Fue concejal por el PSC en Vic, en la primera década de 2000. Y mantiene que el procés es el producto de la agitación de unas clases medias de “4x4” que se sentían amenazadas por la posibilidad de caer en el “precariado”. Tiene claro que el independentismo presenta un cariz reaccionario, y no duda en asegurar que el catalán “comparte ideario con Bolsonaro”. Sabe que escuchar eso en algunos círculos provoca un gran rechazo, pero insiste en que el movimiento no se puede considerar como un producto de la democracia. Al contrario.
--Pregunta: La Política, malgrat tot. Es el título de su nuevo libro. ¿Se puede hacer política en estos momentos, en los diferentes niveles de administración, sea el Estado, el gobierno autónomo o el ayuntamiento? ¿Es realmente lo que pide la ciudadanía?
--Respuesta: Justamente mi preocupación y mi planteamiento es que no se hace política, entendida esta como el ámbito de decisión colectiva y de articulación de intereses diversos a partir de proyectos y programas claramente definidos. Más bien la política actual ha devenido pura gesticulación, una gestión de emociones con la finalidad de ocupar el poder, aunque no se sepa muy bien para qué. El usufructo temporal del poder político por parte de ciertas castas organizadas, tiene poco que ver con el ejercicio del gobierno. De hecho, el poder en mayúsculas hace tiempo que no está en el ámbito de las instituciones políticas, más bien diseminado entre los agentes que controlan la dinámica económica. La frase de Clinton a Bush “¡es la economía, estúpido!” no era solamente un eslogan electoral. Era una descripción de la realidad a partir del globalismo desregulatorio de los años noventa. Algunos niveles de administración, poco más que gesticulan. Una política despojada de poder real solamente puede promover la frustración. La ciudadanía busca expectativas y seguridades y la política actual ya solamente le puede proporcionar simulacros de ello.
--¿Hasta qué punto la oferta genera la demanda política? Y si eso es así, ¿un proyecto político que quisiera ser transformador, tendría apoyo electoral?
--Ciertamente en la política la oferta condiciona, y mucho, la demanda. Estamos en el mundo del espectáculo y el público, aún sin mucho convencimiento acaba por “comprar” alguna de las “mercancías” que se le ofrecen. En general ello no tanto porque haga una determinada opción programática o de proyecto de futuro --los cuales ni se plantea-- sino como una posibilidad de manifestarse, de hacerse oír. Y ello cada vez más a la contra. El elector ha comprendido que, en el momento electoral, su voto es un pequeño capital con el que especular y en muchas ocasiones un arma arrojadiza para provocar un enorme estrés en el sistema político --Trump, Bolsonaro, Vox, Salvini…--. En todo caso, la “oferta” política, también resulta un producto bastante fiel de una sociedad desnortada e infantilizada.
--En Cataluña se ha establecido una máxima, por parte del independentismo, con un cierto éxito. Si el estado-nación está en peligro, porque no satisface las nuevas demandas sociales, por qué no intentarlo con entidades nacionales más pequeñas, que se pueden manejar mejor en la globalización, como Dinamarca o Suecia. ¿Eso es un autoengaño?
--Bueno, todo lo que rodea el digamos proyecto independentista catalán resulta un engaño de proporciones bíblicas, dónde el autoengaño de una parte de los fieles seguidores practica dosis muy resistentes a la realidad de autoengaño. Hay un argumentario de refugio en el Estado-Nación teóricamente fuertemente identiTario y cohesionado. Pero la realidad es bastante más prosaica. Aquí no hay un proyecto político razonable --que implicaría el uso de la racionalidad--, sino el asalto al poder de unas clases medias que creen que la creación de una República catalana y todas las estructuras de estado que conllevaría, les proporciona inmensas posibilidades de ocupación, defensa de sus intereses y de ocupación de una posición hegemónica. Es la revuelta de los 4x4, hasta hace poco gente bastante despolitizada y poco más allá del catalanismo pujolista, que se han venido arriba ante el propagandeo sin par a que se han visto sometidos y por sus temores a caer en el estado del precariado.
--¿Por qué rebrota el populismo, por cuestiones principalmente económicas, que los Estados clásicos no pueden o no quieren resolver?
--El renacer del populismo creo que no tiene una única causalidad, sino que es más bien el resultado de diversos factores combinados. El factor económico resulta siempre fundamental y el largo proceso de globalización con sus efectos perversos sobre el mercado de trabajo, el aumento de la desigualdad, la precariedad y los temores por el futuro del trabajo han hecho su efecto, especialmente cuando la crisis de 2008 evidenció sus aspectos más descarnados. Pero la laminación de la soberanía política de los Estados-nación, la pérdida de credibilidad de la política y los políticos, la falta de discursos y proyectos “sólidos” también juega su papel. Como también en lo juega la superficialidad creciente en el razonamiento, el triunfo de la trivialidad, la falta de confianza, la destrucción de la noción de lo social, la preeminencia del individualismo, la hegemonía de la emocionalidad, o la estupidez a la que nos impulsa la cultura digital.
Josep Burgaya, en la redacción de 'Crónica Global' / LENA PRIETO
--Los europeístas ¿deben resignarse a que el proyecto de una unión política y fiscal nunca acabe de llegar, o se han producido avances mayores de lo que queremos admitir?
--El europeísmo es evidente que está en franco retroceso, aunque resulta difícil pensar en salidas políticas razonables sin un reforzamiento de la UE. No existe un sentido de “identidad” europeo más allá de un espacio compartido de valores democráticos. Europeidad y diversidad habrán de convivir dentro de Europa. La armonización fiscal resulta un aspecto clave e ineludible. Una mayor legitimación democrática de su sistema de toma de decisiones resultaría bastante clave, como también un reequilibrio mayor de poder. Francia no ha desarrollado el papel que le correspondía.
--¿Puede España aguantar esa doble presión, por abajo con Cataluña, para constituir un Estado propio, y por arriba con una Unión Europea que fiscaliza los presupuestos?
--España es lo que es gracias a su incorporación a la UE. No se debería olvidar y se debería explicar más. La aportación de la UE a la modernización y progreso de España, y no solamente por la aportación de fondos estructurales y de cohesión, ha sido ingente. Justamente el independentismo juega contra toda lógica e interés de la UE. Un voluntarismo internacionalista que nada tiene que ver con la geopolítica. Se confunde algún apoyo internacional más bien poco significativo con lo que en realidad son intentos de Rusia o de China de debilitar la Unión Europea. Más allá de ello la “causa catalana” resulta una entelequia que no interesa a casi nadie en el mundo y se lee, acertadamente, como un movimiento disfuncional y con tintes reaccionarios. Y, de hecho, hay similitudes con otros movimientos. El independentismo y Bolsonaro comparten ideario. Eso es así.
--¿En qué medida Cataluña ha podido crecer por su inserción en el estatus jurídico de España?
--No se pueden hacer análisis contrafactuales. Cataluña se ha desarrollado en la medida que ha formado parte de España. Que hubiera sucedido con otra dinámica histórica que la hubiera dejado al margen de la corona española, no lo sabemos. La industrialización catalana, que es la base de su diferencia, tiene todas las características de haberse desarrollado en el marco español: dimensión del mercado, acceso a materias primas, reserva de mano de obra… Ciertamente han adolecido los sectores dominantes en Cataluña de un disfrute de cuota de poder político en el Estado menor de la que les correspondía por su dinamismo económico, pero esto lo que pone en evidencia es justamente la debilidad histórica de las élites catalanas y sus estrategias erróneas. Ciertamente el proceso de conformación del Estado-Nación “España” fue incompleto en la medida que era difícil interesar al conjunto desde intereses, en el siglo XIX, fundamentalmente agrarios.
--¿Podría por sí sola Cataluña avanzar sin España, y fuera de la Unión Europea?
--Es un planteamientoficcional que a menudo hacen los independentistas, comparando Cataluña con Dinamarca u Holanda. En abstracto, resulta evidente que tendría viabilidad económica y política. Pero lo significativo no resulta la abstracción, sino los costes de transición, que serían enormes en lo económico, social y política. Este es el tema central del que se huye de cualquier razonamiento serio. ¿Qué sentido tiene todo ello? Las fronteras europeas solamente se modifican después de grandes guerras o bien por el derrumbe del sistema soviético. Pero más allá de la imposibilidad fáctica, la pregunta es ¿qué necesidad hay de ello? ¿A quién le interesa y le conviene? Soltar lastre de territorios con niveles de renta inferiores no tiene nada que ver con la construcción de un mundo más justo, sino con el egoísmo.
--¿Hay dos Cataluñas, desde el punto de vista económico, que se traduce en dos visiones políticas? ¿Una Cataluña que vive por su dinamismo interno, y que podría tener su icono en la empresa Bon Preu, y otra Cataluña que depende de la exportación de bienes y servicios a mercados mundiales?
--Este es un país donde hace décadas no se practica ningún liderazgo ni estrategia económica a largo plazo. Hace tiempo la política fue suspendida en pro de la agitación patriótica. Dependemos en demasía del turismo y aún de la construcción, mientras que el aumento de las exportaciones no refleja un aumento significativo de nuestra competitividad, sino más bien la incorporación de relaciones laborales de tipo asiático en algunos sectores y actividades. Ciertamente hay sectores innovadores y punteros, pero lo que dedicamos a I+D+i no permite hablar de que exista en el país una estrategia económica y de desarrollo.
El libro de Burgaya, durante la entrevista con 'Crónica Global' / LENA PRIETO
--¿Cómo se mide o qué repercusiones tiene para la economía catalana una parálisis de la administración de la Generalitat? ¿Se depende de ese peso de la economía pública?
--Las repercusiones de la parálisis política, y de la falta de confianza y de la fractura social, resultan ingentes por más que el propagandismo oficial se esfuerce en querer convencernos de lo contrario. El mayor precio a pagar será en diferido y no ha llegado todavía. No hay estrategia de futuro, ningún plan, como sÍ sucede en el País Vasco o en Alemania, por ejemplo.
--Una de las repercusiones del proceso independentista, según sus propios protagonistas, es que ha llevado Cataluña a posiciones de izquierda, con actitudes casi antisistema. ¿Lo comparte?
--El independentismo catalán se alinea, básicamente, con los populismos de derechas, aunque jamás lo reconocerán. La CUP ha resultado poco más que una excusa para la deriva de la antigua Convergència hacia el independentismo, para mantener su hegemonía política y social. ERC puede devenir dominante dentro del procés, pero no se encuadra en un discurso de izquierdas de tipo socialdemócrata. Sus dirigentes actuales son más de seminario que los mismos convergentes. Lo que pasa en Cataluña tiene más que ver con las pulsiones, formas y planteamientos del populismo europeo de derechas, de carácter regresivo, que no con cualquier planteamiento de transformación social. Artur Mas no hizo su mudanza al independentismo para promover la revolución social.
--Siguiendo con la tesis del libro, ¿ha hecho política el independentismo? ¿Ha aportado algún proyecto de modernización o de superación del modelo que usted dice de “consumidores”?
--El independentismo ni hace ni hará política en el sentido profundo. Su batalla es la emocionalidad, y su puesta en escena consiste en performances y en el uso y abuso del lenguaje. A pesar de su apelación a la sociedad, esto es algo puramente discursivo. El reempoderamiento requiere de propuestas, de información veraz y de debate serio. No es ni lo que buscan ni lo que plantean.
--¿Es el independentismo, en función del territorio en el que se ha mostrado con mayor potencia, una reacción frente a la globalización, de carácter defensivo o es un paso adelante para buscar de cara ese proceso global?
--Sí, evidentemente es una pulsión defensiva ante la globalización. Siempre el nacionalismo fue una trinchera frente a los cambios y una regresión hacia “la casa del padre”. Pero en realidad sus dirigentes, igual que Trump, no creo que aspiren a políticas económicas proteccionistas. El discurso identitario, de “primero los de casa”, no deja de ser un argumentario de batalla para mantener determinadas hegemonías sociales.
--Usted ha sido concejal en Vic y ha visto la evolución del nacionalismo hacia el independentismo. ¿Pudo haber sido diferente en una ciudad que se ha convertido en el corazón de ese movimiento?
--Difícilmente, porque ha habido una red de propaganda, con un pujolismo corregido y aumentado, con redes de dependencia enormes, con sueldos que dependen de esa influencia. Pero también se depende socialmente de ello. En la Cataluña interior quedas excluido si no compartes el movimiento. Vives en el ostracismo y la gente se deja llevar por el unanimismo, porque se prefiere estar con la mayoría, con el que está en primer lugar. Pero que no hablen de la revolución de las sonrisas, porque se han roto muchas cosas. En algunos aspectos, con todas las salvedades, se produce un clima similar al que dibuja Aramburu con Patria. Lo que ha pasado con los lazos amarillos… Mi generación ya no se creerá nunca más el Parlament, se ha creado una distancia enorme con nuestras propias instituciones. Y creo que el independentismo no ve cómo mantiene similitudes con movimientos, como decía, similares a fenómenos como el de Bolsonaro. Acabo de llegar de Brasil y lo he visto.
--¿Se puede decir que el catalanismo ha muerto definitivamente?
--El catalanismo histórico deberá hibernar una temporada. Creo que se puede llegar a un punto de encuentro a partir del federalismo, con un acuerdo sobre valores y no sobre sentimentalidades. Ese catalanismo ya no sirve, porque a partir de ahora se deberá hablar con mucha más claridad.