Joan Canadell dice que el 65% de los empresarios catalanes son indepes. ¿Qué entiende él por empresario? ¿El extinto cerillero del Café de la Ópera? ¿El que servía azucarillos en la tertulia de Borralleras? Estos no eran empresarios, hombre; solo eran seres irrepetibles. De Canadell sabemos que es un ingeniero que manda en Petrolis Independents, una empresa arbolada de estelades (ocho surtidores de combustible), financiadora del procés. Ganó la presidencia de la Cámara de Comercio en unos sufragios votados por el 4% de las empresas con derecho a voto; se hizo hábilmente con el poder tras una campaña estilo democracia futbolística, llena de amaños y apaños, como los que practican las federaciones deportivas y las antiguas cajas de ahorro. Tal que así: “Yo te voto en mi epígrafe de carnicerías si me abres la puerta de la Boquería”; yo, estanquero, “te voto si me incluyes en tu cupo de compras a Tabacalera”; yo, taxista, “te elijo si me consigues una licencia para mi cuñado”, etc.
La economía de los de abajo se pelea palmo a palmo y sus protagonistas han entrado en el plenario de la Cámara, el órgano que un día fue un Senado Industrial en la sombra, convertido hoy en un soviet del nacional-populismo. Los menestrales ocupan los escaños de los ejecutivos. El skyline de Diagonal se ha convertido en una reunión de tenderos.
Llamó al boicot contra las compañías de verdad que se oponen a la independencia, como El Corte Inglés, Caixabank, Banco Sabadell, Endesa, Naturgy y Repsol. Pero nuestros blue chips ni se enteraron; no se dejan ver por la Cámara desde que la entidad corporativa dejó de recibir por ley las cuotas obligatorias. Canadell no afloja; está loco por recuperar aquellas milagrosas cuotas empresariales. ¿Quién no? Y todo parece indicar que estos fondos, mordidas aparte, engrosarían el tesoro público de la República Catalana. Es decir, un 3%, modelo coup de foudre.
Con estos antecedentes, el actual presidente de la Cámara de Comercio ha convertido la institución en una sucursal de la ANC, el tumulto asambleario que responde como un solo hombre y con una sola voz. Canadell se proyectó a través de Eines de país (aperos de labranza, como quien dice), un grupo de ciudadanos que lo más económico que han visto son las rebajas de enero. Y ahora, este advenedizo quiere levantar un frente institucional, junto a la patronal Foment del Treball, el Círculo de Economía y Pimec para exigir al Gobierno de coalición 4.000 millones de euros que deberían invertirse en infraestructuras catalanas. Pero Foment, el Círculo y Pimec se han borrado. Ni lo han considerado.
Comanda un ejército sin cañones, pero no se despega del trono. Pronto se habrá comido el edificio Llotja, sede histórica de la Junta de Comercio, nuestra primera universidad politécnica; se habrá cargado el Salón de Contratación, joya del gótico civil catalán, sede de la Taula de Canvi, el primer banco de descuento de Europa, y pondrá moqueta, digo, en el Salón de Cónsules, altar de las cartas de navegación del Mediterráneo. Me pregunto si él y sus amigos se quitan los zapatos, en señal de respeto, antes de entrar en la Llotja.
En aquella sede hay esculturas, vitrales, láminas y arquitrabes por todas partes; es un sitio tentador para cualquier “alborotador anacoluto” (diría el capitán Haddok de Hergé) que sepa pasar desapercibido al decir buenos días en la puerta de entrada.
La Cámara lo fue todo en los años de la integración entre el Comercio y la Industria (la Navegación va de suyo): la etapa de Ribera Rovira, que cerró las viejas heridas abiertas entre librecambistas y proteccionistas. El tiempo de gerentes, como Riba Ortínez o de presidentes, como Josep Maria Figueras, fundador de las Cámaras del Mediterráneo, constructor de fuste y accionista de Habitat, junto a su socio Josep (Pepe) Sunyol, industrial y mecenas. La institución brilló más tarde con Antoni Negre, un nexo de unión entre la Generalitat de Jordi Pujol y el Ayuntamiento de Pasqual Maragall.
Desde la Cámara, Negre lideró el consorcio Fira Barcelona, apalancó con sus fondos la promoción económica de la ciudad y medió en la formación de consejos de administración, en el consorcio, sin políticos a bordo. Ahora Canadell se arroga una representación inexistente y se reclama sujeto de derecho: quiere un acuerdo con el mundo empresarial serio para demostrar en Madrid que la Cataluña económica se opone al pacto PSOE-ERC y, paralelamente, exponer en Barcelona que se está abriendo un nuevo frente contrario al tripartito (ERC-PSC-comuns) pensando en las elecciones autonómicas de antes del verano.
En su mundo, todo es apariencia. Su bastón de mando es el palo de un niño que cree estar empuñando una espada. Es el protagonista de ficción convertido en autor, como aquella edición de Los viajes de Gulliver, firmada por el propio Gulliver, como autobiógrafo, pero sin ninguna mención a Swift, el verdadero autor. Para disimular su defectillo, el presidente de la Cámara practica la apelación visceral a los prejuicios más arraigados, como la madre tierra o la historia de Cataluña, convenientemente sazonada por el Institut Nova Història, financiado por Petrolis Independents.
Desde luego, no es un diplomático del ingenio. Está hecho a la medida de la democracia corporativa, donde no rige el sufragio universal y triunfan la cooptación y el refrendismo. No es exactamente un reaccionario, más bien es un “revolucionario hacia atrás”. Se dirige al mundo empresarial expresando sentimientos qualunquistas de hombre común, como el ataque frontal al Estado, porque me da la gana. No sabe que su target exhibe racionalidad y exige estabilidad. Su 65% de empresarios independentistas es un desliz estadístico, un invento nacido de la tradición plebiscitaria de su tribu.