Los cambios continuados de la realidad social en el conjunto de las sociedades occidentales hacen necesario un replanteamiento de las opciones políticas de progreso.
Los cambios en la economía, la globalización y el crecimiento de las desigualdades, los cambios de los modelos productivos, los problemas derivados del consumo desbordado, del derroche de recursos mientras persisten anchas bolsas de pobreza, las repercusiones del cambio climático y la destrucción de la naturaleza; el reconocimiento de las diferencias y las necesidades de la lucha por la igualdad de todas las personas, la necesidad de plantear los cambios en niveles superiores al de los Estados actuales. Todas estas cuestiones y muchas otras llevan a la necesidad de replantear y actualizar la respuesta desde la izquierda y las fuerzas de progreso.
Hoy en día hay que plantear de una forma clara la urgencia de una nueva izquierda que sepa elaborar con radicalidad una propuesta ideológica nueva que dé una respuesta actualizada a las necesidades, algunas permanentes y otras nuevas, de nuestra sociedad. Es en este sentido que se requiere un espacio político más actualizado en torno a lo que podríamos denominar una “Izquierda Verde”.
Existen algunos intentos en mayor o menor medida en algunos países, fundamentalmente nórdicos y en Holanda, de opciones políticas que se reclaman de este espacio. Un espacio fundamental de izquierdas y que incorpore la sensibilidad ecologista de lucha por una sociedad que defienda el futuro del ecosistema global.
En nuestro país ha habido alguna experiencia y debemos mencionar la de Iniciativa per Catalunya Verds, partido que se ha definido como “ecosocialista”, pero que hoy está difuminado dentro de una confluencia plural. También hay personas que tienen en común esta perspectiva dentro de diferentes opciones como puede ser Compromís, e incluso personalidades del PSOE como Cristina Narbona o Teresa Ribera, la actual ministra de Transición Ecológica. Pero no hay a estas alturas una oferta política claramente propia de una izquierda verde, ecosocialista.
Podríamos establecer cuatro aspectos definitorios de lo que deberían ser las bases de una opción claramente propia de una “Izquierda Verde”.
- Defensa de los intereses de la clase trabajadora y las clases populares. Ello pasa no solo por políticas de redistribución de las rentas a través de la política fiscal y las inversiones en servicios públicos, sino también por defender la necesidad de democratizar la economía y la empresa, acabando con la dictadura del capital en la empresa. Se trata de defender no solo la necesaria nacionalización o municipalización de sectores estratégicos, sino de avanzar en la socialización de las empresas mediante la regulación de la participación de los trabajadores y sus representantes tanto en la organización como en la supervisión y gestión de las empresas. Esto incluye la posibilidad de la creación de espacios de “capital colectivo” de los trabajadores, en línea con el que fue la experiencia truncada de los Fondos de Inversión Colectivos en la Suecia de Olof Palme. Para todo ello hará falta una fuerte vinculación con un sindicalismo de clase fortalecido.
• Defensa de un desarrollo ecológicamente sostenible. Hacen falta nuevas formas de producción que tengan en cuenta la necesidad de salvaguardar el planeta y la gente que en él vive. Este es un planteamiento que puede tener un amplio recorrido. Hace falta una reconversión en la forma de producir y esto se tiene que ver como una oportunidad pero debe hacerse con cuidado. La necesaria reconversión ecológica que es en ella misma una fuente de nueva producción económica en el campo de la industria, la agricultura y los servicios, y el cambio cualitativo de la economía se tiene que hacer teniendo en cuenta la repercusión sobre las personas trabajadoras y por tanto estableciendo etapas que no signifiquen los costes de anteriores reconversiones, lo cual comporta la concertación social con el sindicalismo confederal.
A la vez precisa de una fuerte lucha por la hegemonía ideológica contra el desaforado consumismo existente y el desmesurado derroche de recursos de todo tipo, desde los alimentarios hasta los energéticos.
Se trata sin duda de un cambio revolucionario que comportará décadas para implementarlo y que no será posible sin conseguir una hegemonía política e ideológica en las sociedades, pero es un cambio imprescindible para el futuro desarrollo del planeta.
• El feminismo como herramienta de transformación social, la equidad de género como hito. Hoy en día toda política progresista y de izquierdas tiene que incorporar el feminismo y la perspectiva de género. La conciliación laboral y la igualdad dentro de las familias con responsabilidades compartidas, con amplio apoyo de servicios y políticas públicas en cuanto a la atención de la gente mayor y de los niños. La lucha contra las violencias machistas en el centro de las políticas públicas con medidas concretas de sensibilización, prevención y formación.
• Un europeísmo radical y crítico. Estos objetivos no son posibles hoy en día si no se dan de forma progresiva y conjunta en un espacio político amplio como es la Unión Europea. Hay que transformar la actual preeminencia de la Europa de los mercados por la Europa de los ciudadanos, y ello comporta un fuerte avance en los ámbitos políticos, económicos y sociales. Y comporta un enfrentamiento ideológico con los nacionalismos retrógrados y el neoliberalismo actualmente hegemónico.
Este planteamiento parece hoy una ilusión, pero hace falta que el conjunto de estos planteamientos vayan conformando el espíritu de aquellos que realmente deseen un futuro político, y es compatible con todas las izquierdas existentes que deseen realmente un cambio en profundidad al margen de los tacticismos hoy en día imperantes. Muchos de sus planteamientos tienen su raíz en algunas de las experiencias más avanzadas llevadas a cabo por algunos partidos socialdemócratas, comunistas como el PCI de Berlinguer o verdes. Pero no habrá cambio radical sin que se haga desde posiciones alternativas de izquierda y ecologistas.