Se atribuye a Rafael Guerra, Guerrita, un torero cordobés que ejerció entre finales del XIX y principios del XX, y que ha pasado a la historia por su condición de filósofo pedestre más que por sus dotes para la lidia, una frase --mítica-- que, como tantas otras en Andalucía, adquiere su significado real mediante la exageración: "Lo que no puede ser, no puede ser; y además es imposible". No se puede decir más en menos. Lo pensaba este sábado tras leer las crónicas del último comité federal del PSOE, aunque quizás sería más exacto referirnos al Partido Unipersonal de Sánchez I, el Insomne, porque el PSOE ha desaparecido, igual que murieron los dinosaurios. En este cónclave el presidente del Gobierno, enfundado en sus vaqueros pitillo, proclamaba ante su grey que "el diálogo en Cataluña" --léase las negociaciones con el independentismo-- no va a provocar ningún "perjuicio" a otras comunidades autónomas.
El mensaje, que fue lo único destacable de la reunión, donde casi todo fueron taconazos y devociones súbitas --el poder es mágico: a los antiguos enemigos los transforma en corderitos y convierte en hondos devotos a los filisteos--, fue recibido con júbilo general, mostrando ese maravilloso espectáculo sociológico que es el asentimiento (por interés). "Todo se hará dentro de la ley", prometieron. Como si la legislación fuera un valor en un país donde las leyes no se han cumplido nunca. Lo que no dijo Sánchez, ni nadie le demandó que explicase, es cómo diablos piensa lograr la cuadratura del círculo territorial. ¡Ah, aquí todo es misterio!
Salvo que el Gobierno esté preparando una subida de impuestos brutal --cosa nada extraña habiendo sido encomendada la cartera de Hacienda la ministra Montero, que todo lo soluciona gracias a la generosidad de nuestras carteras--, se antoja complicado, por no decir imposible, que el ejecutivo pueda satisfacer al mismo tiempo las exigencias independentistas --la autodeterminación implica quedarse con buena parte del PIB-- y las demandas del resto de autonomías, que tienen idéntico derecho a recibir lo mismo que los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos consideran que les pertenece por derecho divino.
Tal promesa, que en el caso de Sánchez I no deberíamos tomar al pie de la letra, dados sus antecedentes, se está incumpliendo desde hace tiempo. Ya. ¿Podemos acaso considerar igualdad de trato que el Gobierno acepte la bilateralidad con Cataluña y, sin embargo, no la extienda a todos los demás gobiernos autonómicos, a los que ha pretendido estafar en el Consejo de Política Fiscal y Financiera? Obviamente, no. Sánchez no tuvo problema alguno en hacer el desfile del trabuco --aquella egregia ceremonia preparada por Torra, un presidente inhabilitado por la Justicia-- pero a otros presidentes autonómicos no es que no los reciba en la Moncloa. Es que ni les devuelve las llamadas ni le contesta a las cartas.
La asimetría que comienza con lo formal --el trato-- se extenderá, no lo duden, a la sustancia, que son los dineros. Que los socialistas prometan que no se saltarán la Constitución no es ninguna garantía. Al contrario. De facto, ya lo han hecho al prometer --ha sido rubricado en los acuerdos de investidura-- adaptar "la estructura del Estado a las identidades", sustituyendo directamente el derecho por el delirio. Por mucho que la oposición sobreactúe, que lo hace, los hechos son indudables: el pacto con el independentismo es un trampantojo. Sus interlocutores no representan a todos los ciudadanos ni tienen la mayoría que exige la Carta Magna para un cambio constitucional. No está en sus manos hacer lo que han prometido.
Siendo todo esto innegable, la situación no presenta más que dos salidas: o Sánchez engaña a ERC --lo cual provocaría su caída inmediata-- o nos va a estafar a todos. O ambas cosas. El diálogo sobre el modelo territorial de España es un asunto que nos afecta a todos. No puede abordarse de forma bilateral o desde los intereses políticos personalistas sin caer en la desigualdad de trato. Que nos lo vendan como "un triunfo de la política" evidencia cuál es el concepto de política de la Moncloa. Que Sánchez triunfe ante el comité federal de su partido no tiene ningún mérito. Igual que en el Vaticano, el cuerpo electoral que lo respalda ha sido nombrado por él mismo. Es cautivo de sus deseos. El ruido de la calle, en cambio, ha comenzado ya a oírse con las protestas del campo. Como diría el maestro Miguel Ángel Aguilar: ¡Atentos!