La proximidad de las elecciones vuelve a traer a la palestra la eterna discusión de qué grupos deben participar en los debates televisivos, centrándose en dos ejes: si no tienen aún representación en el Congreso pero las encuestas prevén que puedan llegar a tenerla con un importante peso específico; y si los grupos ideológicamente alejados de la centralidad tienen cabida en ellos.
Los ciudadanos no hacemos más que escuchar mensajes de controversia política, en los que en vez de discutir de programas, oímos a candidatos dedicados a insultarse, menospreciarse o a acusarse mútuamente de contar en el parlamento con votos de grupos extremistas o antisistema (nacionalistas, independentistas, proviolentos, xenófobos, anticapitalistas, centralistas…), para aprobar las propuestas de Gobierno. A veces, estos insultos degeneran en una crispación que promueve sentimientos radicales y propicia la división social.
De vez en cuando, vemos a grupos organizados que se creen con derecho a impedir hablar o manifestarse a aquellos con los que no comparten ideario, mediante el uso de la coacción y el insulto, amparándose en “libertad de expresión”, tal como hemos visto hacerlo los últimos días en la UAB, por grupos independentistas violentos a miembros del PP.
Asistimos a actitudes antidemocráticas cuando se confunde con el lenguaje; cuando se imponen desde el Gobierno políticas partidistas, como ocurre en Cataluña; negando el saludo o la palabra los disidentes; llamando fascista a la extrema derecha o simplemente al que opina diferente, lo que provoca que acabemos considerando al fascismo menos peligroso de lo que realmente es. Asimismo, se banalizan algunas herramientas democráticas como la realización de referéndums, o se confunden los deseos con los derechos, justificándose de esta manera la actuación al margen de la ley, como si fuera el ejercicio de un derecho.
La incapacidad de pactar y llegar a acuerdos mínimos en un Parlamento muy fragmentado, e incluso la verbalización de vetos “a priori”, no a cuestiones concretas, sino a grupos políticos que representan a millones de ciudadanos, carece de principios democráticos básicos, como es el reconocimiento del adversario.
Todo ello nos parece alarmante, porque nos demuestra que después de haber conseguido consolidar una democracia, nuestro país no ha conseguido desarrollar una cultura democrática acorde con nuestra Constitución, y debería ser un objetivo importante para cualquier partido que presuma de ser democrático. Sin esta cultura democrática mínima, nuestra sociedad se vuelve más frágil ante los charlatanes, populistas y totalitarios.
Nuestra Constitución, a diferencia de otras constituciones de países democráticos, permite la existencia de partidos antisistema, cuyo objetivo es “cargarse las reglas de juego democrático”. Aquí podemos incluir a nacionalistas cuyo objetivo es construir Estados independientes separados de España, los anticapitalistas y los que abogan por la unilateralidad o la violencia para conseguir sus fines, e incluso podríamos incluir a aquellos que prefieren un Estado centralista, no acorde con nuestra Constitución. Todos ellos tienen cabida en nuestro sistema, siempre y cuando defiendan sus ideas con respeto y mediante el uso de la palabra. Por ello, tienen derecho a participar en debates, hacer mítines, sacar representación parlamentaria, y votar en el Congreso de los Diputados lo que crean más conveniente, en coincidencia con otras fuerzas políticas que piensen lo mismo. Esto es la democracia.
Lo que no es democrático es el impedimento mediante la coacción o el ninguneo del ejercicio de los derechos que a cualquier grupo confiere nuestra constitución, siempre que sea con el uso de las reglas establecidas, como han hecho grupos radicales en la UAB. Tampoco es democrático ejercer el poder al margen de la ley, mediante la unilateralidad y el abuso de poder, sin el respeto a los grupos que representan otras ideas.
Democracia significa ejercer el poder como una herramienta para resolver los conflictos que se manifiestan en la sociedad; la democracia implica el reconocimiento y la protección de los derechos ciudadanos, aunque representen una minoría; democracia es la exigencia en el cumplimiento de las obligaciones a los ciudadanos y en el ejercicio del poder. Democracia significa que no puede haber otros mecanismos diferentes al respeto a las reglas de juego colectivas, representadas en el marco jurídico, el reconocimiento y la escucha del adversario, la utilización de la palabra, el diálogo, la negociación y el pacto como únicas herramientas válidas para defender las ideas. También significa lealtad hacia lo pactado.
La imposibilidad para realizar un acto público, debido a las agresiones e insultos a miembros del PP en la UAB, por parte de grupos independentistas nos parece intolerable. Así como nos parece intolerable que se veten los pactos entre grupos políticos constitucionalistas, ya que todo ello perjudica nuestro sistema de valores y pone en riesgo la gobernabilidad y promueve el colapso del sistema. Aspectos, todos ellos, que sólo benefician a los que desearían la inviabilidad de nuestro sistema democrático, precisamente por ser antisistema.