El tragicómico proceso de investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno español ha tenido hacia el final unas inesperadas novedades que han incrementado el tono jocoso de la propuesta: la inhabilitación con carácter de urgencia de Quim Torra y la prolongación del presidio para el beato Junqueras, asuntos que, tal vez, podrían poner en peligro la investidura de marras al ser consideradas por los indepes sendas agresiones a Cataluña (o sea, a ellos, ya se sabe que esa gente siempre habla en nombre de todo el pueblo catalán). El hambre --Pedro Sánchez-- fue víctima de un repentino ataque de pánico y lanzó a su fiel Ariadna Lastra, que es al presidente en funciones lo que Boswell al doctor Johnson, a ciscarse en la Junta Electoral y sus inoportunas decisiones (ya se sabe que, en España, incluida Cataluña, la separación de poderes es algo que solo se valora positivamente cuando nos favorece). Sánchez cada día se parece más a aquel personaje de Forges que farfullaba indignado: “Guardar cama, guardar cama... ¡Yo lo que tengo que guardar es sillón!".
Afortunadamente para él, las ganas de comer --Esquerra Republicana de Catalunya-- le echaron una mano, distinguiendo sutilmente entre las cosas de la Junta Electoral y las del presidente en funciones. Son tantas las ganas de pillar cacho --de ganar amigos e influir en la sociedad, que diría Dale Carnegie-- que hasta el fusilamiento de Junqueras al amanecer hubiese sido considerado un asunto menor que nada tendría que ver con la investidura de Sánchez. Y por el mismo precio, ERC le soltaba sendos sopapos con la mano abierta a Puigdemont y Torra para que se viese quién mandaba en el colectivo independentista. Las grandes palabras --Cataluña, España, Constitución, Independencia-- ya no se las cree nadie cuando todos asistimos a una grotesca conjura entre el hambre y las ganas de comer. Mientras Sánchez persiste en su obsesión de guardar sillón, Rufián se viene arriba y le amenaza con amargarle la existencia como no le guste esa mesa de diálogo que los socialistas se han sacado de la manga para mantenerse en el poder.
Me temo que ni el hambre ni las ganas de comer salen muy bien parados en esta charlotada de la investidura. Para disimular tan poco airosa situación, ambos le echan la culpa de todo a la derechona, que acusa a Sánchez de vendepatrias, y a los hiperventilados del prusés, que señalan a ERC más o menos por lo mismo. Los esfuerzos del hambre y de las ganas de comer por mantener la dignidad no han sido especialmente recompensados, pues a muchos nos parece que están dando un espectáculo bochornoso en el que cualquier iniciativa vale para llegar a donde se quiere llegar: Sánchez, al sillón, como ha quedado meridianamente claro; y Rufián a representar en exclusiva la condición de interlocutor válido del independentismo-pero-menos en Madrid: que dos rústicos como Tardà y Rufi se hayan convertido en estadistas imprescindibles da una idea del nivel que hay en la tropa del prusés.
Ha dicho Sánchez que lo que bien empieza bien acaba. Curioso punto de vista, dado que su investidura solo sirve para consagrarle como un superviviente nato y como un Maquiavelo algo chapucero, pero eficaz. Tendremos un Gobierno que saldrá a bronca diaria, pues él mismo dijo que con Podemos no se puede dormir tranquilo y que a los indepes ni agua (hasta que los necesitó a ambos). Ojalá me equivoque, pero preveo un ejecutivo de seis meses, nuevas elecciones, triunfo del PP con la ayuda de Vox para que alguien ponga orden --aunque sea a porrazos; mejor dicho, preferentemente a porrazos-- y San Joderse cayó en lunes. Lamento contradecir al voluntarioso señor Sánchez, pero las cosas no han podido empezar peor.