Ignasi Guardans (Barcelona, 1964) ha conocido desde dentro la evolución de CiU hacia una fuerza política que fue tomada por el independentismo. Licenciado en derecho y doctor por la Universidad de Navarra, se especializó en los asuntos de propiedad intelectual e industrial. Abogado y consultor, pasó por la política, como diputado de CiU en el Parlament a finales de 1995, y también conoció la política española como diputado en el Congreso entre 1996 y 2004. Justo después fue elegido eurodiputado, también con CiU, hasta 2009. Y en ese año, y hasta 2010 fue el responsable en el Gobierno español del Instituto de Cinematografía y Artes Audiovisuales de España (ICAA). En una entrevista con Crónica Global, Guardans considera que uno de los “mayores responsables” de la actual situación en Cataluña es Artur Mas, que se apoyó en jóvenes dirigentes “frívolos y muy poco inteligentes”. Considera que el Brexit ha desnudado el sistema político británico, que ya presentaba graves carencias y pide, en un análisis sobre Cataluña, que se forme “una mayoría clara en las urnas” para superar al independentismo. Pero no se olvida de lo que ha ocurrido en los últimos años: “En Cataluña ha habido mucho silencio resignado en el poder económico, en medios influyentes".
--Pregunta: ¿Es una irresponsabilidad de Pedro Sánchez que se vaya hacia otras elecciones, el 10 de noviembre?
--Respuesta: Es una irresponsabilidad colectiva de todos los que podían haber facilitado el que era el único Gobierno posible tras las elecciones. Pero si me pregunta si yo habría gestionado de otro modo los esfuerzos para atraer esos apoyos parlamentarios o esas abstenciones, le digo que por supuesto que sí.
--¿Es imposible en España un gobierno netamente de izquierdas, sea por los egos de sus líderes, como Pablo Iglesias, o porque la situación en el contexto de la Unión Europea no lo aconseja?
--No creo que el problema entre el PSOE y Podemos haya estado en si era posible un Ejecutivo más o menos de izquierdas, aunque yo tenga mis propias ideas sobre si sería bueno para España un gobierno con objetivos poco compatibles con nuestra realidad económica. De hecho, el modelo portugués, que es un pacto de izquierdas, ha aportado estabilidad y crecimiento económico. El problema de fondo no ha estado ahí, sino en la desconfianza recíproca. Un doble miedo: desde la Moncloa, un miedo bien fundado a tener un gobierno paralelo al margen de la autoridad del Presidente y de la unidad de acción indispensables. Desde Podemos, un miedo a aparecer como comparsas de las decisiones de otros. Personalmente, comparto y comprendo mejor el primero que el segundo.
--¿Cómo beneficia o perjudica la nueva convocatoria de elecciones a la situación catalana?
--Creo que se exagera un poco la relación entre ambas cosas. Cataluña y los catalanes van a sufrir la inestabilidad y el hecho de que el Gobierno esté en funciones igual que todos los españoles: proyectos paralizados, decisiones importantes para la gente que no se toman. Eso es lo más importante. En cuanto a la crisis catalana, si la reacción a la sentencia llevara a situaciones que se salgan de la ley, el Gobierno tiene todos los mecanismos para actuar. Es más, puede ser incluso positivo (solo desde esta perspectiva) ir a unas elecciones sin la enorme incertidumbre que provoca la sentencia ya despejada. Digan lo que digan los jueces, y por mucha frustración o dolor que pueda producir, lo cierto es que la sentencia despejará gran parte de la ansiedad actual. Tras ella iremos a elecciones sabiendo mejor dónde estamos, qué es lo que es posible y qué no lo es, y por cuánto tiempo.
--En España, y en Cataluña en particular, ha habido siempre un gran respeto por la democracia del Reino Unido. ¿Hay que repensar lo que sabíamos de los británicos, o es que se ha desmoronado la clase política y social británica?
--Creo que había un cierto espejismo sobre la eficiencia del sistema democrático del Reino Unido, basado en la elegancia de sus formas. Algunos de los mayores casos de corrupción de diputados en el Europarlamento han sido de británicos. Los conflictos de intereses y las vías de financiación paralela de muchos diputados de los Comunes serían un escándalo entre nosotros, pero ahí se aceptan. Algunos de sus medios de comunicación más influyentes llevaban décadas cargados de mentiras y difamaciones, y la democracia es también una prensa plural. Por decirlo de forma gráfica, en esa democracia había ya muchos defectos bien disimulados entre la elegancia y en las formas, los trajes de época y las pelucas. Pero el vendaval del populismo les ha dejado desnudo todo el sistema. Es curioso en este sentido ver cómo un sistema como el italiano, que nadie en su sano juicio citaría como modélico, ha demostrado tener mejores y más sólidos recursos de auto-defensa.
--¿Ocurre en Europa que se ha producido un cansancio por la democracia? ¿Es porque no se ha adaptado a los nuevos tiempos, o porque las demandas sociales han cambiado, porque se le exige más al poder político?
--Hay muchos factores, que merecerían una larguísima conversación. No creo que una mayoría en Europa rechace la democracia. Ni siquiera muchos votantes de los extremos. Lo que sí se rechaza ya es dar cheques en blanco en cada elección. O la falta de transparencia. O una democracia esclava del cabildeo oculto. Y eso no es malo. Lo preocupante es que al mismo tiempo que ha crecido la capacidad de crítica (y han crecido los medios para multiplicar esa crítica y aglutinarla en movimientos sociales), ha disminuido el compromiso personal y social por el servicio público y por la política. Hay un círculo vicioso muy peligroso para la democracia: del ataque a decisiones se pasa al ataque a toda “la política”. Y de ahí a un desprecio a todos los que se dedican a ella… y eso frena el acceso a la política a gente muy válida y con ganas de hacer cosas, o les expulsa de manera tremenda.
--Si asistimos con perplejidad a lo que ocurre con el Brexit en el Reino Unido, ¿cómo se puede explicar lo ocurrido en Cataluña desde 2012?
--Eso lo deberán decir los historiadores. De entrada, yo no creo que esto empezara en 2012. Yo fui testigo de síntomas muy graves de la enfermedad ya en 2008. Y confieso que me sentí entonces muchas veces como ese personaje que aparece en todas las películas de catástrofe, ése al que no cree nadie cuando dice que tiene pruebas de la epidemia a punto de estallar o del terremoto inminente. Varios 'sismógrafos' o 'pruebas de análisis' indicaban ya riesgos graves para la convivencia y para la estabilidad del país. Pero nadie quería ser el primero en gritar '¡tiburón!' en una playa llena de gente y con la temporada turística a rebosar. En Cataluña ha habido mucho silencio resignado en el poder económico. Y por supuesto, también contó una pésima actitud desde muchos responsables de los poderes del Estado (no hablo solo de políticos), y de parte de lo que en inglés llaman 'opinión makers', que no ayudó o incluso agravó la situación.
--¿Se trata de un movimiento, en Cataluña, que han liderado las élites, que buscan ‘escaparse’ de sus territorios nacionales para competir con otras grandes aglomeraciones urbanas globales, como señala el geógrafo francés Guilluy?
--En nuestra sociedad nadie discute que fue buena idea prohibir la publicidad del tabaco. O vigilar el sexismo o el racismo en los anuncios, que pueden fijar estereotipos e impulsar conductas que queremos combatir. Lo mismo con las tallas en la moda y la anorexia. Eso lo acepta todo el mundo sin ofenderse: aceptamos todos que esa publicidad deformada nos puede llevar a consumir lo que no queremos, difunde modelos sociales que rechazamos y afecta a las conductas, especialmente entre los más jóvenes. ¿Quién dice que puede ser menos dañina la publicidad con fines políticos? No hablo del anuncio que pide el voto a unas siglas. Hablo de la construcción publicitaria de un imaginario, de estereotipos buenos y malos. Y sin embargo ahí muchos se indignan si les dices que están manipulados o que alguien les ha influido a la hora de votar. Durante años, ese esfuerzo constante y planificado por dirigir “al pueblo” a ver todo el ideal de “lo catalán” en cierta dirección se acompañó de resultados de progreso colectivo muy positivos. Pujol siempre habló de cuánto admiraba a los que habían construido el Estado de Israel: en muchas cosas, era su modelo de construcción de una identidad colectiva. Y Cataluña fue un claro referente en España y en Europa en muchos frentes durante esos años. Pero luego llegó Artur Mas, uno de los principales responsables de todos los daños actuales, que quiso asegurar su poder apoyándose en una nueva generación de dirigentes frívolos, ambiciosos, muy ignorantes e irresponsables. Eran falsos patriotas que actuaban sin el mínimo sentido de Estado ni conciencia social, a los que Mas les dio todo el poder durante un tiempo. El núcleo duro de talibanes, les llamaban entre risas. Y decidieron jugar con fuego, poniendo en riesgo el bienestar personal y colectivo de millones de personas. Hace poco pensé en ellos y en Artur Mas cuando vi Chernobil, esa serie de televisión extraordinaria. Igual que los responsables de la central, decidieron experimentar sin medir las consecuencias. Y a veces cobardemente, escondiéndose detrás de terceros. Y ¡boum!. Y aquí estamos.
--¿Se puede considerar un engaño que una clase política que ha dominado Cataluña desde los años ochenta –CiU—haya derivado hacia el independentismo sin calibrar las consecuencias?
--No toda la clase política ha empujado hacia este desastre. Tampoco dentro de CiU. Ahí existió durante años un equilibrio entre unos y otros que es lo que se empieza a romper a partir del 2008, y ya con fuerza a partir del 2010. Alcaldes, consellers y altos cargos, diputados en Madrid y en el Parlament, gente en el partido, formaban todo un ecosistema político en equilibrio en el que coexistían independentistas que aportaban su contribución y sus ilusiones a largo plazo con otros mucho más cercanos a una idea de Estado y de España que hoy llaman traición (pero que entonces era parte esencial de lo que representaba CiU). Por eso CiU era tan potente: cubría un inmenso espectro donde nos respetábamos y colaborábamos gente distinta, sin imponernos. Pero a partir de cierto punto, ya bajo ese liderazgo cínico que he mencionado antes, muchos se fueron sumando al carro de lo absurdo e imposible sabiendo a ciencia cierta que era absurdo e imposible, pero creyendo -en muchos casos de buena fe- que así obtendrían otras ventajas para el país. A veces con reclamaciones justas: la inversión pública, las infraestructuras… Pero no se dieron cuenta de que a base exagerar sus discursos, muchos les tomaron la palabra en su sentido literal. En un esquema de fraude piramidal solo unos pocos son conscientes de la mentira en su conjunto y del fraude que supone.
--Para resolver el bloqueo institucional y político en Cataluña, ¿hay que reformar España hacia un perfeccionamiento de sus ya existentes resortes autonómico-federales o rehacer el consenso en Cataluña y valorar lo que ya se tiene?
--España debería perder el miedo a reconocerse como lo que es, con su diversidad estructural, que está en su ADN. Hace poco al PP le estalló en la cara un conflicto interno con el PP vasco cuando su portavoz en el Congreso despreció el concepto mismo de foralidad en Euskadi. Y eso no era mala fe: era una muestra de dogmatismo político de quien habla y se propone gobernar España con unos planos distintos de lo que es la España de verdad. España ha tenido muchos dirigentes que me recuerdan a aquel pobre desgraciado, Paul Bremer, al que Bush nombró Administrador de Irak… y que junto a su equipo diseñó en Washington un plan entero de gobierno sin haber pisado Bagdad ni hablar una sola palabra de árabe o kurdo. Aun pagamos las consecuencias de su arrogancia. Defiendo una reforma hacia esquemas más federales. Que incluyen lealtad. Que, aunque también incluyen un 155 como último resorte, tienen muchos más mecanismos de colaboración y de resolución de conflictos territoriales. No se trata de “dar más a los catalanes” como dicen algunos idiotas que no se han leído ni la Constitución ni ningún Estatuto en su vida. Se trata de proteger mejor lo que son competencias transferidas, imponer --desde el centro-- la máxima transparencia a su ejercicio, y a la vez garantizar que nadie desde una autonomía puede romper la unidad del mercado, o actuar de forma desleal en perjuicio del conjunto de España.
--Una de las razones que algunos expertos señalan es la competencia entre Madrid y Barcelona. Eso llevaría a un movimiento independentista, parecido al que se creó en Quebec, para compensar que Toronto crecía con más vigor y fuerza desde los años setenta. ¿Lo cree así? ¿Madrid ha centrifugado el poder del conjunto de los territorios?
--No creo en paralelismos artificiales con otros problemas territoriales como el de Canadá. Ni creo que el debate independentista se base en esa tensión entre las dos capitales. El “Madrid” de las pesadillas independentistas no es la ciudad llena de vida junto al Manzanares. Su “Madrid” es una entelequia monstruosa construida a lo largo de años, que incluye al Estado, a las empresas cotizadas, a los jueces y a veces hasta al Nuncio papal. Si hablamos de verdad de las ciudades, Madrid y Barcelona tienen muchísimo que ganar trabajando juntas en muchos ámbitos. Y en otros, es muy sano que compitan. No dentro de España: en Europa, en el mundo. Y para eso necesitan que el juego sea limpio, y que el poder “federal”, pues eso es casi en realidad la Administración General del Estado, sea neutro. Y hoy todavía no lo es. Madrid se ha convertido en una ciudad fantástica, llena de vida y muy atractiva para residentes e inversores, por méritos de mucha gente y por la actitud de los propios madrileños. Pero especialmente en materia de inversiones y gestión de infraestructuras el Estado todavía actúa con desequilibrio en su favor. Y eso se debe corregir, con urgencia. Barcelona tiene derecho a disponer de todos los recursos posibles para competir con cualquier otra ciudad del mundo de similar capacidad y ambición.
--En ese caso, ¿qué debe hacer Barcelona para mantener su peso y mejorarlo a medio plazo? ¿Debe ir de la mano de España? ¿Con qué medidas?
--Podríamos dar varias conferencias sobre ello. Las elecciones municipales ofrecieron varios modelos, y hoy gobierna un buen equipo que combina lo mejor de dos visiones de la ciudad Y que ha rechazado convertir a Barcelona en un simple instrumento de proyectos políticos imaginarios. Las medidas posibles son muchas. Pero yo me quedaría con dos ideas: ambición y unidad. Hace falta recuperar la ambición. Hay cuestiones negativas que pesan sobre Barcelona y necesitan corrección urgente, por supuesto: todos conocemos la lista. Pero Barcelona no puede detenerse a lamerse sus heridas. No puede colgar el cartel de 'Cerrada por reformas interiores'. No. Debe recuperar impulso, recuperar esa mirada hacia el mundo que la ha hecho grande en el pasado, y salir a hablarse de tu a tu con otras ciudades y con todos esos otros actores que son fuente de energía en forma de actividad económica, de proyectos de innovación y de transformación social y cultural. Pero eso exige un esfuerzo de unidad: un proyecto de ciudad solo triunfa si es un proyecto en el que caben todos y en él todos se sienten implicados. En el ámbito municipal ese diálogo puede y debe ser más fácil que en otros espacios políticos. Y claro que debe ir de la mano de España. Por razones de justicia fiscal y porque Barcelona es también una parte esencial de la imagen de España en el mundo y de su propio progreso como país.
--¿Y en Cataluña? ¿Existe un camino de colaboración política posible a medio plazo entre el socialismo español y catalán y el soberanismo de ERC? ¿Es la vía de solución?
--No habrá una “solución” única a la crisis política de estos años y a sus secuelas. No existe un botón de “reset” a tanta división social ni al daño institucional de estos años. El camino hacia la paz social y la normalidad política va a exigir mucho diálogo. He dicho claramente que desearía echar del poder a quienes nos han traído hasta aquí y que ojalá sean otros quienes lideren la regeneración de Cataluña. Pero eso solo se hace ganando elecciones y construyendo mayorías que acepten que así no podemos seguir. ¿Con quién y cómo? Lo decidirán las urnas. Pero sin duda habrá que salir de las trincheras, crear puentes y mirar más hacia el futuro que hacia el pasado reciente. Aunque esa acción política generosa deberá siempre moverse dentro de un perímetro que marca la Constitución, el Estatut, la Ley. Con quien se sitúa fuera de esa línea también se puede hablar, pero no se puede construir absolutamente nada.
--¿Cómo puede sobrevivir la Unión Europea? ¿Con una reforma, aceptando sus limitaciones y renunciando a una mayor unidad fiscal y política, o justamente al revés, reforzando esa unión con una mayor conexión democrática?
--La legitimidad de la UE ya no se puede sostener sobre la memoria de la Guerra Mundial. La Unión Europea solo puede sobrevivir reforzando su razón de ser y cumpliendo con sus objetivos. Estos días se ha abierto un debate sobre si existe un modo de vida europeo. A mi me parece una bobada darle ese nombre a una cartera de Comisario, y más si se va a ocupar de inmigración. Pero por supuesto que existe ese European Way of Life, que combina la libertad económica y comercial con la protección social, con la lucha por la igualdad en todos los ámbitos, con el estado de derecho y la seguridad, con la protección de nuestros recursos naturales y con un compromiso hacia el resto del planeta. Todo eso no son versos de un poema: son compromisos políticos que se traducen en normas, en acción política, y en recursos financieros para llevarla a cabo. Y la gente entiende que es la UE, con todos sus defectos e imperfecciones, la que mejor les garantiza todo eso. Creo que el nuevo equipo de Comisarios va a ser muy bueno, y tiene esa misma ambición muy clara.
--Con ojos de un español, con todo lo que ha representado para España la UE, ¿se puede entender el desapego de los países del este respecto a las instituciones europeas? ¿A qué cree que obedece?
--Muchas cosas en la vida se critican o no se valoran hasta que se asume el ruesgo de perderlas. Que les pregunten a los británicos. Entre quienes hoy lloran, literalmente lloran, al asumir lo que van a perder con el Brexit, hay muchísimos que votaron por la salida de un modo frívolo e irresponsable. Y otros tantos que votaron “remain”, pero que nunca movieron un dedo por defender en positivo todo cuanto lo que la UE les ofrecía. En este sentido, cada imagen que llega de Londres (y las que van a llegar) es una inyección de vacuna contra el euroescepticismo. Dicho eso, la UE necesita mejora. Necesita más transparencia. Y necesita algunos cambios que le permitan “puentear” a los Estados en la comunicación directa de sus logros. Demasiadas veces escuchamos la voz de Bruselas solo cuando es para amonestar. Y luego, en cosas como la protección del consumidor, de los trabajadores, de las playas y ríos limpios o de los derechos de la gente con minusvalía, parece que los méritos son del gobierno de Madrid o de la autonomía. Y no es verdad. Casi todos los avances ahí han venido de la mano de la Unión Europea.