Acostumbra a decirse que las elecciones locales son el mejor termómetro para medir la sensibilidad política de un país. Esta singular teoría procede de las famosas elecciones de 1931, cuando la España recién salida de la dictadura de Primo de Rivera se acostó monárquica y se levantó tan republicana que, sin esperar a unos comicios generales, sus partidarios proclamaron de facto el nuevo régimen político al tiempo que Alfonso XIII pronunciaba aquella frase para la posteridad: “Parece que no tengo el amor de mi pueblo”. Le quedaba, por supuesto, su fortuna (que era la nuestra) y un egregio exilio que certificó el final de la Restauración.
No es previsible que los inminentes comicios municipales, autonómicos –en doce territorios– y europeos vayan a emular este precedente. Su trascendencia, más allá de lo estrictamente local, es más discreta: confirmar si las mayorías salidas del 28A se mantienen o, por el contrario, se mueven en otra dirección. La escasísima distancia temporal entre las generales y las elecciones del 26M augura, en teoría, una réplica casi mimética de los resultados. Salvo por un detalle esencial: la participación en unos comicios locales, europeos y regionales es, tradicionalmente, muy inferior a los estatales, lo que puede alumbrar algunas sorpresas. Por ejemplo, que el aparente triunfo del PSOE se vea debilitado. O que la suma de las derechas –el experimento de Andalucía– se torne más rocoso de lo que cabe imaginar.
Hacer una traslación mimética del 28A es estéril. Si la participación desciende –cosa probable– la política española puede quedar escindida en dos tiempos simultáneos. En primer lugar, el tempo de la últimas generales; en segundo, una composición con distinta secuencia del 2D, fecha del cambio (sin cambio) en Andalucía. Con independencia de lo que suceda, los nuevos comicios van a servir para despejar otras muchas incógnitas. La más trascendente consiste en evaluar sobre el terreno el verdadero suelo electoral del fenómeno Vox. Los resultados de las europeas, que se celebran con una única circunscripción, permitirán, al igual que en su día sucedió con Podemos, visualizar exactamente la fuerza real de los ultramontanos en el contexto –hipotético– de una reforma de la ley electoral, ahora mismo imposible pero que forma parte de la agenda de las derechas.
La segunda cuestión que se va a concretar el 26M es hasta dónde va a llegar la caída del PP. Esto es: si tocará suelo o seguirá escarbando. El dictamen de las urnas puede suponer el definitivo desahucio del casadismo –ese neoaznarismo en prácticas– y la necesidad de una nueva operación de renovación del partido conservador, tras el cierre en falso del congreso que enfrentó a las águilas y a las palomas, ambas con el indudable éxito de haber quebrado el nido que los cobijaba. La pax impuesta por los barones es una tregua armada.
Para Cs las municipales, autonómicas y europeas son las elecciones de su consagración (o no) como primer partido de la oposición. El progresivo viaje a la derecha de Rivera afectará –sin duda– al signo político de algunos gobiernos regionales y grandes ciudades, donde las mayorías que ahora parecen probables pueden verse alteradas por intereses nacionales. Para los socialistas, el 26M debería ser la fecha del fin de la interinidad –el factor que provocó el último adelanto electoral– y el principio de la estabilidad sanchista. Pero estas aspiraciones pueden verse empañadas, no obstante, por acuerdos entre las derechas –si suman– que desactiven la sensación triunfal del 28A, que es extraordiariamente frágil porque depende de una movilización social difícil mantener en el tiempo.
Vox va a entrar en muchos ayuntamientos a costa del PP, condicionando la geometría de la política local en España. Lo que está por ver es si esta presencia implicará el resurgimiento de las derechas. Hasta ahora, Cs ha jugado con los ultramontanos a la hipocresía: por un lado, acceden al poder, como sucedió en Andalucía, gracias a sus votos; por otro, los desprecian. La segunda vuelta despejará la ecuación: ¿Está dispuesto Cs a aceptar votos de Vox para alzarse con el liderazgo del bloque patriótico? Solos –lo dicen las urnas– no pueden. Deben pues elegir entre el fin –ser la alternativa al PSOE– y los medios –sumar con Vox–. Veremos.