En los próximos 100 años, por tomar como referencia el cálculo del ex primer ministro escocés Alex Salmond, los dirigentes independentistas deberán sincerarse con ellos mismos y con sus seguidores si pervive realmente el deseo de perfeccionar el autogobierno de Cataluña. En los próximos 100 días sería mejor, pero atendiendo a las circunstancias hay que reconocer que con dos convocatorias electorales a la vista y un juicio por rebelión en curso, no se dan las condiciones objetivas para emprender un viaje al posibilismo.
La negativa a compatibilizar la creencia en el derecho a la autodeterminación con el ejercicio de la política podría dejar a la Generalitat a las puertas de un 155, una perspectiva horrorosa para Cataluña. Pero este horizonte no es lo más grave que puede darse. De mantenerse el independentismo atascado eternamente en la incompatibilidad autoimpuesta entre la defensa de los principios irrenunciables, la gestión de la coyuntura institucional y los tiempos de la política en beneficio del conjunto del país, su fuerza política, casi mayoritaria, quedaría anulada como actor de cambio, aquí y en Madrid.
El año que viene, en Jerusalén, rezaron los judíos cada Pascua, durante 2.000 años. El año que viene el referéndum de autodeterminación, pueden repetir los partidos independentistas, y así ganar elección tras elección para luego inhibirse del mundo que les rodea, sin conseguir aprobar unos presupuestos propios ni permitir la aprobación de los presupuestos generales. El ordenamiento jurídico español y el internacional seguirán anclados en los vigentes supuestos de aplicación del derecho de autodeterminación, claramente pensado para escenarios muy diferentes a los de Cataluña o Quebec, aun atendiendo a una interpretación generosa de sus requisitos.
Los dirigentes juzgados en el Tribunal Supremo pueden ser declarados inocentes de rebelión, y esta hipótesis sería buena para ellos y para todo el país, pero del juicio va a salir muy tocada la historia del procés, el supuesto mandato democrático del 1-O y la hipotética declaración de independencia. Habrá tantas versiones como estrategias de defensa hay en la vista oral. De la evaporación del relato épico provocada por parte de la mayoría de los acusados, nace la tentación de replegarse en la proclamación del derecho a la autodeterminación como posición de resistencia que justifica toda renuncia a gobernar o a pactar con quienes quieren gobernar, hasta que no lleguemos a nuestro Jerusalén.
Jerusalén es un estado de ánimo, una esperanza colectiva que no tiene porqué ofrecer resultados materiales por su simple repetición Pueblo elegido solo hay uno, por eso, para no quedarse empantanados en el mantra, para no paralizar las instituciones de autogobierno, sería prudente quedarse con las palabras finales de Oriol Junqueras ante el Tribunal Supremo, habrá que pactar y de alguna manera votar lo pactado. La clave está en dar con esta cierta manera de votar una propuesta acorde con el ordenamiento jurídico actual o el que se pueda reformar, prescindiendo de una terminología cargada de connotaciones inmovilistas como la autodeterminación a la soberanía única.