Qué envidia da Francia. En cuestión de horas cuatro empresas han ofrecido 600 millones de euros para sufragar la restauración de Notre Dame y seguro que en pocos días recaudarán mucho más dinero, aportado no solo por Francia sino por todo el mundo. Con 2.000 o 3.000 millones, cantidad que seguro se recaudará, tendremos una catedral reconstruida en diez años, o puede que en menos tiempo, eso sí, si no se ponen excesivamente papistas buscando técnicas y materiales de la época.
El incendio de la catedral de París y la reacción global que ha suscitado es una excelente oportunidad para reflexionar sobre nuestra (decadente) sociedad. Notre Dame es una catedral católica, dedicada al culto de la Virgen María. Pero destaca por ser un símbolo de Francia y de una de las ciudades más idealizadas del mundo. La primera piedra de la catedral la puso Carlomagno y en ella no solo se coronaron los reyes de Francia, sino que el muy republicano Napoleón se coronó emperador. Como los gustos cambian, en el siglo XIX estuvo medio abandonada y Victor Hugo escribió Nuestra Señora de París para despertar el interés de sus coetáneos. Esmeralda y Quasimodo fueron fundamentales para poder realizar la gran restauración de mediados de siglo XIX dirigida por Eugène Viollet-le-Duc, no exenta de controversia porque, como era su costumbre, no solo restauró sino que “completó” la obra. La aguja que se derrumbó en el incendio no era parte de la catedral original y seguro que viviremos intensos debates sobre si “la nueva” Notre Dame tiene que reproducir o no la aguja.
La conmoción mundial no la ha generado, en general, el incendio de una catedral católica sino el de un símbolo global. Es fascinante escuchar apenados a quienes echan pestes de la cultura de occidente, de la iglesia y del turismo masificado. Porque Notre Dame es iglesia, es Occidente y atrae al turismo que tanto despreciamos, y tanto necesitamos, con 13 millones de visitas anuales, más de tres veces las visitas a nuestra Sagrada Familia. Pero así somos, incoherentes hasta en las emociones.
Lo que demuestra la reacción de Francia es la grandeza de un país orgulloso de sí mismo, capaz de cantar la Marsellesa cuando se desaloja un estadio de futbol en medio de un atentado y de levantarse orgulloso ante la adversidad, que no va mal servido Francia de golpes en los últimos tiempos. La quinta esencia del espíritu francés se condensa en el Pantheón de París, templo laico al saber y al orgullo nacional donde están enterrados sus hijos más ilustres a quienes, por cierto, no se les hace ningún tipo de revisionismo histórico. Es ese orgullo de pertenencia el que explica la reacción que están teniendo las élites económicas francesas y el que seguro dejará al mundo boquiabierto cuando veamos reinagurar la Catedral con una misa que, más que probablemente, celebre el Papa, eso sí rodeado del exquisito laicismo, que no anticlericanismo, galo.
No tiene mucho sentido pensar qué hubiese pasado en un hecho similar en España, pero podemos recordar las absurdas críticas que recibió el primer accionista de Inditex por hacer donaciones a hospitales. Es más que probable que hubiésemos abierto un sesudo debate sobre las propiedades de la iglesia y los impuestos que paga o deja de pagar aderezado de los males del turismo y salpimentado con un revisionismo histórico de quien encargó la catedral o de quien se coronó en ella.
Supongo que en cuestión de días veremos refuerzos a la estructura y una cubierta provisional. Las paredes parece que no han sufrido mucho, pero necesitan apoyarse en algo, y si se cuela la lluvia puede hacer más daño que el fuego. Y a partir de ahí a restaurar. Algunas piezas se han perdido, pero otras muchas se han salvado. Las catedrales, y los teatros, han sufrido muchos incendios y casi todas tienen cicatrices, pero es parte de su historia. La catedral de León, de un nivel arquitectónico similar a la catedral de París, se quemó en 1966, y ahí está, espectacular con sus vidrieras. Y sin irnos tan lejos, Santa María del Mar estuvo ardiendo varios días con sus noches en la guerra civil, y nadie lo diría. Hasta la catedral de la novela los pilares de la tierra se quemó ¡antes de inaugurarse!
Ver arder una joya de arte es muy triste, pero lo es más cuando vemos reflejadas nuestras carencias en el espejo de nuestro vecino del norte. Francia es una tierra que prima la excelencia y usa el término élite con propiedad, pues espera de esas élites un liderazgo que desde luego ahora han demostrado. Nosotros parece que preferimos ser del montón, y cada día más del montón. Qué envidia de país.