Ignoro cómo y de qué modo finalizará el que podríamos coloquialmente, y para abreviar, denominar Juicio al Procés, aunque en realidad su finalidad no sea juzgar las ideas o aspiraciones de casi la mitad de un pueblo sino la de arrojar luz y esclarecer los hechos referidos al 6 y 7 de septiembre --Ley de Transitoriedad Jurídica y Ley del referéndum--; referéndum del 1 de octubre, y posteriores coitus interruptus del 10 y 27 de octubre, en forma de DUI. Cuando digo que no sé cómo acabará me refiero, por supuesto, a las sentencias que los magistrados puedan dictar. En mi fuero interno me prometí, y así lo comenté aquí, no sufrir en exceso ante lo que intuía podría ser, por parte de los encausados, un vergonzoso vodevil político destinado a proclamar a los cuatro vientos la maldad, perfidia, crueldad infinita y totalitarismo de España, y sí a gozar, tras tantos años de insoportable murga y matraca por parte de toda esta pandilla que hoy ocupan el banquillo, de las muy previsibles e inevitables astracanadas de unos y otros, entendiéndolas como parte de la idiosincrasia, valleinclanesca y muy española, de estos zafios con barretina y madre murciana.

Dicho esto entenderán que no forma parte de mi propósito al escribir comentar aspectos políticos, jurídicos o procedimentales de todo cuanto estamos viendo en directo, sesión tras sesión... I’m here just for laughs, como dicen los británicos. Que llorar ya hemos llorado bastante y nadie nos lo compensará jamás. Así que déjenme decirles que me encantó ver a Oriol "Amo a España y a los españoles" Junqueras, a Jordi Cuixart, y a otros, proclamarse presos políticos, reafirmarse en lo hecho e inmolarse en el altar del martirio dispuestos a ser devorados por los leones; que gocé lo indecible --sí, lo sé, soy muy malo, qué le voy a hacer-- con la declaración de Carme Forcadell, que se puso ella solita la soga al cuello a nivel probatorio; también con los alegatos patafísicos de varios de los defensores --entre ellos Francesc "Perry Mason" Homs-- defendiendo que la autodeterminación es la garantía de la paz, o que no hubo rebelión porque --y eso lo soltó el defensor de Junqueras-- “los tertulianos de la tele no ven ningún delito de rebelión”.

Pero lo más divertido, créanme, más allá de enterarnos de que Jordi Cuixart disponía de medio millón de euros para gastar en butifarras por la libertad, y de incontables dislates susceptibles de hacer saltar los fusibles de cualquier cerebro normal, ha sido comprobar que toda esta cuadrilla de chapuzas, émulos de “Pepe Gotera y Otilio, sediciones a domicilio”, ha perpetrado la mayor patraña de la Historia de Cataluña de milagro, sin sentirlo, sin comerlo ni beberlo, porque resulta que no estuvieron nunca presentes, o no lo recuerdan, en los momentos decisivos. Nadie sabe nada, por ejemplo, del documento estratégico Enfocats, de Josep Maria Jové, número dos de Junqueras (“¿Conoce a Josep Maria Jové?” se ha convertido en la pregunta de rigor en todos los interrogatorios), ni nadie ha leído el denominado Libro Blanco de la Transición Nacional, presentado en septiembre de 2014, ni nadie recuerda cuántas hojas de ruta pasaron por sus manos --¿ruta, qué ruta?--. Sólo ha faltado que alguien dijera que las utilizaba para encender la chimenea.

En definitiva y siguiendo con el tono jocoso, no es que los encausados no aclaren nada buscando confundir, ocultar o acogerse a su derecho a mentir en sus testimonios, que también y mucho, sino que en muchos casos se hace tremendamente evidente que todos juntos eran, en su caótica sinergia, una horda de enajenados, jugando con dinamita, sinceramente convencidos de que todo era democrático, pacífico, transversal, hermoso; que la DUI sólo era un preámbulo simbólico, que se votó pero no se votó, que no tiene valor pero lo tiene, y que la culpa de todo lo ocurrido, desde el principio de los tiempos, es del Estado Español, que nos apaleó, nos masacró, nos violó, nos sobó todos los dedos, nos rompió todas las tetas e hizo con nuestras abuelas canelones y croquetas.

Capítulo aparte merecen los testigos, que han comenzado a desfilar y han dejado un reguero de situaciones, perlas y declaraciones, que merecen ser inscritas en el Libro de Oro de la Estupidez Mundial. Desde la comparecencia de Mariano Rajoy --que parecía no enterarse de muchos asuntos, más allá de insistir hasta el aburrimiento que eso de quebrar la soberanía nacional él no podía permitirlo—y la de Soraya Saenz de Santamaría, que atizó todo lo que pudo y más, hasta la de Gabriel Rufián, que ha dejado muy clarito que no tiene ni “pajolera idea” de nada, y que lo de la Consejería del día 20 no fue ni tumulto ni rebelión “porque en una rebelión no te vas a comer y merendar, y yo me fui a comer y a merendar”, y que abandonó la sala dando la mano a todos sus compinches de trapacería excepto a Santi Vila (ese sí que cobró, fijo, las 155 monedas de plata); o la declaración de Ada Colau, que de “equidistante” no tiene nada de nada, y que entiende, como Cuixart, el referéndum del 1 de octubre como “una ocupación hermosa, una desobediencia civil en la que participamos millones, que hoy deberíamos estar en este banquillo”. Mención especial para Albano Dante Fachín, que declara como profesión actual “precario”, y para los cuperos Antonio Baños, al que se le cayó el lacito amarillo en su polémica comparecencia, y Eulàlia Reguant, cuyos ojos entraron media hora antes que ella en la sala y detectaron, aterrorizados, a los fiscales de la Acusación Popular de Vox. A los dos les ha caído multa de 2.500 euros por desacato y posibles complicaciones judiciales futuras.

Tras días siguiendo el juicio, queridos amigos, lo que tengo más claro es que el juez Manuel Marchena --impecable hasta en el último detalle de su proceder--, y los restantes magistrados que le acompañan, son santos, que deben ser elevados, por su paciencia y estoicismo, a los altares inmediatamente, y que yo acabaré irremediablemente ingresado por consumo masivo de palomitas, porque tantas no pueden ser buenas. Sean muy felices.