Improvisar no siempre es un defecto, como demuestran los mejores músicos y actores. Es verdad que en España se planifica poco y mal, pero no es menos cierto que cubrimos esa carencia con una magnífica capacidad de improvisación. No tenemos problema en llegar al borde del abismo porque sabemos que algo se nos ocurrirá en el último minuto.
Alemania, perdida en su perfección, está atascada desde hace años con la renovación del aeropuerto de Berlín. Su construcción se inició hace 15 años, lleva nueve de retraso y parece que en octubre de 2020 se inaugurará. O no, porque ya acumula varias inauguraciones fallidas. En España es imposible que pase eso: el aeropuerto estaría inaugurado hace años y hubiésemos convivido con la imperfección, haciendo los arreglos --cuando no chapuzas-- necesarios sobre la marcha, como tantas grandes obras que se han inaugurado el día que tocaba, aunque no estuviesen ni mucho menos acabadas. Nadie daba un duro por nuestra entrada en el euro y entramos por la puerta grande y sin mentiras como hicieron otros. O por irnos al onírico año 92, la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos fue simplemente genial, pero vino precedida por un caótico ensayo general que no presagiaba nada bueno. Seguro que en Alemania hubiesen aplazado la inauguración.
El esfuerzo organizativo para tener la Cumbre del Clima en marcha con solo unas semanas de tiempo es algo que muy pocos países del mundo pueden realizar y España, Madrid, lo ha realizado. Mesas, decorados, micrófonos, intérpretes, salas… un despliegue logístico bestial al que se le une un increíble aparato de seguridad para acoger autoridades del mundo entero. Algo impresionante y de lo que debemos estar más que orgullosos como país.
Pero más allá de reconocer nuestra capacidad de reacción hay varios apuntes para la reflexión. El primero, y más cercano, Madrid se apuntala como ciudad para los grandes eventos, desde la final de la Copa Libertadores a la Cumbre del Clima, acercándose peligrosamente a la posición de Barcelona. Quién sabe si el Mobile no se marchará a Dubai sino a Madrid. Desde luego algún congreso importante ya se lo está pensando.
También es de destacar de esta cumbre el uso inmisericorde de la imagen de una adolescente con problemas en su conducta y sociabilidad. No creo que sea lo mejor someter a un estrés mediático brutal a alguien con síndrome de Asperger para obtener una foto. Habrá que ver qué es de esta chica dentro de unos años cuando ya no sea útil. Mucho me temo que tiene todos los números para ser un ángel caído. De momento es carnaza para ridiculizar los mensajes de fondo, porque ridiculizable es cruzar el Atlántico en un catamarán sin cocina ni letrinas, pero escoltado a distancia por barcos de guerra; hacer esperar a media humanidad para descansar; desplazarse de Lisboa a Madrid en un tren que transitará 100 kilómetros quemando diésel o ser recibida por un presidente del Gobierno, en funciones, que la recibirá en coche eléctrico tras dejar aparcado el avión privado que le lleva a cumbres internacionales, pero también a reuniones de partido a Valladolid o a conciertos pop en Benicasim. Los símbolos sin contenido no son nada.
Sobre lo que no se debe improvisar es legislando, algo que también solemos hacer. En 2007, con el presidente Zapatero al frente, se quiso crecer rápidamente en el sector fotovoltaico con incentivos a una tecnología inmadura. Aquello era un filón: con poco dinero y mucha deuda se lograban unas rentabilidades espectaculares. Los bancos se apremiaron a prestar, sobre todo, a quienes ya tenían dinero, se crearon “planes de pensiones fotovoltaicos” y en muchas áreas deshabitadas, cuando no en campos que se arrasaban, comenzaron a crecer huertas solares para producir electricidad donde no se necesitaba.
El plan aspiraba a desarrollar un parque de 400 MW, la realidad superó los 3.600 MW porque el BOE pagaba 10 veces más cara la energía fotovoltaica que cualquier otra, haciendo de estos proyectos un negocio muy rentable durante 25 años. Pero como toda burbuja, ésta también se deshinchó y su explosión descontrolada salpicó a grandes y pequeños inversores, a bancos, a fondos de inversión y a la reputación del Estado español que todavía sigue pleiteando --y perdiendo-- por tribunales de arbitraje de medio mundo debido a la inseguridad jurídica creada. Solo ganaron los fabricantes de placas, en su mayoría chinos y alemanes, porque ni siquiera supimos aprovechar aquel delirio inversor para desarrollar una industria nacional potente. Las prisas fueron muy malas consejeras y se legisló con buena intención, pero sin el suficiente análisis técnico y todavía hoy lo estamos pagando en nuestro recibo de la luz ya que los errores del pasado se repercuten al usuario mes a mes. Ocurrió con la nuclear y ocurre ahora con la fotovoltaica.
Hoy corremos el mismo o mayor riesgo. Por un lado, la fiebre del coche eléctrico, de nuevo una tecnología inmadura, está poniendo contra las cuerdas al importantísimo sector del automóvil y de proveedores de componentes. Vienen meses de malas noticias en esta industria que legislaciones excesivamente buenistas van a complicar. Hay que transicionar hacia un entorno más verde, sin duda, pero sin cargarse lo poco que tenemos de tejido industrial moderno y pensando en que no es evidente dónde, cómo y quién va a pagar la instalación y gestión de centenares de miles de puntos de recarga, imprescindibles para que el coche eléctrico sea una realidad. Nuestro sistema eléctrico es débil, si además le exigimos lo imposible acabará haciéndose, y haciéndonos daño.
Y en esa fiebre renovable nos cargamos, de momento, las centrales de carbón, y sus empleos que no son pocos, y ya que estamos las nucleares, centrales que no emiten CO2 pero a las que tenemos miedo, por más que una parte de nuestra energía provenga de Francia, la gran potencia nuclear de Europa. Y esto está generando otra burbuja renovable. Se ha vuelto a abrir la espita de la fotovoltaica y frente un parque actual de 5 GW, muy por debajo de nuestras posibilidades y necesidades, hay peticiones para al menos llegar a más de 100 GW, otra borrachera en la que nos haremos daño porque los números no cuadrarán y de nuevo se cargará a las arcas públicas con una mochila que no debemos soportar los ciudadanos.
Es genial ser tan buenos improvisando organizando eventos, pero hay cosas en las que no se puede improvisar, porque luego la factura es demasiado alta y la pagamos todos