Tras la aplastante victoria de Boris Johnson y cuando el Brexit parece ya irreversible, recuerdo una frase que, en la campaña del referéndum, representó de manera paradigmática la aspiración británica a abandonar la Unión Europea: I want my country back. Esa idea de recuperar un país perdido me hizo pensar por primera vez que la victoria de los partidarios del Brexit resultaba posible, alentados no por la utopía de un mundo nuevo, como es el caso del independentismo catalán, sino por rehacer los destrozos que, en pocas décadas, habían transformado el Reino Unido.
Muchos británicos habían vivido, o habían oído contarlo a sus padres o abuelos, en un país distinto al de hoy, en que la riqueza exhibicionista de la City de Londres convive con la decadencia de las antiguas zonas industriales, y con el deterioro de los servicios públicos, como bien muestra un informe reciente de la ONU que cifra en un 20% el porcentaje de británicos que viven bajo el umbral de la pobreza. Es el recuerdo de lo que fue una potencia global y, aún más importante, una democracia arraigada y una sociedad cohesionada e igualitaria. Aquella que, como nadie, evocaba Tony Judt, a quien conviene releer.
Nos acercamos, pues, a la hora de la verdad. De no surgir nuevos imprevistos, nunca descartables, en pocos meses el Reino Unido dejará de ser miembro de pleno derecho de la Unión Europea. Así, superada ya la prueba de las elecciones, su Primer Ministro, Boris Johnson, está empezando a deslizar cómo vislumbra su país, una vez desligado de las ataduras con la Europa continental.
En este sentido, va emergiendo la idea de convertir el Reino Unido, si es capaz de retener a Escocia e Irlanda, en un enorme espacio orientado a las finanzas y el comercio, sustentado en la baja fiscalidad y en una relación especial con la América de Donald Trump, con quien comparte una misma visión del mundo y de la necesidad de una democracia de mano dura.
Habrá pues que felicitar, y por partida doble, a Boris Johnson y los suyos. De una parte, por salir de la Unión Europea. De otra, por empezar a hacer realidad su sueño de convertirse en un modelo de ese liberalismo autoritario de nuestros tiempos. Más difícil resulta felicitar a quienes querían recuperar el Reino Unido de Tony Judt, y se irán encontrando con el de Boris Johnson.