Me refiero con este título a la misiva que Enmanuel Macron, presidente de Francia y para la ocasión presidente de Europa, dirige directamente --sin pasar por los gobiernos-- a los ciudadanos de los 28 Estados miembros de la Unión a través de su publicación en periódicos de prestigio (en España, El País del 05.03.2019). Es un texto con la fuerza dialéctica de un Alain Finkielkraut y el espíritu europeísta de un Edgar Morin. Ningún país ha sabido aunar política e intelectualidad como Francia.
Naturalmente, Macron ha sido criticado tanto por el atrevimiento de la injerencia como por el atrevimiento del contenido. Ni uno ni otro sobran. En el mortecino clima político de Europa, que solo agitan los populistas reaccionarios, era más necesario que nunca un manifiesto de altura por un renacimiento europeo revitalizador. Criticar a Macron porque propone cuando los otros dirigentes europeos callan es, además de injusto, mezquino. Incluso en lo negativo gana Francia. Al manifiesto de Macron contesta con otro Jean-Luc Mélenchon, presidente del grupo parlamentario Francia Insumisa: Salid de los Tratados, estúpidos (El País del 11.03.2019), refiriéndose a Macron y a Merkel. Pero Mélenchon, furibundo antialemán, resentido perdedor de una izquierda del pasado, sólo ofrece nihilismo y derrota anticipada.
La carta de Macron no es un programa de gobierno; criticarla por falta de concreciones es errar el tiro. La misiva es nada más y nada menos que un manifiesto electoral de carácter universal en tiempo de elecciones, invita a compartir tres ambiciones en las que fundamentar la construcción europea: la libertad, la protección y el progreso; de nuevo una tríada muy francesa de resonancias históricas (Liberté, Egalité, Fraternité), aplicada ahora a Europa.
De los tres componentes de la tríada el más innovador es el central: la protección. Una Europa que proteja --una variante del “Europe first”, acusan algunos-- podría ser aceptada por la derecha conservadora e incluso por la extrema derecha. Sólo que Macron entiende que la protección, además de consistir en seguridad y defensa, tiene que extenderse al campo social. Solo asentando un pilar social, concibe Macron, Europa protegerá y a la vez será más fuerte al ganar en cohesión. El debate (que no tendrá lugar) durante la campaña de las elecciones europeas del 26 de mayo debería centrarse en cómo construir ese pilar.
Alemania se ha sentido aludida de inmediato por la carta de Macron. Y en distintos foros y tribunas se han aplaudido u objetado las propuestas de su manifiesto, olvidando los objetores --casi siempre-- las obligaciones de ayuda mutua y de convergencia plasmadas en el (ambicioso) tratado franco-alemán de Aquisgrán, firmado el 22 de enero de 2019. Annegret Kramp-Karrenbauer, sucesora de Merkel en la dirección de la CDU y presunta candidata a la Cancillería, ha marcado un primer posicionamiento significativo: sí a Macron, pero con muchos matices en la protección social que propugna, sobre todo si tiene que construirse con dinero alemán --¿pero qué dinero, el de los contribuyentes alemanes o el de los enormes beneficios que rinde la posición hegemónica de muchas empresas alemanas en el mercado europeo?--. Ese debate viene de lejos y va para largo.
En Cataluña, tan próximos y tan alejados de Francia, el debate europeo se centrará (para desesperación de muchos) en la candidatura al Parlamento europeo del prófugo Puigdemont en busca de la “internacionalización del procés” y de una pretendida inmunidad parlamentaria y también en la candidatura al PE del enjuiciado Junqueras y, además, para mayor escarnio, a la presidencia de la Comisión con las mismas finalidades, un desprecio flagrante de ambos a los electores y a las instituciones europeas.