La ofensiva de las tres derechas contra el Gobierno de Sánchez ha superado todo lo racionalmente aceptable. A la vez hace imposible distinguir en su interior cualquier noción de derecha moderada y dialogante. Cs, PP y Vox hacen un discurso indistinto hasta el punto que el menos estridente entre ellos parece el de Vox.
Los insultos y epítetos que se lanzan contra el presidente del Gobierno son irracionales e impropios de portavoces políticos que tengan un mínimo de sensatez. Desde la acusación “Alta Traición” hasta la de “presidente ilegítimo” no tienen ninguna base y son una pura expresión del extremismo y sinrazón que parece haber invadido a las derechas plurales. Es incompresible que se autocalifiquen de “constitucionalistas” los que impugnan como ilegitimo y traidor a un Gobierno constitucional que lo único que ha pretendido es solventar un problema político a través del diálogo dentro de la ley.
Lo más preocupante es que esas derechas vociferantes pretenden retrotraer a España hacia un pasado que hemos ido superando en tiempos democráticos. La apelación a los clichés del nacionalismo español más retrógrado son hoy la base común de unas derechas que parecen querer hundir sus raíces en un pasado que todos creíamos por surte superado.
La defensa de la nación española que dicen defender se unen a las propuestas más reaccionarias en lo social, lo cultural, lo económico y en la propia concepción de una España “Una y Grande” y podríamos decir que felizmente pasada.
El retroceso de la derecha política dialogante es sumamente preocupante porque trata de hacer renacer el revanchismo de sectores para quien la democracia parece haber ido demasiado lejos. Ahora se atreven a decir lo que durante décadas han pensado algunos pero no se atrevían a verbalizar. Quieren volver a unificar a la ciudadanía en unos únicos valores típicos de nacionalcatolicismo. Nacionalismo español puro y duro, como única identificación, incluyendo la tradiciones culturales más cutres. Reaccionarismo social en temas como la familia, contra el aborto, contra la diversidad, contra el feminismo. Pensamiento económico ultra que favorezca aún más a los privilegiados y que acabe con todas las conquistas laborales y sociales de la democracia, con la voluntad de transformar los derechos del Estado del bienestar en dádivas de beneficencia.
Claramente estamos ante el intento de regresión más importante desde la Transición. La España negra intenta surgir de las profundidades abonadas por un discurso catastrofista y demagógico basado en falsedades y mentiras que se repiten de forma constante.
No hay duda que el Gobierno Sánchez, con todas sus contradicciones, ha sido una pequeña bocanada de aire fresco para una gran parte de la sociedad y especialmente para los sectores progresistas. A pesar de su debilidad no sólo parlamentaria, sino frente a fuertes adversarios políticos en el interior de su propio partido que no han aceptado la derrota de las primarias.
A la vez el nacionalismo irracional de los independentistas catalanes no ha hecho más que poner todas las trabas posibles a las propuestas de diálogo que el Gobierno de España ha planteado y a los intentos de relajar el conflicto.
Los independentistas son en gran parte responsables del crecimiento del nacionalismo españolista. Como el PP y su política anticatalana fue el causante del surgimiento del independentismo.
El independentismo catalán es la otra cara del nacionalismo reaccionario que estamos padeciendo. Con su repetición de falsas verdades, como su intento de hacerse pasar como los representantes del pueblo de Cataluña, cuando la sociedad catalana está política y socialmente dividida y los independentistas no han sido ni tan solo la mayoría. Con su intento de confundir la democracia con “poner urnas”, dejando de lado el respeto a las leyes básicas como el propio Estatut de Cataluña. Su intento de que todo diálogo pasa porque se les reconozcan sus planteamientos secesionistas. Sus tergiversaciones de la realidad, sus continuos chantajes al Gobierno y al Estado, han ayudado a la derecha reaccionaria a encontrar un caldo de cultivo óptimo entre sectores sociales cansados de la continuada presencia del relato separatista.
Es evidente que la mayoría parlamentaria es precaria ante el chantaje de PDeCAT y ERC. Y el Gobierno, en precario, ha decidido ir a elecciones antes de lo previsto. Ello supone un drama no sólo para los sectores progresistas, sino para el conjunto del país y para los propios independentistas. Porque deben entender que si alguien pagaría directamente un cambio político en España serían los independentistas y la autonomía catalana, con la que ellos tanto han jugado. Y que los primeros afectados serían los protagonistas del juicio que se acaba de iniciar.
Es evidente que un proceso electoral sin que antes el Gobierno de Sánchez, con la complicidad de Podemos, haya podido cumplir con su agenda social representa unos comicios de negras previsiones. Porque negro es el color que más se dice con las derechas tripartitas. Máxime cuando pese a que el PSOE pueda aguantar el embate, las fuerzas a su izquierda no se encuentran en su mejor momento político.
Y hemos de convenir que una victoria de las derechas, a pesar de que algunos puedan intentar aparecer como centristas, cuando la práctica ha demostrado que no lo son, comportaría una profunda regresión para el conjunto de la sociedad en retroceso social, cultural, económico y político, y de la diversidad y las libertades. Y muchos somos radicalmente contrarios a los iluminados que piensan que “cuanto peor, mejor para el futuro”, eso nunca fue cierto, siempre se ha demostrado que cuanto peor, peor.
Los dos nacionalismos reaccionarios, el español y el catalán, son los responsables de la crispación y el desasosiego de la ciudadanía de todo el país. La gente de izquierdas y progresista, y los que queremos una sociedad cada vez más democrática, avanzada e integrada en Europa, no podemos hacer el juego a las derechas ni a los reaccionarios, sean españoles o catalanes.