La catalanización de la pandemia es una extravagancia necia. Es lo que hacen Quim Torra y Meritxell Budó cada cuarto de hora, hasta extremos aberrantes que tienen su pretexto en el joven doctor Oriol Mitjà, el vértice de la opinión institucional catalana que va desde el “no será para tanto” hasta el “cierre total de Cataluña”, cuando España entera lleva muchos días confinada. Hoy digo esto y mañana su contrario; es el mal estilo de corte anglosajón, en la línea del ogro feo (Trump) y del bateador londinense (Boris Johnson), que no hace tanto debutó de amarillista en los tabloides británicos enviados a Bruselas para desconcertar al enemigo.
Oriol Mitjà, héroe del procés, especializado en enfermedades infecciosas, vinculado al Hospital Germanas Trias i Pujol, pidió la dimisión de Fernando Simón y del resto del Comité de Gestión Técnica del Coronavirus del Ministerio de Sanidad por no haberse anticipado al impacto de la pandemia.
Los medios le acusaron de torpeza con el apoyo de Miquel Iceta, y ya está, habíamos mentado a la bicha. Mitjà, premiado por haber combatido el pian, es un indepe de piedra picada antes que infectólogo; pero llegado el momento del drama, se desmarcó del modelo garbancero y ahora afirma que él trabaja para el mundo entero: “¡Yo amo a España! Mi trabajo trasciende el debate identitario”.
Vaya otro indepe al que le crecerá la nariz de Pinocho por tener familiares en Madrid, como la consejera Ponsatí. Otro de los que con la irrupción del Corvid 19, nos han sorprendido: resulta que ahora aprecian lo que antes denostaban y aman a lo que, hace poco, odiaban.
Por algo se empieza, aunque Mitjà debe reconocer que ya no rinde culto ante el altar de Mnemósine, diosa de la memoria; habrá perdido la fe o trata de embellecer la árida verdad de la ciencia a base de mentirijillas. Su popularidad nació del estrépito y ahora se retrata en la fuerza silenciosa de la evidencia. Debemos agradecerle en cualquier caso que no juegue con la muerte, como hace el presidente de la Cámara de Comercio, Joan Canadell que llama, cacho animal, “España vaciada” a los fallecidos por Coronavirus. Así las gasta Atila, el Huno que hunde sus posaderas en la emblemática Llotja de Mar, sede de nuestra imaginería.
Al defenderse diciendo que no dijo lo que dijo, Mitjà se burla de su propia vanidad porque sabe que estará en el alero, mientras el despertar de la ciencia frente a los virus anuncie una nueva hegemonía. No hay más que ver telediarios e informativos llenos de microbiólogos. El reclamo neutral de la ciencia puede ejercer un influjo parecido al que, en su momento, acercaron las prosas de Lewis Carrol capaz de resucitar la Europa desmotivada de su tiempo con una Alicia subida en la chimenea, a caballo entre las apariencias y la realidad.
Pero no se pueden hacer trampas al solitario ni estar en misa y replicando. La doctrina del Govern de Torra en los micrófonos de la BBC es así de deleznable: “Nuestras competencias fueron centralizadas y ahora tenemos menos competencias para ayudar a nuestra gente”. Crece y crece la ciénaga moral en los momentos más tristes, pero el Gobierno de Sánchez se lo toma con calma para no liar más las cosas.
Al president Torra y a sus acólitos, Sánchez solo le reclama “un mínimo de lealtad institucional y un mínimo de cooperación”. No hace falta añadir que la Mesa bilateral, se autodestruirá ella solita después del coronavirus, del mismo modo que desaparecieron tantas cosas en Londres durante una de las grandes epidemias recogida por Daniel Defoe en su novela Diario del año de la peste.
El actual caos médico anuncia un cambio profundo en nuestra manera de sentir y vivir; un vuelco cultural, una ruptura imprevisible. En Italia se compara el panorama actual con la epidemia que diezmó Milán en 1630, narrada por Manzoni en Los novios –la historia de Lorenzo y Lucía- que estableció la última frontera con el pasado dedieval.
Sepa señor Mitjà que las elucubraciones del Govern han encontrado la base científica en lo que usted predica. La palingenesia de los que se arrogan competencias médicas, que los demás ignoramos, puede llegar a ser devastadora. Ahí tiene usted a la Casa Blanca rectificando sobre la marcha o al presidente Bolsonaro en Brasil, que decreta estados de sitio a contra reloj, dos días después de reírse de la pandemia, a base de prodigar abrazos y besos.
Nuestros chicos del procés que, por neoliberales no quieren Estado, cuando lo necesitan proclaman las virtudes del Deus ex Machina. Pero eso sí, esperan a que la UME salga a desinfectar puertos y aeropuertos, para decir ¡cuidadín con el ejército de ocupación!, que desinfecta nuestra República desde los helicópteros (fake), al estilo de la Casa Blanca que promete mil dólares por familia metafóricamente lanzados sobre jardines y avenidas desde los Apache de la marina. Ante la disyuntiva de atajar la enfermedad o crear miedo insolidario, Mitjà muestra su fondo de comercio: es el lobo de Caperucita.