La verdad es que me apetecía escribir sobre los excelentes valores que proyecta la selección española de basket: trabajo en equipo, tesón, confianza, sacrificio... pocos ejemplos tenemos alrededor tan buenos como éste para explicar lo que debe ser un país. Pero a veces la estupidez vence a lo positivo, y hoy toca escribir sobre un tema como poco no muy estudiado.

Se ha publicado que Barcelona y otros ayuntamientos limítrofes van a prohibir circular dentro de las rondas, o sea dentro de la ciudad, a los coches que no puedan portar distintivo de contaminación, es decir, coches diésel anteriores a 2006, gasolina de antes de 2000 y motos y ciclomotores anteriores a 2003, por tanto vehículos con más de 13, 16 o 19 años. Y lo más probable es que más pronto que tarde a alguien se le ocurra dar una vuelta a la manivela y prohibir la entrada de los C, es decir, vehículos de gasolina matriculados antes de enero de 2006 y diésel a partir de 2014, 13 y 5 años respectivamente.

Los fabricantes de coches han avanzado muchísimo en la reducción de emisiones, por lo que más allá de una u otra tecnología un coche de hoy contamina muchísimo menos que uno de hace 20 años. Además, ahora los coches son mucho más seguros y la mortalidad en coches equipados con las últimas tecnologías es inferior a un 50% de los coches de 10 o más años. Desde el punto de vista medioambiental y de la seguridad está bien vetar la circulación de coches antiguos.

Pero no se puede legislar contra el débil. Proteger el medioambiente es un bien universal, pero a lo mejor, solo a lo mejor, quien tiene un coche algo viejito igual es porque no puede comprarse otro más nuevo. Salvo casos muy especiales, a todo el mundo le gustaría cambiar de coche cada cuatro o cinco años. La realidad es que más del 60% del parque automovilístico tiene más de 10 años, con una antigüedad media de 12, y que cada año sube, pues se matriculan más coches de los que se achatarran. Haciendo un número sencillo, para que lo entienda algún político de los que deciden, si en España hay unos 30 millones de coches y se vende menos de 1,5 millones al año, tardaremos más de 20 años en renovar el parque. 1+1 suelen ser 2.

Por mucho que bajen los precios de los coches eléctricos, que están bajando, o de los híbridos, o simplemente de los nuevos vehículos de combustión interna, lo que hay que preguntarse es qué hacer con los vehículos que tienen más de 10,15, 20 años. Los coches viejos no se van a evaporar, por mucho que lo diga el Ayuntamiento de Barcelona o el de Tegucigalpa. Hay que facilitar la renovación de vehículos antes de castigar el uso de vehículos viejos. No es muy presentable subvencionar la compra de coches de 50, 80 o 100.000 euros porque sean eléctricos y olvidar a quien compra un coche de segunda mano de 8 años para jubilar su tartana de más de 20. No puede olvidarse que el precio medio de compra de un coche nuevo más o menos coincide con el salario medio, unos 24.000 euros en ambos casos. El ciudadano medio debe ahorrar un año de su salario bruto para poder cambiar de coche. Sin duda es el tema económico el que hace que el parque automovilístico español sea mucho más viejo que el alemán (9 años de media), el francés (8 años de media) o el luxemburgués (6 años de media).

Lo sensato parecería hacer un plan de transición tecnológica realista, comenzando por la renovación de autobuses, coches de policía, bomberos, vehículos de limpieza... en definitiva, toda la flota pública debería dar ejemplo en eso de las emisiones cero, incluidos taxis y VTCs, claro que igual harían huelga y nos pondríamos nerviosos. Luego debería incentivarse la renovación de coches de empresas y particulares, diferenciando por ingresos en el caso de personas y por facturación en las empresas, mayor incentivo cuando hay menor capacidad económica. No le cuesta lo mismo renovar una furgoneta a un autónomo que a una empresa del Ibex 35, a un taxista autónomo de verdad que a un flotista que emplea (o explota) pakistaníes, de igual modo que 1.000 euros no influyen igual en la decisión de compra de quien cobra el salario mínimo o quien ingresa varios múltiplos de él. La incentivación no debería centrarse en vehículos hipersónicos último modelo, sino que debía tratar de reducir el potencial de contaminación del parque. Cambiar un diésel de más de 20 años de antigüedad por otro de hace ocho mejora mucho más la calidad del aire que cambiar un gasolina de hace cuatro por un híbrido. Y además de prohibir, hay que buscar soluciones, hay que hacer aparcamientos para conectar transporte privado y público, hay que alterar líneas de autobuses para que no sea una odisea vivir fuera de Barcelona y trabajar dentro. Y hay que dotar de plantilla a la guardia urbana para vigilar la exclusión de los vehículos, porque solo faltaría que con el deterioro de la seguridad en nuestra ciudad, ahora se dediquen efectivos a ver la letra de los coches que circulan por nuestras calles en lugar de prevenir la okupación, acabar con los narcopisos, detener a los ladrones cuando no asesinos y, en definitiva, proteger al ciudadano. Puestos a elegir, prefiero pasear tranquilo a mejorar un poco, que no mucho, la calidad del aire que respiramos.

Y con los deberes hechos, las inversiones realizadas y comprobada que la estrategia es viable, sería cuando tocaría comenzar a prohibir. Pero dar tres meses para excluir de la ciudad a los coches más antiguos es irresponsable a la par que nada social.

El cambio tecnológico del automóvil se está haciendo con una precipitación temeraria solo compatible con el populismo. Nos jugamos nuestra primera industria, casi la única que nos queda, y limitando la movilidad a quien no puede comprarse un coche nuevo expulsamos a la periferia a las clases medias y bajas, potenciamos la gentrificación, le complicamos la vida al comercio y desviamos recursos humanos y materiales a temas que no son prioritarios. Nos quejamos, con razón, que los políticos cada vez gestionan menos. Pero cuando lo hacen, ¡que lo hagan bien!