Reconozco que me fascina la figura del Pequeño Nicolás, ese joven cantamañanas que parece salido de una novela picaresca y del que ya tardamos en rodar un documental que recoja y explique la peculiar personalidad de este sujeto delirante, con pinta de creerse sus propias mentiras. ¿Dónde está Justin Webster, responsable de El pionero, sobre Gil y Gil, cuando se le necesita?
Llevábamos tiempo sin saber gran cosa de él hasta que, hace unos días, regresó a la actualidad por la puerta grande, apuñalando al camarero de una pizzería en la que se había presentado a papear con un colega (bastante cocidos ambos, según se desprende de las informaciones publicadas al respecto). No sé si es la mejor manera de volver al candelero, pero tampoco es que me sorprenda mucho: es evidente que al chaval le falta una patata para el kilo y que nunca sabes por dónde te va a salir.
Algo que nadie entiende del Pequeño Nicolás --sobre todo, los camareros de las pizzerías-- es que todavía ande suelto, con el cúmulo de gamberradas y barbaridades que se le achacan. Debe tener algo que ver con la proverbial lentitud de la justicia española, pues su simple aspecto es delictivo. ¿Se han fijado ustedes en la cara de badulaque del muchacho? ¿O en que siempre se le abre la boca involuntariamente, algo muy propio de un colectivo al que no pertenece, los tontos de baba?
Al principio nos lo tomábamos a pitorreo porque creíamos que era un pobre chaval al que su madre le había comprado un blazer a los 14 años y lo había enviado a la calle Génova a ver si medraba un poco en el Partido Popular. Pero no tardamos mucho en darnos cuenta de que, como dicen los americanos, había un método en su locura. No le interesaba tanto la política como figurar gracias a ella, interpretar diferentes papeles fraudulentos y hacer el fachenda sin tasa, llegando al extremo de presentarse en algunos sitios como enviado oficial del rey Juan Carlos I.
Lo suyo era la astracanada y el tocomocho, llegando así a convertirse en un personaje que, mientras divertía a la audiencia, iba pegando palos por donde podía. Yo aún le recuerdo en TV3, haciéndose el comprensivo con el prusés y ofreciéndose a mediar entre el Gobierno español y el de la Generalitat, que entonces aún no estaba en manos del caganer que ahora hace como que lo preside, pero ya daba su grima.
Para tratarse de un personaje habituado a moverse fraudulentamente por las altas esferas, lo de clavarle un cuchillo a un camarero resulta un tanto primario y no creo que le beneficie en sus complicadas relaciones con la justicia. No sé qué habrá sido de aquella novia que se echó hace años y que respondía por el bonito alias de La Pechotes, pero yo creo que a este chico le hace falta una buena mujer que le redima. O eso o hacerse amigo del borbónico Froilán, pasar de todo y dedicarse a quemar la noche madrileña.
Da la impresión de que, si bien, incompresiblemente, consiguió evitar una larga estancia en el reformatorio, tarde o temprano acabará entre rejas, pues ha comprometido a mucha gente que le tiene ganas. Antes de que eso suceda, el documental sobre este pícaro del siglo XXI deviene una urgencia inaplazable.