El desplome de Ciudadanos (Cs) ha generado una opinión muy compartida entre politólogos, tertulianos de diverso signo e, incluso, entre cargos, militantes, simpatizantes y votantes de esta formación: el proyecto naranja ha muerto. En una coyuntura política tan peligrosa como volátil como la que estamos viviendo, un certificado de defunción puede ser expedido para hoy o para ayer, pero difícilmente para mañana.
Caben, al menos, otras dos posibilidades en el inmediato futuro de esta formación: la primera es que se convierta --como ya le sucediera a CDS y a UPyD-- en un partido zombi, y como tal transite hasta su desaparición dando un espectáculo gore. La segunda es que inicie un proceso de autocrítica, de rearme intelectual y de refundación con una renovada dirección en la que se integren herederos de la anterior y críticos con ella, además de incorporar nuevas caras del mundo económico, académico o jurídico, entre otros.
El centro político es un espacio ambiguo y difuso. Y, sobre todo, es un campo electoral no demasiado amplio, pero muy apetitoso para partidos de izquierdas o de derechas, en tanto que esas mismas etiquetas esconden prácticas políticas promiscuas y cínicas. Precisamente, confundir cinismo con capricho ha sido uno de los puntos débiles de Cs en los dos últimos años.
Francesc de Carreras calificó de manera metafórica a Rivera como un adolescente caprichoso, entendido como un político que se inició como un maduro centrista --liberal y socialdemócrata-- y se transformó en un ansioso líder de la derecha con aires más nacionalistas que patrióticos. Es posible que ese error fuera más tacticista que ideológico. Decía Diógenes que son dos las mordeduras de animal que hacen más daño: “De los salvajes, la del calumniador; de los domésticos, la del adulador”. A Rivera le hirieron las calificaciones de falangito o de fachito, de las que no supo o no se quiso defender, pero fueron los elogios de su cohorte los que lo hundieron y le impidieron proponer un Gobierno de coalición que hubiera podido frenar la actual crisis de nuestra democracia.
Arrimadas tiene una oportunidad excepcional para erigirse en líder del centro-izquierda y derecha. El cinismo, que hasta ahora tanto ha practicado Sánchez, puede volverse en contra del líder socialista. La ambigüedad de Iceta y el síndrome de Estocolmo del PSC tampoco le favorece. El último manifiesto de los viejos rockeros del PSOE es la constatación de esa ruptura entre ideología y militancia, entre pasado y presente. Durante estos días, el partido socialista está caminando por el borde del acantilado. Puede suceder que experimenten una sensación de vértigo y que abandonen el disparate de negociar con fuerzas nacionalistas que abogan por la destrucción del Estado de derecho, democrático y social. Tan sólo una concesión, por pequeña que sea, a ese movimiento será entendido como un paso más para el triunfo final, son insaciables. Ceder por un momento a cualquiera de sus reivindicaciones, sectarias y antidemocráticas, es pan para hoy y hambre para mañana. Quizás tanta terquedad entre los dirigentes socialistas y podemitas por negociar con reaccionarios nacionalistas se pueda explicar con un aforismo de Lichtenberg: “Si chocan un libro y una cabeza, y suena a hueco, ¿es por culpa del libro?”.
Si ante este contexto delirante Arrimadas es capaz de liderar su partido para que ayude a encauzar la crisis política española, entonces el certificado de defunción de la formación naranja será papel mojado. Diez diputados tienen en su mano rectificar el despropósito que cometieron en la legislatura anterior, si además pueden contar con la ayuda de unos cuantos apoyos de partidos regionalistas o de algunas abstenciones del PP. Dirán que ese sacrificio puede suponer la desaparición del partido en una próxima cita electoral, es posible, pero ahora mismo es muy difícil de asegurar que así suceda. Las contraprestaciones que pueden obtener a posteriori en Navarra, en Andalucía o en ayuntamientos, serían su mayor éxito a administrar si, además, ayudan a cambiar la reforma laboral o a conformar pactos por la educación o por las pensiones.
De lo que no hay duda es que dejar al PSOE al albur de los chantajes nacionalistas catalanes y vascos, mientras las coaliciones PP-Cs siguen recibiendo apoyos de los nacionalistas de Vox, es inadmisible para una mayoría relativa de ciudadanos que consideran que el nacionalismo es un cáncer politumoral que está a punto de mutar en una imparable metástasis por todo el cuerpo constitucional. La única esperanza es que después de este inminente y anunciado desastre venga la catarsis o, aún peor, el sálvese quien pueda, mientras nos tiramos las naciones --auténticos ladrillos-- a la cabeza.