Elsa Artadi y Ada Colau practican el tiro blanco contra los representantes de nuestra economía, un espacio público gobernado por gestores privados. El soberanismo sigue tomado posiciones en el entramado civil: controla el Barça, la Cámara de Comercio (con Enric Crous, a punto de ser presidente) y ahora ha conquistado la Fira de Barcelona. A los librepensadores nos quedan el Foment de Sánchez Llibre, que no es poco, y el Cercle d’Economía, de Brugera, bastión imbatible de la libertad. Artadi ha impuesto el nombramiento de Pau Relat en la presidencia del consejo de Fira, que tomará posesión el 14 de este mes, tras la salida de Josep Lluís Bonet, el último elefante blanco del modelo Barcelona, bajo los cascotes de la caballería vándala de Sant Jordi y estelada. Por su parte, Colau ha dado un paso al lado, después de permitir con la boca pequeña que la Fira no sea presidida por una mujer tal como ella había defendido, cuando propuso a Helena Guardans, una opción francamente atractiva. Pero Artadi dijo “quien paga manda”, y ejecutó; al fin y al cabo, la Fira es un consorcio en el que la Generalitat tiene la mayoría y el Ayuntamiento solo es el agradecido segundo accionista. Ahora, los altos cargos de los departamentos de Empresa y Economía del Govern se felicitan unos a otros, sin advertir, sepulcros blanqueados, que la gestión es un oficio de emprendedores y un trágala para funcionarios mantenidos.
Cuando está en juego la causa catalana, la alcaldesa extrema su visibilidad al estilo de los reyes en Versalles; esconde sus golpes de mano bajo una forma de difusión democrática, que mantiene a salvo la institución. Ella defiende que si hay algo característico de su mandato es el acceso de los súbditos al poder, cuando en realidad, Colau vive encerrada en el Consell de Cent para que nadie perciba en qué momento interviene en contra de la economía de la ciudad (22@, Circuito de Fórmula 1, Mobil Congress, Liceu o zona Camp Nou, por citar pocos ejemplos de despropósito).
En Fira Barcelona, todo empezó a funcionar cuando Maragall y Pujol sacaron sus manos del juguete. Primero gestionó el consejo Jaume Tomás y ha seguido haciéndolo Josep Lluís Bonet, que iba a ser sucedido por Pedro Fontana, entusiasta del modelo público-privado, que puso a Barcelona en el mapa, en 1992. Pero, antes de empezar, la cabeza de Fontana ha sido cercenada por Elsa y Ada, dos efigies que convierten lo sublime en grotesco y se alejan livianas del proscenio institucional.
En el gran escaparate de nuestra economía --Expoquimia, Mobil Congress, Alimentaria, Automóvil, etc-- gobernaban los empresarios y regulaban los políticos. Hasta que Artadi y Colau le han dado la vuelta a la tortilla violentando los estatutos de Fira Barcelona; ahora manda la política y los empresarios ejecutan órdenes. Como dice el credo del populismo invasor: el discurso solo se desvela al llegar arriba. Y lo digo porque, según los citados estatutos feriales, al presidente del consejo de Fira lo tienen que nombrar los empresarios de la Cámara de Comercio. Pues no; lo han nombrado la Crida de Puigdemont y la República social, siempre de espaldas a los ciudadanos que votaron a sus extremistas voceros. Esta cacicada no ha podido ser evitada por Miquel Valls, presidente de la Cámara de Comercio, a punto de ser relevado por Enric Crous, un ejecutivo runner, cuatribarrado y acomodado a las ventajas tributarias de los cerveceros Carceller, los Demetrio II y III, dueños de Damm y oriundos de Las Planas de Castellote (Teruel), génesis del pionero, Demetrio I, exministro del Antiguo Régimen.
Valls había propuesto a Miquel Martí, a Kim Faura y a Luis Conde, para diluir la ventaja del prestigioso Fontana. Y este fue su error. Lo de Pau Relat ha sido un ensayo general de lo que nos espera. Llegan unas municipales en las que los indepes presentan para la alcaldía a Ferran Mascarell y Ernest Maragall, divididos para mayor gloria de Manuel Valls, armado con un modelo de ciudad internacional, volcada en las prioridades de la cultura, la economía y el deporte, como propugnó la envidiable Mancomunitat de Prat de la Riba, el fundamento revisionista que despierta el odio rencoroso de los indepes. La ciudad ha dado muestras de querer evitar sus prodigios del pasado; algunos deben pensar que, cuando Barcelona sea la capital republicana de un país proteccionista, siempre tendrá la ventaja del turismo y las remesas de sus emigrantes, como en los años de la autarquía y el pan negro.
La Fira pondrá a prueba el potencial de Pau Relat, un hombre gris, salido de las guerras intestinas. En su feltriquera lleva impresa la presidencia de FemCat, el patronato de corte soberanista que brujulea las instituciones económicas desde un nido de estrategas de la Via Layetana de Cambó, a tiro de piedra del jardín botánico de los Guardans. Hoy es un servant de la endogamia; y solo el tiempo dirá si es el príncipe o su valet de chambre.