Lo diremos a la manera de Astérix: “El cielo puede caer un buen día sobre nuestras cabezas”. La jornada del desastre ya ha llegado. Eso es exactamente lo que ayer le sucedió a los socialistas en Andalucía, víctimas de sí mismos y de un inesperado movimiento telúrico que va a suponer un giro absoluto en la inquietante política española. Se sabía que la coyuntura era complicada --pese a las primeras encuestas triunfalistas--, había una cierta sensación de incertidumbre con cómo sería el día después. Existía incluso la posibilidad --creciente-- de que la combinatoria parlamentaria que estableciera el 2D terminara provocando --como sucedió en su momento en Cataluña con Artur Mas-- el sacrificio de la Reina de la Marisma.
Todo esto formaba parte de las múltiples hipótesis. Eran algunas de las posibilidades --abiertas-- por el azar electoral. Los elementos que condicionaban la escena. Lo que nadie esperaba es exactamente lo que ha terminado pasando: un hundimiento categórico de los socialistas que se suma a la irrupción en el Parlamento andaluz de una fuerza política extraparlamentaria --Vox-- que cuestiona claramente el modelo autonómico, tiene un discurso crítico ante la inmigración y representa una de las caras del nacionalismo español, antítesis del soberanismo periférico.
Y, sin embargo, se ha producido la tormenta perfecta. Un naufragio que arrasa con casi cuarenta años de hegemonía política del PSOE en el Sur de España. Un cambio histórico similar --en términos políticos-- a la caída de Troya para los griegos. La posibilidad, aún sin formalizar por completo, de que un tripartito formado por PP, Cs y Vox expulse de San Telmo al PSOE es no sólo real, sino bastante probable. Incluso, inevitable. En cualquier guerra, no hay nada que una más a los vencedores que un botín. Y, por descontado, la carrera política de Susana Díaz, llega a su final, apenas cinco años después de haber heredado (de sus mayores, Chaves y Griñán, ambos procesados por los ERE) la silla de terciopelo de la República Indígena. Y con una sentencia sobre este escándalo de corrupción que está aún por emitirse.
La mayoría de las derechas --59 escaños-- aleja cualquier opción alternativa de un pacto de izquierdas. A lo sumo podría producirse --aunque ahora mismo no se vislumbra como una opción excesivamente factible-- una combinatoria entre los partidos con representación parlamentaria en la anterior legislatura para aíslar a Vox, que con doce escaños se ha convertido en un fenómeno con capacidad de radiación atómica que va a contaminar --y mucho-- toda la política española. Pero incluso esta fórmula expulsa a Díaz del tablero, condenándola al ostracismo entre sus propios fieles, que pierden sin esperarlo el control del presupuesto del que depende su bienestar, que no es exactamente idéntico al bienestar del resto de la sociedad.
Ocurra lo que ocurra en los próximos días, parece evidente que la pulsión de cambio que recogían los sondeos era suficientemente poderosa. Lo que nadie pronosticó es que el fantasma que Díaz agitaba (por interés) en su segundo debate electoral --cuando su equipo notó que podía perder votos por la izquierda, sin retenerlos por el centro y la derecha-- terminaría llevándosela a Ella, y a todo un sistema de poder absolutista que ha durado casi cuarenta años, por delante.