Un personaje de lo más interesante de la escena política española, Pablo Iglesias. Buen orador y dialéctico agudo, gesticulante empático, indumentaria y porte característicos, formación teórica notable en política, autor de varios libros y pródigo en entrevistas, tertulias y charlas: su pensamiento se puede rastrear fácilmente en la hemeroteca. Aporta algo nuevo (incluso en odres viejos) a la reflexión política sobre la sociedad española. Hasta aquí, una aproximación descriptiva del personaje desde un intento de comprensión.
Si el proyecto de coalición de PSOE y Podemos vía investidura de Pedro Sánchez obtiene la aprobación del Congreso, Pablo Iglesias participará en responsabilidades importantes de Gobierno. ¿Pero lo hará como Pablo o como Iglesias? El personaje se manifiesta desdoblado en su expresión política. Su ambivalencia no le hace más contradictorio que otros, sino más inteligentemente evolutivo y adaptativo. La estabilidad del Gobierno dependerá en buena medida de que como gobernante sea Pablo o Iglesias. O mesuradamente los dos a la vez.
Como Pablo es el que habla del “régimen del 78”, el de “tomar el cielo por asalto”, el de “la casta”, el de las “reticencias hacia la UE”, el del “derecho a decidir para todos”, el de la voluntad de “sorpasso al PSOE”, el de los programas de La Tuerka, el de “la extinción (pacífica) de la monarquía”...
Como Iglesias, emparentado ideológicamente con su ilustre homónimo fundador del PSOE y con su abuelo dirigente socialista del interior, es el de un reformismo atrevido pero posibilista, es el representante de un ala izquierda moderna de la socialdemocracia. Iglesias hizo un público y sonado reconocimiento de la Constitución de 1978 en el primer debate televisado de las elecciones de abril, exigiendo simplemente su respeto y su desarrollo social.
Pablo Iglesias se considera marxista. No es ningún impedimento, otros se consideran liberales, conservadores, de derechas, independentistas, subrepticiamente neofranquistas... nuestra Constitución es extremadamente abierta en cuanto a pensamiento político.
Pablo Iglesias se dice europeísta, exigente de “más Europa”, de una Europa más democrática, “un lugar de referencia en términos de legislación social y de prosperidad”, como “un gigante político y como la superpotencia militar que le corresponde ser, para poder hablar de tú a tú con Rusia, con China y con EEUU”. Ningún europeísta convencido rechazaría tales propósitos.
“Tener el Gobierno está muy lejos de tener el poder”. Un ejemplo de la lucidez de Iglesias y de su aceptación implícita de las limitaciones que imponen las estructuras y la supraestructura, podría interpretarse también como una relativización de la autonomía de la esfera política. Pablo es sinceramente cínico al afirmar: “Cuando nos acercamos al PSOE es porque queremos gobernar”.
Pero Pablo Iglesias acepta gobernar con el PSOE con lealtad, reconociendo su primacía, y “con un proyecto de fraternidad que unifique España con claves distintas a las de la derecha”. Para eso, y para poder desarrollar la prioritaria agenda social reformista, Pablo Iglesias reconoce lo disruptivo y nefasto de las veleidades secesionistas. Y deberá actuar en consecuencia desde la cohesión y solidaridad gubernamental: convivencia y normalización de la vida política en Cataluña, diálogo siempre dentro de la Constitución e igualdad entre todos los españoles, algo que se establece en el preacuerdo PSOE/UP. Si no fuera así, adiós Gobierno de coalición.
La coalición encabezada por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no será un desastre para España como vocean el PP de Casado, la FAES de Aznar y lo que queda de Ciudadanos. Probablemente, todo lo contrario con “la experiencia del PSOE y la vitalidad de Podemos”, como apunta el líder de la formación morada.
Lo que dijo el Rey Juan Carlos con la llegada de Felipe González al Gobierno, “a España le conviene una pasada por la izquierda”, sigue siendo cierto e imperativo.