He seguido con sumo interés las entrevistas a Josep Antoni Duran Lleida en los medios a raíz de la publicación de sus memorias políticas, El riesgo de la verdad (Planeta), donde propina una buena tunda de palos a Artur Mas y a su guardia pretoriana, el llamado pinyol, sobre todo a los consejeros David Madí y Francesc Homs. No he tenido ocasión de leerlas e ignoro, por tanto, si el democristiano ejerce alguna suerte de autocrítica en sus páginas, como sería de rigor, respecto a cuestiones que le atañen directamente; esto es, la corrupción que salpicó a Unió y los 22 millones de deuda que terminaron ahogando el partido. Por no mencionar la anécdota (significativa) de la foto en la suite del hotel Palace, con un desayuno continental por delante, en plan Julio Camba pero sin su chispa.
Pero vayamos al meollo. Estábamos con el expresident Mas, a quien Duran acusa de falta de fuste. Nunca se llevaron bien el uno y el otro —rivalizaban por la caricia en el lomo del patriarca Pujol—, y el exlíder de Unió se ha despachado a gusto en las entrevistas: “Mas no es un político —dice—. No tiene la consistencia política, el nervio político, la preparación política, la nariz política”. De acuerdo, muy bien, pero ¿dónde estabas entonces, Duran, hijo mío?
Un poco tarde tal vez, pero, en cualquier caso, el diagnóstico no puede ser más certero: Mas fue el cartucho de dinamita, el artificiero que hizo estallar por los aires la demencial situación que vivimos ahora en Cataluña. Lo explica magistralmente Lola García en su análisis El naufragio (Península): “Mas dio al proceso soberanista la credibilidad que necesitaba”. El aval a la causa de ese político trajeado, tan cabal, tan bien conectado, tan fiable —¿el hombre al que le comprarías un coche de segunda mano?— fue el espaldarazo que precisaba el movimiento para convencer a las clases medias. La gran patraña.
No deja de ser curioso el paralelismo entre Mas y el caso del británico David Cameron, quien, también por intereses partidistas, fomentó el referéndum sobre el Brexit, un experimento con gaseosa cuyas consecuencias aún no sabemos adónde nos conducirán. Muchos estudios en Eton y Oxford, muy buenas conexiones también, pero dudo que haya otro premier en el Reino Unido que soporte sobre los hombros una pifia de mayor calado. De cualquier modo, ciertos personajes escurridizos y volátiles tienen la virtud de caer siempre de pie: Cameron, desaparecido del mapa, anda ultimando sus memorias, que aún no tienen título pero por las que ya le han pagado 800.000 libras esterlinas; o sea, cerca de un millón de euros.
Decía la escritora norteamericana Grace Paley que “la verdad, cuando encuentra su nivel, flota”, y es bien cierto. Tarde o temprano, lo que estaba sepultado bajo el lodo del fondo acaba por aflorar. Pero, parafraseando el título de Duran, sería deseable que al menos la verdad tuviera algún precio.