Las inundaciones de la semana pasada en Cataluña fueron catastróficas. No me refiero a las muertes ni a las pérdidas económicas, que esas minucias en Cataluña poco importan, sino que hablo de la catástrofe que supuso para el gobierno catalán y para los medios de comunicación que le son fieles, verse obligados a hablar de cosas ajenas al procés. El rostro compungido de Quim Torra, de sus consellers y de los presentadores de TV3 en aquellos días en que la naturaleza la tomó con Cataluña, se debían exclusivamente a que por unos instantes, sólo por unos instantes pero que se les hicieron eternos, estuvieron obligados a referirse a noticias ajenas al procés, a Puigdemont, a la legitimidad de Torra, en fin, a las cosas de verdad importantes, para dar noticia de unas pérdidas económicas y humanas que a nadie deberían importar.
Tampoco es que una de las catástrofes más graves que han sucedido en las últimas décadas en esta región, ocupara excesivo espacio en los informativos. Y cuando lo ocupaba, ya se cuidaban los presentadores de resaltar la gran actuación de gobierno. En cambio, para un observador imparcial dicha actuación no existió, o existió cuando la catástrofe ya había sucedido, mientras que la prevención --a pesar de estar sobre aviso de la tormenta que se acercaba-- ni estuvo ni se la esperaba. Es comprensible. Uno no puede estar a la vez protegiendo a los ciudadanos y construyendo su república, y si hay que elegir, los ciudadanos deben sacrificarse por el bien común.
Es de suponer que ese 1,6% de catalanes que cree que su gobierno resuelve los problemas de los ciudadanos, debe estar formado por los miembros del gobierno catalán y los periodistas de TV3, más los familiares de unos y otros a quienes les van las lentejas en ello. A esos sí que el Govern les resuelve los problemas, puesto que el único que tienen, que es el de seguir engordando su cuenta corriente, lo tienen sobradamente solucionado. En el otro 98,4% nos encontramos todos los demás catalanes, también los que han visto sus propiedades inundadas, que no han podido desplazarse, que se han quedado sin suministro eléctrico o sin agua corriente durante varios días, que han tenido que cerrar sus negocios unas cuantas jornadas y, en fin un montón de gente que no tiene otra cosa que hacer que preocuparse de su vida y de su familia en lugar de concentrarse en "hacer república".
Tan pesados han estado los últimos días en TV3 beatificando a Torra en un intento de convencer a los televidentes de que su inhabilitación es un ataque español a Cataluña --otro más--, que uno veía atunes muertos en las playas de Tarragona a causa del temporal, y acababa encontrándoles cierto parecido con el presidente catalán. No sé si sería por el color sonrosado del animal --me refiero al atún, no al president--, por el rostro inexpresivo y con la boca entreabierta que mostraba varado en la playa --y otra vez hablo del atún-- o por verle a todas horas en televisión sin nada inteligente que comentar --y ahora me refiero a ambos--, pero al final costaba comprender donde empezaba uno y donde terminaba el otro.
Muy duro, fue muy duro para políticos y periodistas catalanes verse obligados a dejar unos minutos de lado a los presos, los exiliados, los inhabilitados y los imputados --hay que reconocer que ya empiezan a ser legión y hablar de todos ellos requiere dedicarles la programación íntegra--, pero afortunadamente, parece que la naturaleza ha dejado de importunar a los catalanes, y ya podemos volver a nuestra única preocupación. Pelillos a la mar.