Generalitat no ha conseguido buenos resultados en la lucha contra la epidemia, por no decir que han sido particularmente malos; ni siquiera ha sabido contar mascarillas. En sí mismo esto no tiene porque sorprendernos, iguala Cataluña con otros territorios, solo que, como supremacistas identitarios, han venido presumiendo de poderlo hacer (todo) mejor que los “españoles”, para después exigirlo todo al Gobierno “español” aportando sólo deslealtad.
Tómese como referencia de gestión gubernamental nefasta el control de las (1073) residencias de mayores: el número de fallecidos clama al cielo, la fiscalía investiga casos dramáticos de desasistencia, la UME encuentra trabas y bloqueos cuando acude a ayudar y los servicios de la Generalitat no aportan los medios que debieran, pero sí recomendaciones escritas de mal tufo o instrucciones verbales de no pedir el traslado al hospital de mayores de 80 años. Todo eso y mucho más en el ámbito oficial.
¿Y las vanguardias callejeras del secesionismo? ¿Dónde están los CDR, tsunamis, picnics y demás inventos de la agitación? Agazapados a la espera de que pase el temporal. Lo tienen dicho: cuando se levante el estado de alarma “volveremos a cortar la Meridiana”. Mientras tanto se prodigan con virulencia en las redes sociales.
¿Y las organizaciones civiles del secesionismo? Callan, se confinan en un significativo silencio respecto a la desgracia en el resto de España, que muestra que solo les importa lo suyo. ¿Dónde ha ido a parar la formidable capacidad comunicativa y logística de la ANC y de Omnium Cultural? No basta con organizar colectas y fabricar mascarillas caseras. La hubieran podido reconvertir --como han hecho muchas fábricas con su producción-- para ponerla al servicio, ni que fuera temporal, de una línea mínima común contra la epidemia para un apoyo general.
Pues no, continúan con su guerra particular --ahora sólo verbal gracias al confinamiento-- contra el “maldito Estado”, sus instituciones y sus agentes, obviando que es el único que nos protege a todos, también a los secesionistas. Quedan palmariamente al descubierto la futilidad del movimiento secesionista y su carácter reaccionario.
Quien ofende y agrede está moralmente obligado a dar el primer paso en el camino de la reconciliación, si la quisieran. Pero no la quieren, incluso la temen, porque viven políticamente del conflicto, lo necesitan como el pan de cada día. Por eso, ahora, asustados por haber perdido cuota de pantalla y de primeras páginas, rompen el consenso anti epidemia y vuelven a cebarse en la monarquía (Tardà) y a insistir en sus absurdos: autodeterminación (Torra), activación de la DUI (Castellà), estado propio (Rufián) y el “todo en uno” de Junqueras. En suma, vuelta al pre Covid.
¿Qué habrá hecho el Estado desde el estallido de la epidemia que haya impedido a los secesionistas dar ese paso? Tienen respuesta: no ha liberado a los dirigentes encarcelados (condenados en juicio). Sus malas artes y su deslealtad permanente impiden al Estado cualquier comprensión o presunta liberalidad que utilizarían de inmediato contra el Estado.
Y ha quedado también claro que pese a las favorables circunstancias actuales la salida política del conflicto se halla bloqueada por los dirigentes secesionistas, los mismos que lo provocaron.
Solo queda la esperanza de ver qué impacto emocional y social tendrá la epidemia en sus seguidores en la calle y en las urnas. Tal vez parte de ellos vuelva a sentirse comunidad en comunión con el resto de los españoles, que están padeciendo como ellos los estragos del coronavirus, y, si fuera el caso, la reconciliación podría ser posible, exigida desde abajo.